La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (22 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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—No pasa nada, mamá. —Travis intentó tranquilizarla y la cogió de la mano—. Puede que papá vuelva.

En cuanto escucho aquellas palabras, Jane Naughton se vio libre de toda angustia y suspiro, tranquila.

—Seguro que sí, cielo. Mi querido Keith me dijo que volvería y que la próxima vez podría reunirme con él. Podré ir con él —Sus ojos brillaron de ilusión—. Tu padre y yo volveremos a estar juntos. ¿No es maravilloso, Travis?

Pero su hijo no pudo responder.

* * *

Simon esperaba estar haciendo lo correcto. Pero tampoco es que tuviese muchas opciones (¿Cuándo las tuvo?). Desde luego, no podía quedarse en casa con los cuerpos de sus abuelos.

Murieron por la noche, juntos, tal y como habían vivido. Simon se preguntó si lo que acabó con sus vidas había sido la enfermedad o la conmoción al ver su casa invadida por una pandilla de marones. Sus abuelos siempre habían creído en valores tradicionales como la honestidad, la integridad y la responsabilidad personal. Puede que no quisiesen sobrevivir en el duro mundo que acababa de nacer. Y Simon no podía culparlos. Tiro la sabana para cubrirles la cara, aliviado de que hubiesen muerto con los ojos cerrados. No podría haberles bajado los parpados.

Paso la mañana en un continuo agobio pensando qué hacer a continuación, adonde ir, en quien confiar. Descartó la opción de llamar a las autoridades… En el caso de que aun quedase una autoridad, esta solo estaría interesada en la gente importante, no en los don nadie Pero consiguió acordarse de un posible aliado, de alguien que le prometió su apoyo en caso de que no lo necesitase.

Siempre que se pudiese fiar de la palabra de Travis…

Simon sabía dónde estaba la calle y como era la casa en la que vivían los Naughton, pero no el número. Recorrió el camino que separaba su casa de su destino del mismo modo que cruzaba los pasillos de la escuela: con cautela y todos los sentidos alerta ante una posible amenaza procedente de cualquier lugar. Su dilatada experiencia como víctima podría, por fin, servirle de ayuda. Estaba acostumbrado a volverse invisible.

Solo cuando apretó el timbre hasta que su dedo se arqueo, sin obtener respuesta, solo después de propinarle puñetazos a la puerta durante varios minutos (imagino que los tablones de roble eran la cara de Richie Coker para motivarse), solo entonces empezó a preguntarse qué haría en caso de no poder encontrar a Travis. Aquella posibilidad le insufló un miedo atroz. Fue entonces cuando fue plenamente consciente de hasta qué punto había depositado su fe en Travis Naughton. Tenía que estar ahí. No podía dejarle tirado.

Y no lo hizo. Por fin, Travis abrió la puerta.

—Simon. —De ningún modo hubiese podido prever la identidad de la visita, pero Travis no parecía sorprendido en absoluto. Su tono de voz era mustio, carente de toda emoción, y su rostro, lívido y tenso.

—¿Te he…? Bueno, no quería molestar… Pero no tengo a donde ir. Mis abuelos han… ha sido la enfermedad. Mis abuelos han… ha sido la enfermedad. Me dijiste que si necesitaba un amigo…

—Será mejor que entres.

Simon siguió a Travis, agradecido, a través del vestíbulo. Sobre una de las sillas descansaba una mochila repleta.

—¿Vas a… alguna parte, Travis?

—Sí. Siento lo de tus abuelos, Simon.

Reparó en que lo más correcto sería corresponderle.

—Travis, ¿y tu madre?

—Ha muerto hace cosa de dos horas. Está arriba.

—Lo siento —murmuró Simon, avergonzado.

—Ahora está con mi padre. Ya he dejado de sufrir —dijo Travis con un suspiro. No es que no pudiese llorar por su madre: es que no le quedaban lágrimas. Ya volverían—. Mi madre ha muerto, así que me voy. Ya nada me ata aquí. Además, es demasiado peligroso quedarse en Wayvale.

