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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (27 page)

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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—¿Qué tal, Trav?—preguntó Mel después de tumbar a Jessica en la cama—. ¿O la pregunta sobra?

—Nada de lo que dices sobra, Mel—dijo Travis, sonriendo a duras penas.

—Oh, un cumplido. ¿Ya que estás, quieres hacer una promesa de amor eterno antes de encontrarte mañana con el verdugo?

—Mel, no bromees—dijo Simon, temblando—. No están las cosas como para tomárselas a broma. Reconozco a un matón en cuanto lo veo y créeme, Bufón habla en serio. Estamos metidos en un lío de los gordos.

—Pues entonces llevaremos a cabo una fuga de las gordas. ¿A que sí, Trav?

—Lo que me preocupa no es lo que nos suceda a nosotros—suspiró Travis.

—Habla por ti—murmuró Simon desde el fondo de la habitación.

—Lo que me preocupa son los planes de Bufón. Eso del poder para sí mismo. Gobernar… utiliza la palabra «gobernar» como si quisiese ser rey o algo así, como un dictador. Un joven dictador que explote e intimide a los niños. Hace lo mismo que los adultos del club: zanjar cuentas pendientes, dejarse arrastrar por la violencia. Como salvajes. Han perdido el norte.

—Vale—dijo Mel—. Tienes razón. Pero ¿qué podemos hacer nosotros al respecto?

—No tenemos que abandonar nuestros principios. No tenemos que acabar como Bufón o Hoskiss. Tenemos que recordar lo que significa ser humano. Y tenemos que encontrar a otros que también lo recuerden.

—Pues aquí dentro no los vamos a encontrar, Trav—dijo Mel.

—No.

—Pero escucha—le interrumpió Simon—. Tengo una idea. A ver, cuando Bufón venga por la mañana, ¿por qué no le decimos que hemos cambiado de opinión? Le decimos que estamos de su lado, que estamos de acuerdo con él. Por lo menos, así seguiremos vivos. Y después, bueno pues nos largamos a casa de los abuelos de Travis, como planeamos. ¿Qué os parece?

—Podría funcionar, Simon—reconoció Travis—. Pero hay un problema: no pienso apoyar a un matón como Bufón, ni siquiera como parte de un plan. Ni de coña. Cuando venga por la mañana, no estaremos aquí.

Travis caminó hasta la ventana. La suite luna de miel estaba en la tercera planta. Mirar abajo era como observar un pozo muy profundo, y el suelo estaba cubierto de cemento contra el que se romperían los huesos al aterrizar. No, saltar no era una opción.

—Podríamos rasgar las sábanas de la cama, anudarlas y bajar por ellas, o algo así —sugirió Mel—. En las películas lo hacen.

—Por desgracia, no estamos en una película. —Travis se dirigió hacia la puerta—. Solo podremos salir por donde entramos.

—Pero están Garth y el chico de los piercings vigilando.

Por eso mismo, al cabo de unos minutos, Mel se encontró dándole golpecitos a la puerta.

—Garth —susurró con la cara cerca de la madera—. ¿Estás así? Soy yo, Mel.

—Cállate —respondió una voz hosca desde el pasillo.

—Pero Garth, quiero… necesito hablar contigo. Por favor. Porfa.

—Si quieres comer algo, olvídate: son órdenes de Bufón. Además, puede que entres en razón antes con el estómago vacío.

—Oh, Garth —suspiró Mel, intentando sonar seductora y no como si tuviese la garganta cogida—. No quiero comida. Te quiero a ti.

¿Había tragado saliva? Desde luego, eso le pareció a Mel.

—¿A mí?

—A ti, Garth. Y sé que tú también me quieres a mí. Déjame salir. Podemos estar juntos.

—No puedo. —El miedo y el deseo lucharon por tomar el control—. Las órdenes de Bufón son…

—Bufón no tiene por qué enterarse…

—Pero antes, en la oficina —la voz del chico estaba más próxima, como si solo la puerta se interpusiese entre sus labios—, me dijiste que te quitase las manos de encima.

—A eso se le llama hacerse la dura —improvisó Mel—, pero ya estoy aburrida. Prefiero hacer… otras cosas. Cosas entre tú y yo. Y no podemos hacerlas si yo estoy aquí y tú estás allí. —Oyó una profunda respiración. Le sorprendió la claridad con la que se escuchaba—. ¿Estás solo?

—Estoy con Sid. —El chico de los piercings.

—¿Puede oírnos?

—No.

—Pues líbrate de él. No quiero que nos vea…

—¿Que vea el qué?

—¿No quieres descubrirlo por ti mismo?

Una pausa. Mel miró preocupada a un sonriente Travis, que asintió para indicarle que lo estaba haciendo bien.

—¿Y cómo sé que no es una trampa? —dijo Garth. Mel casi podía verle relamiéndose sus finos labios de roedor—. Si abro la puerta, ¿cómo sé que tus amigos no se me echarán encima?

