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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (23 page)

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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Pero tenía que comprobar una cosa más.

—Espera aquí, Jessie —susurró—. No me voy a ir muy lejos. Voy a cruzar el descansillo. Volveré enseguida. —Se inclinó sobre ella y le dio un cariñoso beso en la mejilla—. Enseguida vuelvo. No voy a abandonarte.

El señor y la señora Lane estaban tumbados sobre la cama. Travis supo que estaban muertos incluso antes de abrir las cortinas. Tenían la piel cubierta por los atroces círculos de la enfermedad. Curiosamente, dado su estado, ambos estaban vestidos (Stephanie Lane hasta tenía los zapatos puestos, que asomaban de debajo del edredón). A juzgar por sus expresiones, Ken Lane se enfrentó a lo inevitable con humildad, sin oposición, como si hasta en la hora de su muerte no quisiese molestar. Sin embargo, su mujer no había cedido ante la muerta con la misma facilidad: tenía los brazos completamente extendidos y el cuerpo retorcido hacia la izquierda como si quisiese esquivar, a la desesperada, un objeto que estuviese a punto de alcanzarla.

Travis colocó a la madre de Jess boca arriba con tanto y respecto y cruzó las frías manos de ambos sobre sus pechos. Después, le quitó los zapatos a la mujer y los colocó en el suelo.

Lo siento.—Las lágrimas se deslizaron por su rostro—. Siento que hayan muerto. Sé que no hubiesen querido dejar a Jessica sola de este modo, pero quiero decirles una cosa, si es que pueden oírme desde el lugar al que hayan ido sus almas: no tienen que preocuparse. No tienen que preocuparse en absoluto. Cuidaré de ella por ustedes. Me aseguraré de que este a salvo. Se lo prometo.—Miró los cuerpos de los Lane por última vez— Adiós.—Y cubrió sus rostros con el edredón.

Se quedó quieto, mirando los cuerpos tapados de los padres de Jessica mientras le sobrevenía un profundo desánimo y comprendía, poco a poco, la reacción de Jessica ante los horrores que estaban teniendo lugar en sus vidas. Qué tentador resultaba negar que existiesen no pensando en ellos, librando la mente de todo pensamiento y norte, sumergiéndose voluntariamente en la oscuridad y el olvido. Que el mundo y sus problemas pasasen de largo. Abandonarse…

El grito de una chica le sacó de su estupor. Provenía de la habitación de Jessica.

Travis dejó escapar una maldición y atravesó el descansillo a toda velocidad. ¿En qué estaba pensando? No tenía derecho a contemplar la posibilidad de refugiarse en el olvido. Tenía responsabilidades. Había gente que dependía de él. Jessica. Simon.

—¿Mel?

Estaba arrodillada donde hacía unos minutos (o quién sabe cuánto tiempo) se encontraba él, al lado de Jessica. No se había movido.

—La puerta estaba rota. No llamé a nadie por si la había echado abajo alguien que no fueras tú. Travis…—dijo levantando la mirada hacia él, angustiada y perpleja—, ¿qué le pasa a Jessica?

El chico se pasó la mano por su enredado pelo castaño.

—No lo sé. No sé… creo que se ha aislado.

—¿De qué?

—De todo. De la realidad. Mel, he encontrado al señor y la señora Lane. —La indirecta de Travis fue muy clara—. No creo… no creo que Jessica haya podido soportar lo que está pasando, así que lo rechazo. Se ha retraído en sí misma, se ha encerrado en una especie de trance, o algo así, como un coma, solo que está consciente. No sé dónde leí que se llama catatonia, o estado catatónico.

—Vale. Estado catatónico. Suena a término médico. Entonces ¿cómo la sacamos? Travis — imploró—, ¿cómo la despertamos?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? Creía que lo sabías todo.

—No seas injusta, Mel.

