La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (26 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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—Lo de la comida suena bien, Travis —le apremió Simon, con la vista puesta en el filo que había cortado sus ataduras.

—No sé yo…

—Me lo debéis —señaló Bufón con toda naturalidad. Antes de que Travis pudiese responder, Garth regresó de su expedición al piso superior con el rostro mucho más pálido que cuando fue y negó con la cabeza, apesadumbrado—. Parece que me lo debéis con creces —dijo Bufón.

Travis no tenía otra opción.

—Vale —dijo a regañadientes—. Iremos contigo.

Hasta que llegó la enfermedad, el hotel Landmark había sido el lugar más exclusivo de todo Wayvale. Tras su fachada modernista había más de cien habitaciones elegantes y suites, un balneario y spas, un bar, una sala de estar y dos premiados restaurantes…; sin embargo, todas esas instalaciones necesitaban personal y electricidad para disfrutarse al máximo. En ausencia de ambos, el hotel era poco más que una sombra de su pasado esplendor, un espectro lúgubre. Desde el fin de semana, el negocio no había marchado muy bien.

—Encontramos algunos huéspedes —informó Bufón a Travis y a sus compañeros mientras los conducía a través del recibidor—, pero no estaban en condiciones de pagar antes de marcharse, así que los llevamos a las plantas superiores. Yo que vosotros no iría allí.

—Veo que ahora el Landmark tiene un nuevo tipo de clientela —observó Mel.

El recibidor, la sala de estar y el bar estaban infestados de chavales vestidos con colores oscuros, como una plaga de ratas gigantes. Lo cierto es que la mayoría parecían contentos de estar ahí, reunidos en torno a las velas mientras jugaban a las cartas, charlaban, o deambulaban por la zona en un estado parecido al de Jessica (aunque mucho menos intenso), al no haber unos padres que les dijesen que ya era hora de acostarse. Muchos, sin embargo, intentaban dormir hechos un ovillo sobre las sillas o en el suelo, puede que buscando el olvido en el sueño.

Unos cuantos adolescentes de mayor edad patrullaban la zona metidos de lleno en su agresivo papel de guardias, protegiendo a un gran grupo de niños pequeños acurrucados unos con otros, perplejos en el mejor de los casos, asustados en el peor, que no parecían comprender muy bien los enrevesados acontecimientos que los habían privado de sus hogares y los habían conducido a aquel lugar suntuoso, pero frío. De vez en cuando se oían carcajadas, pero también sollozos.

—Cómo han caído los poderosos —comentó Bufón con frialdad—. Hace una semana, las personas que dirigían este hotel hubiesen llamado a la poli si me hubiesen visto cruzar la puerta de entrada. Garth solía rebuscar entre los restos de la cocina en busca de comida, ¿a que sí, Garth? Pero una semana es mucho tiempo, ahora que existe la enfermedad. Ahora somos nosotros los que dirigimos este lugar. El Landmark va a ser nuestra base de operaciones.

—¿Qué operaciones? —dijo Travis.

Bufón no pareció haberle oído.

—Los hornos funcionan con gas, así que mientras llegue el suministro, podemos encenderlos. Podéis comer algo después. Nuestras expediciones traen de todo: comida, luz, lo que necesitemos. Continuamente. Sin embargo, lo que más necesitamos es gente. Gente como vosotros.

—¿Así que somos el tipo de gente que buscas? —dijo Mel.

—Para mí, sí —sonrió Garth, sugerente.

—Oh, por favor. —Mel pensó que ni siquiera la enfermedad podía cambiar ciertas cosas.

—De eso precisamente es de lo que tenemos que hablar—dijo Bufón—. Venid a mi oficina.

Que resultó ser la oficina del director, aunque parecía que el señor Leonard Evans, cuyo nombre figuraba en la placa de la puerta, no iba a volver a reclamar su puesto de trabajo. Bufón se repantingó tras el escritorio mientras el grupo de Travis se sentaba, precavido, ante él. Garth, la chica de las rastas y un par más se apoyaron en la pared, cerca de la puerta. Travis entendió lo que significaba aquello y optó por seguirles el juego.