—Están dormidos —mintió Mel—. Y no son mis amigos… ya no. Te quiero a ti, Garth. Además, tú estás armado, ¿no? Hum… me ponen los chicos que saben manejar sus armas.

—Espera. Espera un minuto. —Su entusiasmo era ya evidente.

Mel le oyó gritar órdenes a alguien, presumiblemente a su compañero, el de los piercings. Esperó que fuesen las órdenes correctas. Cuando Garth le dijo a ella que se alejase de la puerta, supo que así era. Levantó el pulgar hacia Travis y Simon, que se agazaparon en la oscuridad del dormitorio.

La llave entró en la cerradura. La puerta y el marco se separaron con la renuencia de unos amantes.

—Oh, Garth —dijo Mel mientras cruzaba el umbral.

Miró fijamente a los ojos del chico, aunque pudo comprobar que estaban ellos dos solos en aquel pasillo iluminado solo por una lámpara situada en el suelo. Mel confió en que el compañero de Garth se quedaría un buen rato allí donde este lo hubiese mandado.

—Gracias, gracias, gracias —dijo mientras Garth cerraba la puerta. Utilizó una llave maestra. Aquello facilitaría las cosas. Sin embargo, la barra corta de hierro que llevaba encima, como una porra, las dificultaba.

—Bueno, a ver si se te ocurre cómo agradecérmelo, nena. —Intentó que sus rasgos de roedor pareciesen masculinos y maduros. Fracasó estrepitosamente, pero qué demonios.

—Vaya si te lo voy a agradecer. —Mel abrazó al chico por el cuello y empujó su cuerpo y sus labios contra los suyos. No podía andarse con remilgos.

—Caray… —Garth estaba a punto de ahogarse.

—¿Sabes cómo me gustaría agradecértelo de verdad, tiarrón? —le provocó Mel.

—No —dijo entrecortadamente—. ¿Cómo?

—Así. —La rodilla de Mel era fina y huesuda. No era una parte de su cuerpo por la que Garth se hubiese visto atraído inmediatamente. Pero la sintió de todos modos. Vaya si la sintió.

Su rostro de roedor mostró el dolor y sorpresa a partes iguales. En cuanto se dobló, Mel lo agarró y el empotró la cabeza contra la pared. Entonces, su expresión se limitó al dolor. Pero Mel no se detuvo, no le dio un respiro. Al tercer o cuarto impacto, la nariz de Garth se rompió, manchando el papel tapiz de sangre. La porra se le escurrió de las manos, Mel la cogió, sintiéndose asustada y poderosa al mismo tiempo. En su garganta se mezclaron el desprecio que sentía hacia su víctima y un sollozo cuando asestó un porrazo sobre la cabeza con el pelo de punta de Garth. No lo bastante fuerte. Incluso después de caer lentamente al suelo, su mano espasmódica tanteó a ciegas hacia ella, como la lengua de un lagarto. Mel apretó los dientes y le volvió a golpear. Al fin, quedó inconsciente.

Dejar a alguien sin sentido parecía mucho más fácil en las películas.

Mel se alegró de poder dejar caer la barra. Después, cogió la llave a toda prisa.

Travis y Simon estaban esperando al otro lado de la puerta, con Jessica entre ellos. Simon también llevaba la lámpara.

—Lo he hecho. Lo… espero no haberle matado.

—Pues yo espero que sí —gruñó Simon.

Travis hizo que Mel cogiese a Jessica y se arrodilló al lado del guardia caído. Le tomó el pulso.

—Vivirá —tranquilizó a su amiga—. Pero va a tener un buen dolor de cabeza. Y puede que necesite que le arreglen la nariz. Buen trabajo, Mel.

—No perdáis el tiempo con él —murmuró Simon, asustado—. Como nos pillen ahora…

—No nos pillarán. —Travis orientó la lámpara hacia el pasillo—. Llegamos a la puerta de incendios, bajamos tres pisos de escaleras y estamos fuera.

—¿Y las bolsas? ¿Y nuestras provisiones?

—Tendrá que quedárselas Bufón, Mel. En marcha.

—¿No deberíamos llevarnos la porra de Garth?

—Mel, si quieres volver a utilizarla, por mí bien.

Optó por dejarla donde estaba.

Se las hubiesen apañado mucho mejor si la escalera estuviese iluminada por una luz más intensa, o si no se viesen retrasados por Jessica, que seguía catatónica. Pero aun así, llegaron a la salida de incendios de la planta baja sin que nadie les persiguiese.

—Esperemos que no esté cerrada o algo así —dijo Travis con la lámpara en una mano y la otra oprimiendo la barra que cruzaba la puerta.

Y no, no estaba cerrada, ni nada por el estilo. Los adolescentes aparecieron en el callejón de la parte de atrás del hotel.

—Los antiguos dominios de Bufón —observó Mel. Tiraron las lámparas: necesitaban la oscuridad.