—Esto es lo que es injusto. —Mel abrazó con fuerza el cuerpo inmóvil de Jessica—. Que Jessica se haya visto reducida a este… estado catatónico. Que se haya convertido en un vegetal. Supongo que ese término ya no es tan propio de los médicos, ¿verdad? Bueno, ¿puede vernos, al menos? ¿Puede oírnos? —Travis negó con la cabeza, abatido. Mel zarandeó a Jessica y le gritó al oído—. Eh, Jess, ¿estás ahí? Venga, despierta. Somos nosotros, Travis y Mel. ¡Despierta, Jessie!

—Mel, déjalo. No creo que… —dijo, aproximándose a la cama.

—No tienes que escapar de nosotros. Ni tienes que aislarte de nosotros.

—No es una buena idea, Mel…

—Te queremos. ¿Puedes oírme, Jessie? Escúchame. Te queremos. Te…

—Déjalo, Mel. Así no vas a conseguir nada. —Travis la sujetó con firmeza y la alejó de la chica—. Estos arrebatos no os van a venir bien ni a Jessica ni a ti.

Jessica, cuya protectora posición fetal se había visto alterada por los bruscos zarandeos de su amiga, demostró que aún conservaba un mínimo de movilidad haciéndose una bola una vez más.

—Entonces ¿qué vamos a hacer, Travis? —le desafió Mel— Dime, ¿qué hacemos?

—Puede que salga ella sola. Dale tiempo.

—¿Puede?

—Lo hará.

—¿Cuándo?

—Mel, ¿cómo voy a saberlo? Venga, vamos a ser pacientes y a esperar que Jessica sea los bastante fuerte para volver con nosotros.

—Vale, vale. Ya puedes soltarme. Tengo una idea. —Se me liberó del agarre de Travis—. A Jessie le encantan las historias y los cuentos de hadas, ¿no? Le gustan desde que la conozco. Por eso su padre la llama…la llamaba «princesa», ¿verdad? Entonces, piensa en esas historias de princesas dormidas… quizá ellas tampoco pudiesen enfrentarse al mundo por sí mismas. Quizá por eso permanecían dormidos durante cien años hasta que alguien llegaba a su lado para quedarse con ellas, alguien que la amase, un príncipe apuesto. Quizá por eso necesitaban un beso para despertar. Bueno, Jessie—dijo Mel—, no quedan príncipes apuesto en el mundo, pero si es un beso lo que necesitas…—Se inclinó hacia la chica y oprimió sus labios contra los suyos—. Vuelve con nosotros, Jessica.

No reaccionó.

Pues vaya, se acabaron los cuentos de hadas y los finales felices.—Mel suspiró—. ¿Y ahora qué?

—Nos la llevamos con nosotros, por supuesto—dijo Travis—. Cuidaremos de ella hasta que se recupere. ¿Has traído tus cosas

—Están abajo.

—Bien. Tendremos que reunir algo de ropa y cosas de Jessica. Vale.—Se dirigió a la chica que yacía sobre la cama como una enfermera animando a un paciente—. Muy bien, Jess, ahora vamos a incorporarte y a llevarte a mi casa. ¿Te acuerdas de mi casa? Venga, pónnosla fácil. Incorpórate. Eso es. Bien. —La movió hasta dejarla sentada y, aunque Jessica se movía con la rigidez de un robot, sin ninguna expresión en el rostro, hizo lo que Travis le indicaba. Mel y el chico se miraron en uno al otro, esperanzados.

—Estupendo, Jess—la animó su amiga—. Pero, Travis, una cosa. Vas a ser el jefe de este pequeño grupo, el líder. Nadie te lo va a disputar, lo que significa que vas a tener que cuidar de todos nosotros, y Jessica necesita…va a necesitar una atención especial mientras esté en este estado, ¿no?

Travis tuvo que admitir que estaba en lo cierto.

—Entonces, ¿qué quieres decir?

—Deja que yo me ocupe de Jessica. Deja que sea mi responsabilidad. No te decepcionaré. ¿Por favor?

Miró a Mel con curiosidad.

—Parece que significaría mucho para ti.

—Sé que Jess es importante para los dos, Travis, pero sí —confesó Mel—, significaría un montón.

A los Lane les gustaba Mel Patrick y Travis lo sabía.

