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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (29 page)

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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Sus pequeñas manos se aferraron a las de Tilo en busca de protección.

—¿Qué pasa? —dijo con un tono malhumorado del que se avergonzó al instante. Los niños a los que se estaba dirigiendo eran o estaba a punto de convertirse en huérfanos. Pero claro, por otra parte, a ella iba a pasarle lo mismo.

—Nos está mirando, Tilo —dijo Enebrina.

—El ojo…

—Un ojo que flota…

—Y que no se va. No se va.

—Haz que deje de mirarnos, Tilo.

—¿Un… ojo? —La muchacha intentó buscarle sentido a las palabras de los niños—. No entiendo… debéis de haberlo soñado, eso es todo. Habréis tenido una pesadilla.

—Podemos enseñártelo —insistió Enebrina—. Está en el bosque. Puede que te escuche si le dices que se marche, Tilo.

Las pequeñas manos la condujeron hasta el lindero del oscuro bosque.

—Pero ¿qué es eso que creéis haber visto? ¿Lo habéis visto todos?

—Es un ojo —repitió Río—. Pero no como los nuestros: solo uno. Y más grande, como una pelota. Y brilla. Y no parpadea.

—Y flota —dijo enebrina—. Flota en el aire. Lo vi cuando salí del baño. Desperté a los demás. Y todos lo vimos. Ahí, Tilo, está ahí. —Señaló hacia la oscuridad con una convicción absoluta.

Pero ahí no había nada, nada en absoluto. Solo árboles y maleza convertidos por la oscuridad en tentáculos y criaturas acechantes.

—Se ha ido. El ojo se ha ido. —Enebrina expresó un alivio que se contagió a todos los niños, que relajaron el agarre con el que tenían asida a Tilo.

—¿Lo veis? —dijo, aprovechándose del cambio en la situación—. Lo habéis imaginado. Aquí no había nada, no había un ojo flotante. Lo habéis soñado. —Sin embargo, una parte de Tilo no estaba segura de cómo era posible que todos y cada uno de los niños hubiera tenido el mismo sueño—. No hay nada de lo que preocuparse.

—Gracias, Tilo —dijo Enebrina, sintiéndose más valiente. Aunque solo por un instante—. Pero ¿y si vuelve?

* * *

Por alguna extraña razón. Mel tuvo la súbita sensación de que nunca había salido de Wayvale, de que no había dejado su casa atrás.

Estaba de pie ante el último peldaño de las escaleras, al final de las cuales yacía su padre, roto y muerto. Fuera, Travis y Jessica la llamaban por su nombre.

—¡Mel! ¡Sal, Mel!

Querían irse. Sus amigos querían que fuese con ellos. Ella también.

Bajó las escaleras.

Su padre parecía llevar muerto mucho tiempo. Su cuerpo estaba rígido y pálido, tan blanco como si la carne inerte estuviese adquiriendo el color del hueso que yacía debajo. Ya no podía asustarla ni hacerle daño. Era cosa del pasado y sus amigos la estaban llamando.

Tenía que unirse a ellos o la dejarían atrás. Tenía que pasar por encima del cadáver de su padre.

Mel levantó el pie y se dispuso a hacerlo.

Su padre la miró. Sus miembros sin vida se movieron. Sus ojos muertos la miraron.

—Nunca te librarás de mí, Melanie —dijo—. Nunca.

Y entonces, se despertó. Estaba en el asiento trasero del Volvo robado de Richie. Jessica, que seguía dormida, se había reclinado sobre ella. Simon iba adelante, mirándola con los ojos entrecerrados y parpadeando como un bobo al no llevar las gafas puestas. Ya era de día en el área de descanso en la que habían parado la noche anterior.

—Mel, ¿estás bien? Has gritado.

—Gracias, Simon, estoy bien. Todo lo bien que se puede estar durante el apocalipsis, por lo menos. —Pero ¿regresaría su padre a atormentarla todas las noches? ¿Era aquello lo que llamaban tener la conciencia culpable? —. ¿Qué hora es?