—Lo sé. Anoche, una banda de matones entraron en la casa para llevarse el alcohol.

—¿Eso fue todo? —Travis esbozó una amarga sonrisa—. Hoy le han prendido fuego al colegio.

—¿Cómo dices?

—Y el hospital está lleno de cadáveres. La ciudad entera lo está. Y sé que es horrible pensar en ello, pero todos esos cuerpos no tardarán en descomponerse. No quiero pillar el cólera, el tifus o a saber qué. Además, hay una razón más importante por la que marcharse.

—¿Cuál?

—Ya no quedan adultos, Simon. No va a venir nadie a dejar las cosas como estaban: ahora depende de nosotros, los que tenemos dieciséis y diecisiete años. Ahora somos los mayores. Es nuestra responsabilidad formar, organizar y dirigir nuevas comunidades desde las que empezar de nuevo. Y no podemos hacerlo en las ciudades.

—¿Y seremos capaces de hacer todo eso? —preguntó Simon, dubitativo.

—No tenemos otra opción —dijo llanamente Travis—. Si no lo intentamos, nos estaremos rindiendo a la anarquía, a la gente como Joe Drake y Richie Coker. Y no estoy dispuesto a hacer eso, Simon. En memoria de toda la gente buena que ya no está con nosotros, vamos a intentarlo… y vamos a conseguirlo.

La voz de muchacho había recuperado la pasión y Simon vio una vez más, en aquella ardiente mirada azul, al Travis de antaño, y se sintió decidido e inspirado. Creía en Travis Naughton.

—Entonces ¿adónde vamos?

—A Willowstock, donde viven mis abuelos. Es un pueblo en el campo. Un buen lugar para empezar. Puede (es posibles) que mis abuelos sigan vivos, aunque no consigo contactar con ellos por el móvil.

—Las baterías dejarán de funcionar dentro de poco. Los sistemas de comunicaciones se desconectarán. Los móviles serán inútiles.

—Ya nos hemos apañado sin ellos en el pasado. Volveremos a hacerlo. Tendremos que adaptarnos… en muchos sentidos.

—Pero Travis, ¿ya has pensado en lo difícil que empezar una especie de comunidad formada solo por jóvenes? Quiero decir…

—Ya sé a qué te refieres. Pero bueno, ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos. Cada cosa a su tiempo. —O nos volveremos locos, pensó Travis. Temía que en el mundo tras la enfermedad la diferencia entre la cordura y la demencia fuese muy pequeña—. Lo primero que haremos será ir a Willowstock. He intentado contactar con Mel y Jessica, pero hasta ahora no he tenido suerte. Así que voy a ir a sus casas a pie y voy a intentar convencerlas de que vengan con nosotros.

—¿Con nosotros?

—¿O es que quieres que vaya solo? —La invitación era honesta—. Tú eliges, Simon.

—Nosotros. Nosotros, Travis. Gracias.

—Vale. En ese caso, necesito que vuelvas a casa y reúnas algunas cosas. ¿Tienes una mochila, una bolsa de deporte o algo así? Coge ropa, utensilios como abrelatas, cuchillos y tenedores, cerillas, velas si es que tienes… cosas que no podamos hacer por nosotros mismos y que podamos necesitar durante nuestro viaje. Podremos reabastecernos cuando lleguemos a casa de mis a abuelos y montemos una base, así que no cojas demasiadas cosas. Pero tampoco quiero jugármela, así que lleva comida perecedera, pan, queso, carne cocida, cosas así. Tendremos que comernos todo eso antes de que se ponga malo. Dejaremos la comida enlatada para más tarde, ¿vale? —Travis metió la mano en el bolsillo—. Toma una llave para que puedas volver a entrar. Yo usare la de mi ma… la otra. Puede que regreses antes que yo. En cualquier caso, no partiremos hasta que haya anochecido. Después de lo que he visto hoy, puede que sea más seguro viajar de noche.

—¿A cuánta distancia está Willowstock? —pregunto Simon.