—Perfecto entonces —dijo, confirmando que le daba su permiso—, Jess estará a tu cargo. Y ahora, en marcha. Quiero que nos vayamos de aquí en cuento oscurezca.

* * *

—Me estoy muriendo, ¿verdad?—Era difícil discernir la expresión exacta de Marjal Derroway en la tenue luz de la tienda de campaña. Quizá fuese lo mejor. A Tilo ya le afectaba bastante el tono calmado y resignado de su madre—.Está bien. No pasa nada. No estés triste, Tilo.

—Puede que aún llegue alguien mamá. La policía. El ejército.—Aunque después de haber estado en Willowstock, lo creía posible—. Tienes que pelear.

—No lo creo.—¿Había sonreído?— Pelear está mal, Tilo. Todavía tienes mucho que aprender.

—Me refiero a pelear contra la enfermedad—protestó Tilo—. Eso no puede estar mal.

—La muerte no es el final, cariño—dijo Marjal, fatigada—. Es parte del viaje. Es una experiencia que hay que aceptar. Cuando me llegue la hora, la naturaleza me llevará con ella y todo lo que soy regresará a la tierra. Seré una con la naturaleza, al fin, plenamente. Habré descubierto mi propósito tras todos estos años de búsqueda. Surgirá nueva vida de mis restos y a través de ella, seguiré viviendo. Para siempre.

—¿Y todo lo que vas a dejar atrás?—dijo Tilo—. ¿Y yo, mamá?

—Deberías alegrarte por mí, Tilo, y mostrarte agradecida. La naturaleza es buena. Amo a la naturaleza.

Más de lo que me amas a mí, pensó con amargura la chica, pero no lo dijo. No quería pasar las últimas horas con su madre discutiendo. Pero la naturaleza no era buena, no si permitía que un mal como la enfermedad existiese y se expandiese sin control entre la población. Cuando regresó al campamento desde Willowstock, todos los adultos que aún estaban sanos cuando se fue mostraban síntomas de la infección. Incluido Roble. Cuando le dijo, el efecto de sus palabras pareció más devastador que el de la propia enfermedad. Roble se desmoronó, casi literalmente. En aquel momento estaba muriéndose en su tienda, como los demás. Como Marjal.

—No estés triste, Tilo —reiteró la mujer—. Alégrate.

Pero Tilo no pudo sentir alegría, ni siquiera fingirle para tener contenta a Marjal. Puede que a su madre le gustase la idea de ser una con la naturaleza, pero a Tilo no, y jamás le gustaría. Quería seguir viva en aquel mundo de muerte.

* * *

Simon ya estaba en casa de los Naughton cuando Travis y las dos chicas llegaron. A juzgar por su nervioso comportamiento, llevaba esperando un buen rato.

—Empezaba a pensar que no ibais a venir y que os habíais ido sin mí.

—Te dije que volvería, ¿no es así, Simon? —Travis era lo bastante orgulloso como para sentirse un poco herido por las dudas de Simon.

—Y has vuelto. Sí, has vuelto. Debería… oh, perdón. Hola, Mel —dijo mientras extendía la mano.

—Simon—contestó ignorando su gento por completo. Mel siempre había tenido la vaga sensación de que la piel de Simon Satchwell debía de ser húmeda y fría, como la de una rana.

—Hola, Jessi… —Los ojos de Simon se abrieron de par en par tras sus gafas. Jessica Lane era un zombi. Era como su hubiesen lobotomizado o algo así. Tenía la mirada perdida, enfocada hacia delante sin llegar a ver nada, y la boca colgaba medio abierta. Podía andar, sentarse y moverse, pero Mel, que le sujetaba la mano con tanta firmeza que parecían pegadas con cola, tenía que guiarla—. ¿Le ha pasado algo a Jessica?

—La encontramos así —dijo Travis. Y le contó cómo había ido todo.

—Es temporal —insistió Mel—. Se recuperará…enseguida.