—Casi las ocho.

—¿Sí? ¿De qué día?

—Viernes. Ayer fue jueves.

—¿Ah, sí? Deberíamos nombrare guardián del calendario, Simon. Así que las ocho del viernes. Deberíamos estar yendo al colegio. —Mel sonrió con desgana—. Ojalá, ¿eh?

Mel salió del vehículo procurando no molestar a Jessica. En unos árboles cercanos bajo los que estaban extendidas algunas de las mantas de Richie («Que se queden las chicas el coche», dijo. «Las tres») se encontraban Coker y Travis, ya despiertos, en torno a un fuego que Travis había encendido. La gorra de béisbol de Richie estaba en su lugar habitual, esto es, colocada en su cabeza. Mel se preguntó si dormiría con ella puesta.

—Anda, aquí está. —El matón sonrió—. Siempre había querido ver qué pinta tendrías a primera hora de la mañana, Morticia.

—Mejor que la tuya, Richie —replico—. Y me llamo Mel. Si vamos a tener que aguantar el dudoso placer de tu compañía, por lo menos di bien nuestros nombres.

—Lo que tú digas, Mel —contesto Richie—. Y me alegro de que te hayas despertado: justo a tiempo para prepararnos el desayuno.

Ella le respondió con un bufido desdeñoso.

—Se te atragantaría, Richie.

—¿Qué tal has dormido Mel? —pregunto Travis.

—He tenido noches mejores…

—Y todavía pueden ser mejores si juegas bien tus cartas —dijo Richie con un guiño lujurioso.

—…pero supongo que dormir un poco es mejor que no dormir nada.

—¿Qué tal están Simon y Jessica?

—Jessica sigue grogui. Simon se ha despertado, pero creo que se conforma con quedarse donde está. Supongo que no le gustara estar cerca de alguno de los presentes. ¿Me pregunto de cuál? —dijo mientras miraba fijamente al chico de la gorra de beisbol. Mel se sentó en torno al fuego… al lado de Travis—. Bueno, ¿y ahora qué?

—Primero vamos a comer algo. Luego, lo que necesitemos hacer, ya que estamos aquí…

—Menos mal que me acorde de coger papel higiénico, ¿eh Mor… Mel? Para ahorrar, podríamos usar los dos lados.

—Gracias por la aclaración —dijo Travis, ceñudo—. Después iremos a casa de mis abuelos. —Fue idea suya descansar el resto de la noche cuando se hubieron alejado lo bastante de Wayvale—. Quedan unos ciento treinta kilómetros…. Deberíamos estar ahí para la hora de comer.

—A menos que nos topemos con problemas—dijo Mel con aprensión.

—Si —admitió Travis—, a menos que pase algo. —sin embargo, lo que le preocupaba no era el viaje, sino lo que podrían (lo que podría) encontrar al final de este. ¿Estarían la abuela y el abuelo vivos y sanos… o lo recibirían dos cadáveres? Le asombraba el hecho de que tanto él como los demás, con la excepción de Jessica, se estuviesen comportando con absoluta normalidad pese al devastador impacto emocional que habían sufrido, pese al sufrimiento, la muerte y el horror. Pensó que el alma de cada individuo había un conflicto permanente entre rendirse y perseverar, entre la derrota y la resistencia, entre claudicar y sobrevivir. En el interior de cada uno había una llama, un instinto, una voluntad de vivir. Tenían que alimentar aquella llama. Cuando cresen su propia comunidad, tendrían que avivarla hasta convertirla en un fuego que prendiese en los corazones y en las mentes de todos y cada uno de sus miembros. Tenían que transmitir ilusión, darle un significado a la vida después de la enfermedad, un valor y un propósito. De lo contrario, Travis estaba seguro de que la raza humana estaría condenada.

—Parece despierto, pero me da que sigue dormido. ¿Hola? ¿Trav?

—Perdón, ¿Qué? —era evidente que Mel le había dicho algo que se le había escapado—. Estaba, eh, un poco ido.