—A unos ciento cincuenta kilómetros — respondió Travis.

—Entonces ¿cómo piensas llegar? Yo no sé conducir. ¿Y tú?

—Vamos a evitar las carreteras, aunque parezca la opción más fácil —dijo Travis—, e iremos a pie. Así que en cuanto reúnas las cosas, Simon, puede que te interese echar una cabezada.

Travis encontró a Mel hecha un ovillo en el umbral, fuera de su casa. Tenía los hombros inclinados hacia delante y la cara sobre las manos. Su pelo negro le caía sobre el rostro, acentuando su aspecto acongojado, parecía pequeña, sola y asustada, y Travis quiso consolarla con todo su corazón.

—Mel —dijo. Ella no había reparado en su presencia.

—¿Trav? —Miro hacia arriba, separando sus temblorosas manos de sus ojos llorosos, cubiertos por oscuros manchurrones. Estos le dijeron roso lo que necesitaba saber.

—Lo siento mucho. —Separó los brazos y la estrechó. Se abrazaron con tanta fuerza y tanta emoción que apenas podía respirar.

—¿Qué vamos a hacer, Trav? ¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé. Intentar salir adelante.

—Nuestras pobres madres… —Era evidente que algo en la expresión de Travis revelaba su pérdida—. Quería mucho a tu madre, Travis. La echare tanto de menos como a la mía.

Una extraña nota de alarma resonó en la mente del chico.

—Mel, ¿y tu padre? ¿Está…?

—Está muerto, Travis —contesto Mel fríamente mientras miraba a si amigo sin pestañear—. La enfermedad también se llevó a mi padre.

Travis asintió. Gerry Patrick no era un individuo en el que se quisiese pensar.

—Escucha, antes intente llamarte, como prometí, pero es evidente que… Mira, tenemos que hablar de una cosa ahora mismo. No puede esperar, ¿Podemos…? —dijo, señalando hacia su casa.

—No. —Mel se negó con una vehemencia que le sorprendió. Sus manos le sujetaron las muñecas como grilletes y ella misma se colocó entre Travis y la casa.

—¿Mel?

—No puedo volver ahí dentro. No con mamá y… y papá en ese estado. No puedo. Larguémonos de aquí. Podemos quedarnos afuera, ¿no?

—Claro, si es lo que quieres. Sé que es difícil… no quiero alterarte más de lo necesario, Mel, eso es lo último que quiero. —Sus manos relajaron la presión sobre las muñecas—. Pero si quieres venir conmigo, tendrás que entrar y coger algo de ropa.

—¿Ir contigo? ¿Adónde?

Travis se lo explicó. También le hablo de que habían prendido fuego al colegio. Ella quedo visiblemente conmovida al conocer el destino del señor Greening. Pero gracias a los ánimos del chico, su emoción más visible era el alivio, incluso cierto entusiasmo ante la perspectiva de abandonar Wayvale. Él se sintió prácticamente igual cuando ella declaró:

—Me apunto. ¿Pero dices en serio que tendremos que cargar con Simon Satchwell?

—No seas así, Mel —le afeó respetuosamente—. Necesitaremos a todos los que quieran venir si queremos formar una comunidad mínimamente funcional. Y Simon no es un mal tío, podemos confiar en él. Además, parece un chico listo. Dale una oportunidad.

—Si tú lo dices, Trav —cedió Mel—. Entonces ¿vamos a ir por Jessie?

—En cuanto hayas preparado el equipaje. Ahorraremos tiempo si no tenemos que volver aquí. De hecho, tardarás menos si te echo una mano.

—No. Travis. Espera —dijo, volviéndose a detener—. Tardaré menos si yo recojo mis cosas mientras tú vas. Después, me encontrare contigo en casa de Jessie.

Travis encontró razonable la propuesta.

—¿Has… tapado a tus padres? —preguntó con cautela—. Si no lo has hecho, puede que sea buena idea. Me rompe el corazón pensar que vamos a dejarlos en sus camas, pero no encuentro otra alternativa. ¿Crees que lo entenderían, Mel?

