La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (34 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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—Este chaval da muchas cosas por sentadas, ¿que no? —gruñó Richie.

—Calla y escucha, Richie —le recriminó Mel.

—Tenemos espacio de sobra en el que proporcionaros hospedaje. Tenemos nuestro propio generador, que nos suministra electricidad y agua caliente. Retransmitimos desde nuestro propio estudio multimedia, así que en caso de que las autoridades empiecen a organizarse, podremos escuchar sus comunicados. Tenemos extensos terrenos y estamos reuniendo ganado. Tenemos todo lo necesario para hacer posible una comunidad, pero necesitamos gente, gente dispuesta a ayudar, gente con ganas de combinar sus talentos y habilidades con los nuestros por un bien común. Tenemos que colaborar. Tenemos que ser fuertes y permanecer unidos. Este es un mensaje del colegio Harrington: os necesitamos. Si podéis oírnos, uníos… —A continuación, la voz empezó a dar detalles sobre la frecuencia de la transmisión y la ubicación del colegio, información que ya les había proporcionado Simon.

—¿Y bien? —preguntó este, exultante, una vez concluido el mensaje—. ¿Qué os parece?

—Suena bastante prometedor, ¿no te parece, Trav? —dijo Mel—. Cuantos más seamos más seguros estaremos y todo eso.

—A mí me parece que el crío ese sonaba más estirado que el palo de una escoba —murmuró Richie, burlón—. Da igual lo que diga: no nos querrán. Solo quieren que se les unan los niños mimados cuyos papás eran agentes de Bolsa, jueces y cosas así. Tú, Tilo, ya te puedes ir olvidando. No te van a bajar el puente levadizo de su castillo. Los perdedores no van a colegios para pijos.

—Haber tenido una crianza alternativa no te convierte en un perdedor, Richie —contestó Tilo, a la defensiva—. Así que vete al cuerno. Yo no valgo menos que nadie.

—¿Trav? —Mel lo miró con expectación.

A Travis le impresionó la retransmisión… era casi cautivadora. Lo cual no le sorprendió: estaba enviando un mensaje que podría haber escrito él. El propósito de su éxodo de Wayvale era encontrar un lugar en el que establecer una comunidad que conservase y defendiese los valores de la sociedad civilizada; que saliese adelante, como había dicho el chico de Harrington, por el bien de todo. Travis había pensado que Willowstock podría ser ese lugar. Quizá, después de todo, fuese Harrington.

Pero las palabras eran solo eso, palabras. Podían utilizarse para mentir con la misma facilidad que para decir la verdad. Hasta entonces se había dejado engañar dos veces en dos días. A la tercera iría la vencida.

—Creo —dijo— que merece la pena investigar. El colegio Harrington está tan cerca que sería de tontos no pasar a echar un vistazo. Así que iremos y comprobaremos por nosotros mismo qué es lo que realmente ofrecen. Según eso, decidiremos qué hacer. Pero iremos con la mente abierta.

—¿Cuándo, Travis? —dijo Tilo, dejando entrever un tono de duda—. ¿Cuándo iremos?

—Son unos cincuenta kilómetros… —dijo Travis. Después se encogió de hombros—. ¿Por qué no esta misma tarde?

—Sí, bueno… —dijo Simon con una débil sonrisa—. El problema es que son cincuenta kilómetros si tomas el camino más corto a Harrington. Y ese camino… bueno, supongo que debería haberlo dicho antes…

—¿Decir qué, Simon? —preguntó Travis, confundido.

—Que ese camino pasa directamente por el peaje de Rev.

* * *

Richie volvió con un Land Rover negro de cinco puertas. Su carrocería brillaba bajo el sol el atardecer y su estructura era tan rectangular y de aspecto tan recio como la mandíbula de un boxeador. Travis recordó el anuncio televisivo de aquel modelo en el que el vehículo atravesaba colinas, cruzaba arroyos y se movía por terrenos accidentados con la soltura de una moto de agua por el mar; presentado, según la costumbre del mundo en el que se emitió el anuncio, como algo a ambicionar. Sin embargo, dada su situación, primaba la utilidad sobre el estatus que podía denotar: los parachoques delanteros y traseros parecían firmes, y podían llegar a necesitarlos.

—¿No sería más sencillo si diésemos un rodeo? —había preguntado Mel horas atrás—. No sé, para evitar a los motoristas y olvidarnos de ellos. Puede que tardemos más, pero una vida tranquila tiene sus ventajas, ¿sabes? Me pongo tensa cuando me apuntan con una escopeta en la cara.

—Pues sí, podríamos —reconoció Travis a regañadientes—, pero no voy a permitir que un matón como Rev piense que nos ha vencido.

—Trav —insistió Mel—, no sabrá que le estamos dando esquinazo. ¡Ah, no, espera! No me lo digas. —Y asintió, anticipando lo que estaba a punto de decir—. Pero tú si lo sabrías.