—¿Queréis tomar algo?—les ofreció Bufón, señalándoles un minibar a su derecha—. Aquí hay de todo: whisky, ginebra, vodka, una botella de esa cosa azul que utilizan para los cócteles de los ricos y los famosos. Supongo que ahora los ricos y famosos han dejado de existir, se va a echar a perder. Pero bueno, se lo merecen. No voy a derramar una lágrima por la muerte de los ricachones. Cuando estaban vivos, no les importábamos un carajo.

—¿Los jóvenes?—dijo Travis.

—Los que no tenemos nada. Esos somos nosotros, Travis, colega. —Bufón sonrió—. Los que os salvamos la vida: Garth, Kelly, yo, todos nosotros. Somos la basura que la sociedad desecha. Los chicos que nadie quería. Los desamparados. Los fugitivos. Los chicos de la calle. Los rechazados o abandonados por sus padres, repudiados e ignorados por los servicios sociales, tirados en centros de menores como presos en una cárcel. Una generación perdida.

—A mí las cosas me iban bien—dijo Garth desde la puerta—, hasta que mi madre se echó un nuevo novio y se mudaron. Me dejó bien clarito que tenía que elegir entre él y yo. Y lo eligió a él. Desde entonces he vivido en la calle.

—Mi padre era miembro del club del que os rescatamos—dijo la chica de las rastas—. Por lo que yo sé, puede que aún lo sea. No lo he visto en años… desde que empezaron a molestarle mis compañías y el horario que llevaba y me echó de casa.

—Mis viejos pensaban que podían pasar de la ley y obligarme a hacer lo que ellos querían, cosas que…

—Mi padre abusaba de mí y nadie me escuchó. Tenía que huir, tenía que… —Travis vio a Mel estremecerse.

—Y mi propio ejemplo—dijo Bufón—. Trasladado de un centro a otro como un paquete que nadie quiere abrir. Mi infancia no fue más que soledad y miedo. Aprendí rápidamente a no mostrar nunca esos sentimientos. Aprendí a reprimirlos, a taparlos para que no me hiciesen parecer débil. En vez de eso, bromeaba y me reía. De todo. Me convertí en un experto en hacer reír. Por eso me apodaron Bufón. Pero también aprendí otras cosas sobre la política y el poder, sobre la anarquía y la revolución. Leí libros. Soñé. Y cuando ya no tuve edad para estar en un centro, pasé a vivir en la calle y me convertí en un bufón de verdad. Y ahora río de verdad, porque puede que los niños de la calle fuesen una generación perdida, pero ya los hemos encontrado. El mundo ha cambiado radicalmente, de modo que los que estaban abajo ahora están arriba. Ha llegado nuestra hora.

—No estoy seguro de opinar lo mismo—dijo Travis.

—¿No?—contestó Bufón, escéptico—. Entonces deja que me explique con claridad. Fíjate en tu amiga Jessica, por ejemplo, en el estado de shock en el que se encuentra tras la muerte de sus padres y el desmoronamiento del mundo que ella conocía. Porque así fue, ¿no? Tenía padres, por supuesto, casados, ¿a que he vuelto a acertar? Y se querían, ¿verdad? Se querían mucho y tenían dos coches y le compraban ropa bonita y lo último en tecnología, le regalaban todo lo que quería y se fueron de vacaciones a Florida…

—Vale, vale. —A Travis le molestaba la mordacidad con la que Bufón estaba resumiendo (con bastante acierto, todo sea dicho) la vida de Jessica. Había sido una buena vida. Pero no era culpa suya que Bufón y otros muchos hubiesen nacido de padres que no merecían serlo y que les habían negado esa vida. Comprobó que Mel pensaba lo mismo—. No tienes por qué continuar.

Entonces, tengo razón—se jactó Bufón—. Más o menos.