—Sí, pero… —Simon pensó a toda velocidad. Había ido en busca de Travis porque confiaba en que él le protegería. No tenía nada en contra de Melanie Patrick (era una chica capaz de defenderse por sí misma) y le gustaba Jessica Lane, la única compañera que le invitaba a sus fiestas (había llegado a soñar con ella), pero si se encontraba en aquel penoso estado, ¿Cómo iba Travis a defenderlos a todos? —. Hasta que Jessica se encuentre, ya sabes, un poco mejor, ¿no será, no sé… una carga?

—Eh, Simon — reaccionó Mel al instante—. Si quieres hablar de cargas, solo uno de nosotros merece ese apelativo. ¿Quieres adivinar sus iniciales?

—No es nada personal. No estoy diciendo nada contra Jessica. Pero ¿no nos retrasará y todo eso? Será como llevar a una inválida.

—Yo sí que te voy a dejar inválido como no te calles —le dijo Mel, furiosa.

—Solo estoy diciendo que quizá sería una idea mejor dejarla en algún sitio en el que pudiese recibir una atención adecuada.

—Venga, vosotros dos —intervino Travis—, ya vale.

—¿Vas a dejar que hable de Jessie como si no fuese más que una lastre, Trav?

—He dicho que ya vale. No vamos de dejar atrás a nadie. Jessica se viene con nosotros. Es una de nosotros. Si eso significa que viajaremos más despacio, pues viajaremos más despacio. Sin peros. Somos un grupo. Somos un equipo. Tenemos que confiar entre nosotros y cuidarnos entre todos. ¿Quién sabe? Puede que nuestras vidas dependan de ello un día, así que será mejor que hagamos un esfuerzo por llevarnos bien. Si no podemos apañarnos entre cuatro, ¿cómo demonios vamos a apañarnos cuando formemos una comunidad de catorce o de cuarenta?

—Vale, Trav, ya puedes cortar en sermón —protestó Mel—. Ya lo pillo. Lo siento, Simon —añadió, no sin esfuerzo.

—Y yo. Ha sido mi culta. Lo siento, es que me pongo muy nervioso. —Y esbozó la halagadora sonrisa que había desarrollado durante años intentando quitarse de encima a los matones—. Te ayudaré a cuidar de Jessica, si quieres.

—No, así está bien —dijo Mel con brusquedad—. Gracias, pero…

—Así está bien —dijo Travis.

Simon volvió a ofrecerle la mano a Mel, esta vez con más decisión, y en aquella ocasión ella se la estrechó. Y resulto que se había equivocado durante todo ese tiempo. La piel de Simon Satchwell era tan cálida y humana como la suya.

* * *

Cuando oscureció tanto que no alcanzaban a verse los unos a los otros en el interior de la casa, se pusieron en marcha. Travis se dirigió al cuarto de su madre por última vez, pero no retiró la sábana para verla. Ahora estaba en su mente, en sus recuerdos, y de ese modo viviría para siempre. No cerró la puerta al salir, pero, por absurdo que fuese, se llevó la llave y la cartera con todo el dinero que había en la casa. Por costumbre, supuso. Se preguntó si volvería a gastar dinero.

Los cuatro adolescentes se pusieron ropa cómoda: vaqueros y deportivas; Travis y Jessica unas chaquetas de vaqueras azules, Mel una de cuero negro y Simon un grueso jersey gris al que su abuela debió de dedicar varias semanas de su vida en tejer. Al parecer, también llevaba una impermeable en la bolsa, por si llovía entre Wayvale y Willowstock (Mel llegó a imaginar que llevaría un paraguas). Travis y Jessica viajaron con las mochilas a la espalda, mientras que Simon y Mel llevaban sus respectivas bolsas colgando del hombro.

El plan, según explicó Travis, era salir de la ciudad cuanto entes y no detenerse hasta el amanecer, tras encontrar algún lugar en el que descansar y dar buena cuenta de las provisiones que habían reunido. Comerían todo lo que les apeteciese entes del anochecer. Mel tendría que dar de comer a Jessica, que si bien era capaz de masticar y tragar la comida por sí misma, lo hacía como una autómata.

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