—¿Merece la pena arriesgar nuestras vidas para demostrar algo, Travis? —preguntó Simon.

—Si ese algo a demostrar es lo bastante importante, sí, Simon. Siempre.

—No tenemos por qué arriesgarnos —dijo Richie. Había estado escuchando, malhumorado, la conversación. Travis no hacía más que alabar a Simon como si no fuese un despojo gimoteante y quejica. La hippie estaba camuflando muy bien su desbocada pasión hacia él. Y encima, la perspectiva era unirse a un montón de pijos con apellidos compuestos que seguramente serían tan blandengues que harían que Simoncete pareciese La Roca en comparación. Pero quizá tuviese la oportunidad de hacerse valer.

—¿Qué quieres decir, Richie? —dijo Travis.

—Creo que podríamos atravesar su barricada de tres al cuarto con el vehículo apropiado sin problemas. Ahorraríamos tiempo y pondríamos al moterito en su lugar.

Simon palideció.

—No es necesario, Travis. Podemos dar un rodeo. Richie solo quiere hacerse el duro.

Pero a Travis le tentaba la idea. Su padre tampoco hubiese dado un rodeo… no en aquella ocasión.

—¿En qué vehículo habías pensado? —dijo.

No tardó en descubrirlo.

Mel llevó a Jessica sin que esta se resistiese al asiento trasero del Land Rover. Todo el grupo esperó en la carretera que pasaba delante de la casita, listos para partir.

—Estaba aparcado fuera del garaje de un cadáver —explicó Richie con confianza, gratificado al ver que el bueno de Simoncete se puso pálido como un fantasma en cuando lo oyó… parecía que aún había cosas que no cambiaban—. Ahí parado no servía para nada, así que lo cambié por el Volvo. Encontré las llaves en la cocina del tío, que va a necesitar una puerta trasera nueva.

—Le estás cogiendo el gusto al allanamiento de morada, ¿eh, Richie? —comentó Mel, ácida.

—¿Seguro que no quieres cargar el maletero, Travis? —preguntó Tilo, como si quisiese retrasarse un poco más.

—No hace falta. Todavía no. Si nos gusta lo que están organizando en Harrington, podremos volver y recoger lo que necesitemos más tarde. Si no nos gusta, volveremos de todas formas. Y si nos topamos con Rev, con barricada o sin ella, nos convendrá viajar ligeros de equipaje. Pero no te preocupes, Tilo. Estaremos bien.

—No me preocupo. —Hizo una breve pausa—. No es Rev el que me preocupaba. Por lo que me has dicho de él, es un don nadie.

—Bueno… entonces ¿qué es lo que te ronda por la cabeza?

—Es Harrington. —Tilo frunció el ceño—. ¿Y si, por un milagro, Richie tiene razón? ¿Y si no son más que niños pijos? No son el tipo de gente con el que me he criado. No estoy segura de si… de si encajaré, supongo. No sabré qué hacer. Pareceré idiota. ¿Y si se meten con…? Travis, ¿por qué te ríes?

—Porque, Tilo —dijo Travis, sonriente—, dices cada cosa… —No pudo contener las carcajadas. Extendió el brazo hacia ella y le abrazó a la altura de los hombros. Para tranquilizarla, por supuesto. Nada más—. No parecerás idiota. ¿Cómo ibas a parecerlo? Tienes un aspecto… —Sus grandes ojos miel se encontraron con los suyos. Contempló sus delicados rasgos—. ¿Cómo puedes pensar que parecerás idiota? Y nadie se meterá contigo, Tilo, o tendrán que responder ante mí.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Tilo.

—Vaya que sí —dijo Travis.

—Entonces será mejor que montemos con los demás.

Richie tocó el claxon, como si quisiese enfatizar la sugerencia.

Sin embargo, la impaciencia de sus compañeros no impidió que Travis se volviese hacia la casita. Tilo se fijó en cómo se entristeció su expresión.

—¿Travis? —dijo ella.

—No pasa nada. Estoy listo. Solo pensaba en lo que voy a tener que hacer, independientemente de cómo salgan las cosas en Harrington.

—¿Y qué es?

Se volvió hacia ella y le observó con unos ojos tan llenos de dolor que sintió un nudo en la garganta.

—Enterrar a mis abuelos.

A medida que se aproximaba el momento, Richie empezó a pensarse las cosas dos veces. Hablar era sencillo y no acarreaba consecuencias, pero actuar era harina de otro costal. Y en aquel momento, Richie tenía las piernas tan temblorosas que parecían hechas de agua. Cada vez se aproximaban más a la barricada. Sus músculos apenas podían reunir las fuerzas necesarias para seguir pisando el acelerador del Land Rover. Las manos le patinaban en el volante. Por lo menos la hippie no podía ver la aprensión en su rostro cada vez más pálido.