Estás intentando convertir a Jessica en un cliché—protestó Mel—. Pero no es un estereotipo. Es como es y no hay nadie como ella.

—En este preciso instante—dijo Bufón, examinando detenidamente el inexpresivo rostro de la rubia—, me temo que así es. Pero lo que quiero decir es lo siguiente: al haber desaparecido la autoridad impuesta por los adultos, los chicos de nuestra edad vamos a ser los nuevos líderes. Pero ¿qué chicos? Aquellos que son como Jessica no, desde luego, estén en trance o no. Su crianza ha sido demasiado blanda, demasiado débil, muy de la clase media. Estarán demasiado traumatizados por la pérdida de sus padres como para cuidar de sí mismos, mucho menos para organizar y hacer planes para los demás. Ya no sirve para nada. Y punto. —Hizo un gesto condescendiente hacia Jessica—. Sin ánimo de ofender.

Habrá sido sin ánimo, pensó Travis, pero lo has hecho, desde luego.

—No, el futuro está en manos de gente como yo, de chicos de la calle como yo. ¿Sabéis lo duro que es sobrevivir en las calles?—Mel supuso que debía de ser muy, muy duro, pero no le inspiró compasión—. No os podéis hacer a la idea—dijo Bufón—, pero lo vais a descubrir. Todo el mundo lo va a descubrir. Porque gracias a la enfermedad, las calles ahora son el mundo, que tomará forma a manos de aquellos acostumbrados a luchar para sobrevivir, quienes no tuvieron otra opción que hacerse fuertes e independientes. No tenemos familias que llorar… las dejamos atrás hace mucho tiempo. No tenemos que adaptarnos. Los chicos de la calle estamos más preparados que nadie para tomar el mando. Y eso es precisamente lo que voy… lo que vamos… a hacer. Por primera vez, quienes jamás tuvieron el poder pasarán a tenerlo todo. Bienvenidos a la revolución.

—Pero entonces ¿qué vas a hacer?—Travis se inclinó hacia adelante—. Con el poder, quiero decir.

—Llevar a cabo nuestras operaciones—dijo Bufón con una sonrisa—. En primer lugar, hemos reclamado la soberanía de esta parte de la ciudad, de la que, como te he dicho antes, eliminaremos a todos los adultos y todos los chicos que no quieran aceptar nuestro legítimo liderazgo. Después empezaremos a gobernar nuestro territorio.

—¿Para qué?—inquirió Travis, cada vez más inquisitivo—. Asumiendo que llegues tan lejos, Bufón, ¿para quién gobernarías?

—Travis—le advirtió Simon en voz baja—, no creo que este sea el momento ideal para tener una discusión política.

Pero su amigo insistió.

—¿Para todos? ¿Por el bien de todos?

—Trav—hasta Mel le instó a callarse entre dientes.

Pero Bufón se echó a reír, burlón y malicioso.

—¿Para todos? Por supuesto que no, Travis. Primero vamos nosotros. Gobernaremos para nuestro propio beneficio, como siempre hizo el gobierno de los adultos. Después de tantos años rondando por callejones y refugios, de haber sido marginados y rechazados, es lo mínimo que merecemos. —Los rasgos del punki volvieron a mostrar un aspecto adusto—. Y si sois de los nuestros, estaréis de acuerdo. Os uniréis a nosotros. Os estoy invitando a uniros. Es mi propuesta: trabajad con nosotros. Sed parte de nuestro movimiento. Ayudadnos a cambiar el mundo en nombre de los que no tienen nada.

Travis apoyó la espalda contra la silla y negó con la cabeza. Sabía cuál iba a ser su respuesta desde el principio. Era la única respuesta que podía dar.

—No.

—Travis—protestó Simon.

Bufón frunció el ceño.

—Creo que no te he oído bien.

—Has oído perfectamente: he dicho que no. No estás interesado en los que no tienen nada, Bufón: solo estás interesado en lo que pueden proporcionarte. Una comunidad basada en esa premisa no prosperará… no puede prosperar… y no quiero tener nada que ver con ella. Así que la respuesta es no.

