En cuanto a alimentos no les había ido mal, porque no carecían de municiones y el oasis atraía, especialmente de noche, muchísima caza, la que mataban a balazos, o cogían en trampas, proveyéndose así de carne y de trajes cuando el uso concluyó con sus ropas.
—Como ustedes ven —terminó— hemos vivido casi dos años a lo Robinson Crusoe, acariciando la esperanza de que algunos nativos vinieran aquí y nos ayudasen a salir del desierto, pero nadie ha parecido por estas soledades. Justamente, anoche decidimos que Jim me dejase y tratara de llegar al kraal de Sitanda en busca de auxilio. Debía partir mañana y poca o ninguna esperanza tenía de volverle a ver. Y ahora tú, a quien imaginaba olvidado ha largo tiempo de mí, tranquilo y feliz en la vieja Inglaterra, después de lanzarte tras mis huellas vienes a encontrarme cuando menos lo esperabas. Es el suceso más maravilloso que puede ocurrir y a la par también el más afortunado.
Entonces sir Enrique le contó las más sorprendentes de nuestras aventuras y, estaba bien adelantada la noche, cuando dio punto a su relación.
—¡Cáspita! —exclamó al mostrarle los diamantes—, al menos algo os indemniza de vuestros trabajos, a más del hallazgo de mi inútil persona. Sir Enrique se echó a reír, diciendo:
—Pertenecen a Quatermain y a Good. Fue cosa convenida, se dividieran por partes iguales los valores que pudiéramos adquirir.
Esta observación me sugirió un pensamiento. Después de comunicarlo a Good, quien lo aprobó, llamé a sir Enrique a un lado y se lo manifesté, diciéndole era nuestro unánime deseo, tomase él una tercera parte de los diamantes y que si rehusaba apropiársela, se le entregaría a su hermano que había sufrido aún más que nosotros en su tentativa para apoderarse de ellos. A fuerza de instancias consintió en este acuerdo, pero Jorge Curtis la ignoró hasta algún tiempo después.
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Y aquí creo debo terminar mi tarea. Nuestro viaje, cruzando el desierto hacia el kraal de Sitanda, fue en extremo penoso, sobre todo porque teníamos que sostener a Jorge Curtis, cuya pierna derecha estaba muy malparada y constantemente iba soltando astillas del hueso roto; pero al fin llegamos a dicha aldea, omitiendo detalles, que sólo vendrían a ser una repetición de lo que nos aconteció al cruzar por primera vez aquellos tostados arenales.
Seis meses después de nuestro regreso a Sitanda, en donde recogimos las armas y efectos que dejáramos bajo la custodia de aquel viejo bribón, quien no pudo ocultar el disgusto que nuestra vuelta le produjo, pues sin duda, nos daba por muertos y los hacía suyos, nos encontramos buenos y salvos en mi pequeña casita de la Berea, en Durbán, en donde escribo esta historia y desde donde me despido de todos los que me hayan seguido, paso a paso, en la más asombrosa excursión que he hecho durante una larga y bien agitada vida.
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En el mismo momento en que escrita la última palabra, soltaba la pluma, un kafir venía hacia aquí por mi calle de naranjos, sujetando en una caña rajada, una carta que me traía del correo. Resultó ser de sir Enrique y como es interesante, la copio al pie de la letra:
Primero de octubre, 1884.
Brayley Hall, Yorkshire.
Mi querido Quatermain:
Hace algunos correos escribí a usted unas líneas manifestándole que los tres, Jorge, Good y yo habíamos llegado sin novedad a Inglaterra. Dejamos el vapor en Southampton y enseguida nos dirigimos a la ciudad. Quisiera que hubiese visto a Good al siguiente día perfectamente afeitado, con una levita que le vestía como un guante, nuevo lente, etc., etc. Fui con él a un paseo en donde me encontré con varios conocidos y a raíz de presentarlo, hice la historia de sus «hermosas piernas blancas».
Está furioso, sobre todo desde que un mal intencionado lo ha publicado en uno de los periódicos de la localidad.
Pasando a los diamantes, le diré que Good y yo los llevamos a Streeter para que valuase, y en realidad no me atrevo a manifestarle el precio en que los tasaron, es una suma enorme. Afirman que su cálculo es más o menos aproximado, pues nunca han visto en el mercado piedras como éstas ni en tanto número. Parece que son, exceptuando una o dos de las mayores, de magnificas aguas y tan buenas como las mejores del Brasil. Les pregunté si querían comprarlas, y me contestaron que no tenían capital para hacerlo, aconsejándonos que las fuéramos vendiendo poco a poco, porque de lo contrario inundaríamos la plaza y bajarían sus precios. Sin embargo ofrecen cineto ochenta mil por una pequeña porción de ellas.
Es preciso que venga usted, Quatermain, y se ocupe de este negocio, especialmente si insiste en hacer el espléndido presente del tercio, que no me pertenece, a mi hermano Jorge. Good no sirve para el asunto. Emplea todo su tiempo en afeitarse, vestirse y cuanto se relaciona con el atavío de su persona. No obstante, creo que todavía recuerda mucho a Foulata. Me ha asegurado que desde que está aquí no ha visto una mujer que pueda rivalizar con la belleza ni la dulce expresión de su nativa.