—¿Qué, ya tenías la cabeza en Willowstock? Te preguntaba, ahora que tenemos un rato para pararnos a pensar, ¿crees que todos los adultos se han… ido o, o están a punto de… ya sabes? Quiero decir, ¿todos? ¿En todo el mundo?

—Es casi imposible hacerse a la idea, ¿verdad? —Admitió Travis—. Es como si nuestras mentes fuesen demasiado pequeñas para aceptar la verdad.

—La de Richie sí que es pequeña, desde luego—dijo Mel, picando a Coker. Pero, por una vez, el objetivo de su pulla no contesto: estaba mirando fijamente al fuego, distraído, absorto.

—Puede que la enfermedad haya sido menos virulenta en otros países más pequeños o en los que la población está más dispersa —sugirió Travis—. No sé cómo podríamos descubrirlo y, aunque pudiésemos, no sé en qué medida nos ayudaría a corto plazo. —Negó con la cabeza—. Estamos acostumbrados a un mundo totalmente globalizado. Estamos acostumbrados a ver reportajes por satélite sobre noticias de última de hora que han tenido lugar en cualquier lugar del mundo desde nuestra habitación. Estamos acostumbrados a manejar una cantidad de información incalculable con los dedos, haciendo clic con el ratón. Estamos a saberlo todo de todos. Y ahora no sabemos un carajo. Y no creo que la situación vaya a cambiar.

—Puede que encontremos un ordenador que funcione —dijo Mel—. O una radio, o algo así. O un transmisor. Puede que algunos adultos que hayan sobrevivido en búnkeres de Estados Unidos contacten con nosotros. Quién sabe.

—No. Tienes razón, puede que haya búnkeres —replico Travis—, instalaciones protegidas, entornos controlados…. Puede que incluso haya algunos en este mismo país. Puede que lo único que tengamos que hacer sea encontrar uno, o esperar a que sus ocupantes nos encuentren a nosotros, y todo irá bien. Pero el problema, Mel, es que tenemos que ponernos en lo peor. Por lo visto y hasta que no estemos totalmente seguros, tendremos que seguir adelante con los adultos fuera de la ecuación. Así son las cosas.

—Creo que tienes razón, Naughton. —tanto a Travis como a Mel les sorprendió que Richie decidiese participar en la conversación tan súbitamente, con un tono de voz tan sobrio—. La otra noche paso algo. Por aquel entonces, las autoridades estaban desesperadas. —Y les conto lo de la redada en el parque. Por supuesto, omitió el hecho de que consiguió huir a expensas de Lee (no era necesario confesar que hasta entonces no había estado a la altura de su reputación de tío duro en aquel mundo asolado por la enfermedad).

Tuvo lugar un silencio largo y pesimista.

—Por eso tenía que elegir entre unirme al grupo de Bufón o salir de la ciudad —dijo Richie, como colofón.

—O unirte a nosotros —añadió Travis—. Cuantos más seamos, más seguros estaremos, ¿no? Pero ¿y qué hay de tu familia, Richie? ¿Qué le pa…?

—No-no, Naughton —le cortó Richie de golpe—. No quiero saber nada de lo que le paso a tu familia, más de lo que ya se, por lo menos… así que no es asunto tuyo lo que le ocurriese a la mía. Mi familia está muerta, ¿vale? Dejémoslo ahí.

Mel le miró con curiosidad. Nunca había contemplado siquiera la posibilidad de que Richie Coker tuviese una familia y mucho menos sentimientos hacia ella, es decir, capacidad emocional. Los matones no podían sentir dolor, ¿no?

—Lo que me gustaría saber —dijo ella— es como consigue la enfermedad afectar solo a los adultos. No puede ser algo natural, ¿no? Quiero decir, como la malaria, el tifus o algo así.

—Mi abuelo decía que, en su opinión, se trataba de un arma biológica —dijo Travis—, o el fruto de un accidente en un laboratorio de investigación. Creo que tiene razón, que se trata de un virus diseñado como un arma de destrucción masiva. Creo que la enfermedad fue diseñada para atacar a un grupo concreto: los adultos. El código genético de un adulto tiene que ser distinto al de los jóvenes, y esa diferencia puede convertirse en objetivo, aprovecharse… yo que sé.