—La mía también. Un no como un piano, para que te enteres. —Mel se inclinó hacia Travis y le dio un besazo en la mejilla.

—No le voy a preguntar a la pequeña Miss Secundaria lo que piensa—dijo Bufón, cruel—. ¿Y tú, Simon?

Este se quedó mirando a las expectantes expresiones de Travis y de Mel. La experiencia vital de Simon le había enseñado que la opción más sensata era estar de acuerdo con aquellos que eran más fuertes: de este modo se minimizaban los riesgos de acabar herido. Pero esa misma experiencia no le había enseñado nada acerca de formar un frente común con los amigos contra un enemigo, por muy fuerte que este fuese, porque Simon Satchwell nunca había tenido amigos. Hasta entonces.

—No… no… —murmuró.

—Que yo te oiga.

—No, no quiero… hacer eso que dices. —Y cuando vio el alivio, el apoyo, el respeto que emanaban las miradas de Travis y Mel, estuvo a punto de echarse a llorar. O quizá fuese el terror lo que le humedecía los ojos.

—Bueno—dijo Travis con aplomo—, si eso significa que hemos terminado, te agradezco de nuevo la ayuda, pero creo que nos marchamos. Si podemos recuperar nuestras cosas…

—Creo—dijo Bufón—que deberíais quedaros un rato más.

Una mirada del líder hizo que el grupo de adolescentes se acercase amenazador, hacia el de Travis. Todavía llevaban las armas improvisadas que utilizaron contra el Club Conservador.

Travis se puso en pie de todos modos.

—Hemos dicho que no y lo decimos en serio.

—Ah, pero «no» era la respuesta incorrecta—dijo Bufón, chasqueando la lengua.

Mel también se puso en pie.

—¿Nos estás amenazando?

—¿Amenazando? En absoluto. —Al punki parecía ofenderle aquella pregunta—. Os estoy dando una oportunidad: la de dar la respuesta correcta. Garth, Kelly, chicos… llevad a nuestros invitados a un lugar tranquilo en el que puedan reflexionar. Puede que estén cómodos en la suite de luna de miel.

Levantaron a Simon de la silla, pero este reunió el coraje para protestar. A Jessica la hubiesen movido como a un trasto de no ser porque Mel se interpuso primero para protegerla.

—Como nos pongas las manos encima, chaval—le advirtió a Garth, mirando fijamente a su rostro de roedor—, vas a saber lo que es sobrevivir en un mundo tras la enfermedad con los dedos rotos.

Una mirada de Travis tuvo el mismo efecto disuasorio en un chico con chaqueta de cuero que estaba a punto de cogerle del hombro. Después, dirigió esa mirada hacia Bufón.

—¿Por qué es tan importante para ti? Solo somos cuatro. Tienes diez veces más chicos contigo. ¿Por qué no nos dejas marchar?

—Porque si os dejo marchar, me habréis desafiado sin sufrir las consecuencias—dijo Bufón—. Y no puedo permitir eso, Travis, colega. ¿Qué clase de líder puede mantener su autoridad si permite que quienes le desafían queden impunes? No, vosotros os quedáis. Y si tenéis dos dedos de frente, que creo que sí, cambiaréis de opinión.

—¿Y si no lo hacemos?

—Entonces, Travis, colega, desearéis haber quedado a merced de los viejos. Hablaremos con vosotros por la mañana, y más vale que para entonces tengáis la respuesta correcta. Por la cuenta que os trae.

La suite de luna de miel tenía una enorme cama en la que cabían cuatro personas, aunque los prisioneros no tenían ninguna intención de irse a dormir. Garth, después de que Mel le hiciese ojitos, aceptó dejarles una lámpara de aceite para que al menos pudiesen verse las caras. Sin embargo, Travis prefería mantenerse fuera del alcance de su brillo. La oscuridad iba a juego con su estado de ánimo.

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