—Querrían lo mejor para nosotros, Trav —le garantizó Mel—. Querrían que viviésemos.

Le alegro ver a Travis alentado por sus palabreas. Le hizo sentirse un poco mejor después de haberle mentido. Espero hasta que hubo desaparecido en dirección a la casa de los Lane antes de regresar al interior. Por supuesto, su padre no estaba pacíficamente tendido sobre su cama. Gerry Patrick seguía tirado de mala manera a los pies de las escaleras, donde había caído y donde permanecía, pues si a su hija le provocaba aprensión y asco tocarlo, mucho más moverlo. Y los síntomas de la enfermedad no incluían cuellos rotos. Ella había sido la causa de la muerte de su padre y, aunque había sido un accidente, aunque Gerry Patrick hubiese muerto poco después (sin lugar a dudas) víctima de la enfermedad, aquel acto debía permanecer en secreto. Sería el secreto de Mel. No podría compartirlo con nadie. Ni con Jessica. Ni con Travis.

Era una carga que debería soportar ella sola.

En aquella ocasión, Travis no me limitó a rondar la zona. Cuando vio que la casa de los Lane estaba exactamente igual que como estaba antes, igual de silenciosa, sintió que no le quedaba otra opción. Puede que Jessica no estuviese dentro. O puede que sí. Quizá había sufrido un accidente que le impedía contestar. Tenía que asegurarse.

Media docena de patadas de kárate después, la puerta cedió.

—¿Jess? ¡Jessica! —Travis recorrió las estancias de la planta baja a toda velocidad. El vestíbulo en el que estuvo sentada Mel hace unos días. El comedor en el que le cantaron el cumpleaños feliz a Jessica. El salón en el que bailaron. La cocina en la que podían servirse el famoso ponche sin alcohol del señor Lane… por última vez. Todas estaban vacías. Reinaba una omnipresente sensación de vacío. La fiesta había terminado. Los invitados se habían marchado. Y no iban a volver.

Travis se detuvo ante las escaleras y los llamó en voz alta.

—¿Jessie?¿Estás ahí?¿Señor Lane?¿Señora Lane?

No tenía sentido retrasarse más. Tenía que descubrirlo por sí mismo.

Al principio, creyó que Jessica estaba muerta. Estaba hecha un ovillo en su cama, completamente vestida pero descalza, quiera y en silencio. No estaba seguro de que respirase.

—¿Jess?

Aunque estuviese dormida, su voz debería haberla despertado. Pero no estaba dormida. Tenía los ojos abiertos. Travis se arrodilló a su lado, en el suelo, y pudo ver sus ojos abiertos. Pero estos no le vieron a él.

No veían nada.

—Jessie, ¿puedes oírme?

Si pudo, no lo demostró. Tenía el pulgar tan cerca de los labios que perecía que estuviese a punto de llevárselo a la boca para chupárselo y tranquilizarse, como los niños pequeños, como los bebés en el útero. Volvía a estar en útero.

—Dios mío, Jessica, ¿qué te ha pasado? —Aterrado, Travis extendió la mano hacia ella y le acarició du densa melena rubia, deslizándola sobre la suave curva de sus hombros hasta llegar al brazo. Era como acariciar una piedra, dada su falta de respuesta.

Se puso en cuclillas, abatido. Por primera vez, se percató de los pósteres de la habitación de Jessica. Alguien los había destrozad hasta dejarlos hechos jirones. A la chica de la melena habían cortado la cabellera. El rostro, injustamente atractivo, del cantante de aquel grupo cutre de chicos que tanto le gustaba a Jessica estaba desgarrado, como si le hubiese atacado un melómano asesino en serie. Incluso aquel póster de ponis que tanto le gustaba a Jessica desde hacía años estaba mutilado más allá de cualquier posible recuperación. Aquellas atrocidades eran obra de Jessica, aunque Travis no pudo imaginar qué la empujó a hacerlo.

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