—Gracias, gracias, gracias… —Simon se frotó las manos y elevó la mirada hacia el cielo nocturno.

Entonces oyeron los gritos, unos alaridos furiosos, derramándose desde la entrada del Landmark hasta llegar a las calles circundantes, resonando por la escalera que habían dejado atrás.

—Esa es nuestra señal —dijo Mel.

Y echaron a correr, alejándose de las voces. Solo querían dejarlas atrás: la dirección no importaba, solo la rapidez, sacarlas toda la ventaja posible. Quizá la gente de Bufón no les viese. Quizá todo iría bien.

Quizá el mundo volvería a la normalidad al día siguiente.

—¡Ahí están! ¡Los veo! —En cuanto los fugitivos abandonaron su escondrijo, el bramido de la multitud se convirtió en los gritos de los perseguidores.

No muy lejos, se encendieron las luces de un coche aparcado.

Travis cruzó la carretera a toda velocidad y miró hacia atrás por encima del hombro. Los perseguían más de dos decenas de chicos. Era imposible identificar a Bufón, pero estaba seguro de que se encontraba entre ellos. Los castigaría personalmente y con severidad por rebelarse públicamente contra su autoridad e intentar escapar. Y a juzgar por la situación, acabaría teniendo su oportunidad: Simon se las apañaba para seguir el ritmo de Travis, pero no había forma de que Jessica lo consiguiese. Mel la sujetaba de una mano y la forzaba a correr, pero su amiga corría sin ninguna prisa, sin instinto de supervivencia.

Bufón y su banda se aproximaban.

—Venga, venga. —Travis frenó para coger a Jessica del otro brazo y correr a su lado. La chica tropezó y estuvo a punto de caer.

—No puede ir más rápido—protestó Mel, como si fuese culpa de Travis.

—Pues tendrá que hacerlo.

—No puede. Tendréis que… dejarnos. Idos Simon y tú, Trav. No nos harán daño, somos chicas. Pero a vosotros…

—Esa no es una opción.

Simon casi avanzaba a saltos, dudando entre huir y quedarse, debatiéndose entre la supervivencia y la solidaridad.

—Por favor. Travis. Mel. Tenemos que darnos prisa.

Pudo oír las palabras de sus perseguidores. No eran para todos los públicos.

Y también pudo oír un coche: un gran Volvo plateado, brillando en la oscuridad, que apareció de la nada acelerando a toda velocidad hacia ellos desde detrás de la muchedumbre. Hubiese atropellado a los chicos si estos no se hubiesen apartado de la carretera de un salto. El coche los cegó con sus faros y se detuvo a unos metros de los fugitivos.

—¿Pero qué…? —Travis entrecerró los ojos para protegerlos del brillo.

El conductor asomó su cabeza tocada por una gorra de béisbol por la ventana.

—Eh, Naughton, Morticia, ¿subís? —gritó Richie Coker.

8

—¿Richie? —dijo Mel.

—¿Coker? —dijo Travis.

Simon no dijo nada.

Sin embargo, el matón los reconoció a la primera.

—Bueno, si vais a subir, subid ahora. No tengo toda la noche. —tras el Volvo, Bufón y sus seguidores se habían vuelto a poner en pie, de bastante peor humor tras caer de bruces contra el asfalto—. Parece que no os sobra ni un minuto. Venga. No me voy a quedar aquí a que esos imbéciles me hagan polvo.

Aquella se había convertido en una noche de pocas opciones, pensó apesadumbrado Travis.

—En marcha —dijo mientras conducían a Jessica hacia el coche, con Mel a su lado.

—Pero Travis… —protesto Simon, indignado.

—Simon, no tenemos tiempo. —Travis ya estaba metiendo a la chica en el asiento trasero.

Simon era consciente de que Travis tenía razón. Solo que cuando miraba los rasgos duros y embrutecidos de Richie Coker no veía a un rescatador: veía a un torturador. Pero subió igualmente al asiento trasero del coche, con Jessica, mientras Travis ocupaba el copiloto.

—El acelerador es el de la derecha —le apremió el chico.

—No me digas —replicó Coker con una sonrisa.

Los chicos atizaron a puñetazos a la ventana trasera e intentaron arrancar la manillas de cuajo (y a punto estuvieron de conseguirlo) cuando Richie pisó a fondo el pedal del acelerador y el Volvo aceleró tan súbitamente que sus ocupantes se hundieron en sus asientos. Tampoco es que les importase: la velocidad del vehículo hizo que sus perseguidores dejasen de ser una amenaza y que los bloques de cemento que arrojaban se quedasen cortos. Richie giró a la izquierda, de un modo que le hubiese valido un suspenso en el examen de conducir, y Bufón desapareció de la vista, aunque no del recuerdo.

—Eh, Simoncete —dijo echando la cabeza hacia atrás, animado—, ¿a estas horas no deberías de estar en la camita con el gorro de dormir?

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