—¿Eso qué dices es posible? —pregunto Mel, dubitativa.

—¿Hola? ¿Morticia? Las montañas de cuerpos demuestran que si es posible, ¿o no?

—Pero, insisto, ¿Por qué? Vale, pongamos que es una guerra biológica. Bien. Pero entonces ¿Por qué matar a todo el mundo? ¿Por qué desarrollar una enfermedad que no afecta a los jóvenes?

—¿Por qué a todo el mundo le gustan los niños? —sugirió Richie, bromeando.

—Porque los niños no son una amenaza —exclamo Travis al llegar a esa conclusión—. Pongamos que eres un bando en una guerra, ¿vale? Quieres ganarle al otro bando. Hoy en día se asume que va haber bajas civiles, es inevitable, pero no quieres acabar con toda la población. Si lo haces, ¿sobre quien vas a gobernar? Solo quieres destruir sus ejércitos y acabar con cualquier posibilidad de que se forme una resistencia organizada después de, no sé, que invadas el país o algo así. Y quieres que tus tropas corran el menor riesgo posible. Así que no combates en el campo de batalla, en el plan batalla de Waterloo o desembarco de Normandía: atacas con agentes biológicos, con la enfermedad, y solo matas a quienes pueden defenderse. A los adultos. Y dejas vivos a quienes están más indefensos que no pueden oponerse a tu avance: los niños. Y ya está. Se acabo la guerra. Después, vas tomando el control del país según marchas sobre él, sin correr ni un riesgo.

—Naughton, ¿alguna vez te has planteado ganarte la vida escribiendo? —Le pregunto Richie—. Porque si lo has hecho, olvídalo. Nadie se creería todo eso.

—Es una idea horrible, Travis —dijo Mel, sintiendo un escalofrió.

—Pero en plausible— dijo, defendiéndose—, si alguien es lo bastante despistado como para ponerla en práctica.

—No quiero encontrarme con ese alguien. —Mel hizo una pausa—. T Trav, ¿Qué pasara cuando cumplamos dieciocho, o veinte, o los que sean? ¿Nosotros también vamos a pillar la enfermedad?

—Buena pregunta. Naughton —dijo Richie, recordando las palabras de Terry Niles: «En unos cuatro años, si es que duras tanto, acabaras como yo»—, a ver qué respondes a eso.

—Los adultos que hayan sobrevivido, los científicos, quiero decir, habrán desarrollado una vacuna para entonces. O puede que nuestros sistemas inmunes desarrollen una respuesta por si mismos… ahora estamos resistiendo a la infección, ¿no? Quizá nuestro organismo, nuestros genes o nuestro ADN se adapten. Da igual el cómo: sobrevivimos. De algún modo. Tenemos que creer en ello o ya podemos rendirnos ahora mismo.

—Entonces ¿crees que merece la pena que desayunemos? —Dijo Richie—. A mí me lo parece. Voy por algo para comer.

Mientras se dirigía hacia el maletero del coche, Mel se estiro cuan larga era en la hierba y gimió un buen rato. Miro hacia arriba, hacia la luz del sol que caía como una cascada dorada sobre las hojas y ramas.

—¿Cómo puede seguir siendo tan bonito, Trav? El día quiero decir.

—Porque lo es supongo.

—Ja, que profundo. —Cerró los ojos y rio con desgana—. Eso sí que es filosofía de alto nivel: «Porque lo es, supongo». Y mira que te estabas luciendo como lo de la enfermedad, Travis.

—Lo que quiero decir es que, cuando mi padre murió, pensé que era el fin del mundo. No pensé que podría sobrevivir sin él. Quería que todo terminase, Mel. Quería que el sol dejase de brillar, quería obscuridad, tormentas, vientos helados y lluvia para toda la eternidad. Para que señalasen la muerte de mi padre. Para mostrar que era importante.

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