Quiero, mi querido y viejo compañero, que venga a esta tierra, y compre una quinta cerca de la mía. Usted ya ha trabajado bastante, posee cuantioso caudal, y casual intento, hay en venta una con aquella condición que le agradará muchísimo. No me haga esperarlo, venga y cuanto antes, mejor. Puede concluir abordo la relación de nuestras aventuras. A nadie las hemos querido contar por temor no se nos crea. Si al recibir ésta, se embarca, llegará por Navidad y lo comprometo para que la pase conmigo. Good y Jorge estarán aquí y también (va por tentación) vuestro hijo Enrique. Le he tenido por compañero durante una semana de cacería y me agrada en extremo. Tiene una mano segura, me metió una carga de perdigones en una pantorrilla y al extraérmelos hablaba de lo útil que es acompañarse de un médico en estas diversiones.
Adiós, viejo mío, nada más tengo que decirle, a no ser que estoy seguro que vendrá, aunque solo sea porque se lo suplica.
Su verdadero amigo,
E
NRIQUE
C
URTIS
.
P. D.— Los colmillos del gigantesco bruto que mató al pobre Khiva acaban de ser colocados en mi salón, haciendo juego con el magnífico par de cuernos de búfalo que usted me regaló; el hacha con que corté la cabeza de Twala está colgada sobre mi escritorio y siento no pudiéramos traernos las cotas de malla.
Hoy es martes. El viernes sale un vapor, pienso que debo complacer a Curtis y embarcarme para Inglaterra, aunque sólo sea para ver a mi hijo y vigilar la impresión de este libro, asunto que no quiero confiar a nadie.
FIN
Sir HENRY RIDER HAGGARD. (Bradenham, 1856 - Londres, 1925) Novelista inglés. Se doctoró en Jurisprudencia en Londres, fue alto funcionario del gobierno, y vivió algunos años en Indonesia y África, tras los cuales regresó a Gran Bretaña, donde desempeñó diversos cargos gubernativos. Se le concedió el título de Sir, fue nombrado vicepresidente del
Royal Colonial Institute
y le fue otorgado el título de KBE (Caballero Comandante, Orden del Imperio Británico).
Su primera novela de éxito fue
Las minas del rey Salomón
(1885), en parte inspirada en
La isla del tesoro
de Stevenson. A dicho éxito siguieron enseguida otros como
Ella
(1887), su continuación,
Ayesha, el retorno de Ella
(1905) y
Las aventuras de Allan Quatermain
(1887). Escritor prolífico y constante, fue también autor de una serie de obras históricas, políticas y documentales. Entre sus más de sesenta novelas, algunas publicadas por entregas, destacan
Nada the Lily
(1892),
La hija de Moctezuma
(1893),
El pueblo de la bruma
(1894) y, posteriormente,
El anillo de la Reina Shiba
(1910),
Cuando el mundo se estremeció
(1919) y
Belshazzar
(1930).
Las novelas de Haggard, que era amigo de Rudyard Kipling, son novelas de aventuras, según declaró explícitamente el propio autor en su autobiografía
Los días de mi vida
(1926). Posteriormente, se publicaron en colecciones del llamado «género de fantasía», pero a finales del período victoriano representaron un renacimiento del romanticismo, relacionado con las tensiones internas y los mitos de las colonias y el Imperio. Era narrativa popular en el sentido más amplio del término, y sirvió como instrumento de propaganda de los ideales imperialistas.
Haggard creía en la misión cultural civilizadora del Imperio Británico, y creó a sus héroes y heroínas según un modelo coherente: belleza y fuerza física junto a nobleza y valor, cualidades que les asemejan al prototipo de ideal épico de virilidad y femineidad. La ambientación exótica, con sus correspondientes descripciones de culturas misteriosas y fabulosas, la presencia de lo sobrenatural y un ágil ritmo narrativo (Haggard no se detiene en introspecciones psicológicas), le aportaron un éxito de público todavía vigente.
[1]
Descubrí ocho variedades del antílope que previamente desconocía en absoluto y muchas nuevas especies de plantas pertenecientes en su mayoría a la tribu de las bulbosas.
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[2]
El «Pozo Negro», horrible prisión así denominada en la citada ciudad.
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[3]
Esta cruel costumbre no existe entre los kukuanos; es muy común en las tribus africanas cuando se va a comenzar una guerra o a celebrar un acontecimiento de importancia.
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[4]
Según ley entre los kukuanos, ningún individuo de la familia real puede castigarse con la muerte sin su consentimiento, el que nunca es rehusado. Se le permite elegir una serie de adversarios, que deben ser aceptados por el rey contra quienes combate sucesivamente hasta morir.
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[5]
Personaje de la tragedia Macbeth, de William Shakespeare.
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[6]
Esta costumbre, extraordinaria y negativa, para mostrar el más intenso respeto es muy común en los pueblos africanos y el resultado es que si, como suele ocurrir, el nombre tiene un significado, éste se expresa con otras palabras o idioma. De esta manera el nombre pasa de generación a generación, hasta que al fin, el antiguo queda completamente sustituido por el nuevo.
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[7]
A menudo nos confundía el hecho de que la madre de Ignosi, llevando un niño en los brazos, lograra sobrevivir a los peligros de un viaje a través de las montañas y del desierto, que tan cerca estuvieron de concluir con nosotros. A mí se me figura, y lo digo al lector por si sigue mi parecer, que ella debió elegir esta ruta y andar errante como Agar por las tostadas arenas. Si así lo hizo, nada inexplicable hay en su historia, puesto que, bien pudo ser recogida, conforme a la relación de Ignosi, por algunos cazadores de avestruces, antes que ella y su hijo estuviesen extenuados por falta de alimentos, y guiada por jornadas a la tierra fértil, desde donde, poco a poco alcanzaría el país de los zulúes. —A. Q.
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