—Ya casi estamos. —El puñetero Satchwell, aportando su granito de arena para aliviar la tensión—. Reconozco este tramo de carretera. Creo que en la próxima curva…

—No necesitamos un maldito GPS —gruñó Richie—. Ya sé dónde estamos.

La densa maleza a ambos lados de la carretera ofrecía un escondite perfecto para los moteros al acecho. Igual que la pendiente de la izquierda. Igual que la curva. Richie frenó para tomarla con precaución.

—Puedo que no nos pase nada —dijo Simon—. Quizá se hayan marchado.

Pero no. Seguían allí.

—Atención —advirtió Travis desde el asiento del copiloto. Le sobrevino una sensación de déjà vu. Los dos coches accidentados, frente a frente, con los morros casi juntos, bloqueando la carretera. Entre ellos un espacio estrechísimo por el que no podía pasar ningún vehículo.

La chica vestida de cuero pedía ayuda entre estridentes rogativas.

—Se ve que le ha cogido cariño al puesto —observó Mel.

—No ha visto este coche antes y tampoco sabe que nosotros sí la conocemos a ella: eso nos da ventaja —dijo Travis con absoluta decisión—. Richie, haz que cuente.

—Damas y caballeros, por favor, abróchense los cinturones. Vamos a atravesar una zona de turbulencias. —No fue el freno lo que pisó aquella ocasión: era el turno del acelerador. Se hizo el silencio. Richie movió el pie hacia abajo y este, sorprendentemente, obedeció sus deseos. El Land Rover respondió según lo esperado.

Sus grandes ruedas chirriaron sobre el asfalto. Richie apuntó hacia el hueco entre los coches. No podían pasar por él… a menos que lo ampliase. Las rogativas de la chica vestida de cuero fueron perdiendo intensidad a medida que resultaba cada vez más evidente que los ocupantes del vehículo no iban a detenerse a ayudarla. Empezó a gritar hacia los árboles como si fuese a ellos a quienes les estuviese pidiendo auxilio y se quedó ahí, de pie, desafiando al conductor a atropellarla.

De haberse quedado así hasta el final, el vehículo no se hubiese detenido: Richie tenía los ojos cerrados.

—¡Allá vamos! —gritó Travis.

En el último segundo, antes de que la chica vestida de cuero saltase a un lado de la carretera para apartarse de la trayectoria del Land Rover, esta reconoció a sus ocupantes. Travis se dio cuenta de que los había identificado en cuando le miró a los ojos. Y se alegró de ello.

El morro del Land Rover se empotró contra los laterales de los coches que obstruían el camino. El impacto de la colisión sacudió a los ocupantes del todoterreno, zarandeando la cabeza y los brazos de Jessica como los de un títere. El metal se desgarró con un crujido. La goma chirrió sobre el asfalto. La velocidad, peso y tamaño del vehículo, combinados con sus potentes parachoques, hicieron que este arrollase a los coches, arrojándolos a ambos lados de la carretera con violencia y permitiéndole proseguir su camino. Las chicas profirieron un aullido de júbilo. Travis, un grito triunfal.

Travis abrió los ojos de nuevo y fingió haber tenido la situación bajo control desde el principio.

—¡Lo hemos conseguido! Sabía que lo conseguiríamos. Os lo dije. ¿Quién tiene el mando, eh? ¿Quién es el hombre?

—Si te refieres a ti mismo, Richie, será mejor que sigas conduciendo. —Era Satchwell. ¿Es que ese pequeño cabrón no podía callarse o mostrar un poco de agradecimiento?

Pero cuando Richie miró a los espejos retrovisores, vio a qué se refería Simon. Parecía que aún no había resuelto la papeleta: estaban siendo perseguidos por media docena de motoristas. Cada uno de los vehículos que iban tras ellos llevaba a un conductor agazapado y a un pasajero de paquete. Y estos últimos apuntaban con escopetas.

—Joder —gruñó Richie Coker.

Rev no iba a rendirse en su peaje sin pelear.

10

—¿Qué hacemos?¿Qué hacemos? Richie no parecía consciente de que estaba chillando.

Travis se volvió en el asiento para poder ver al enemigo con más claridad. Y vaya si lo vio: mejor de lo que le hubiese gustado. Los motoristas parecían estar ganándose terreno a medida que la carretera se estrechaba y el bosque daba lugar a una sucesión de setos. Parecía que Rev no estaba entre sus perseguidores, pero Travis no tenía ninguna intención de frenar para asegurarse.

Tenemos que dejarlos atrás. Richie, no dejes de mirar a la carretera y no despegues el pie del acelerador. Los demás —dijo mientras el motorista de paquete más cercano apuntaba con la escopeta, listo para disparar—, agachad la cabeza.

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