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Authors: Hernán Casciari

Tags: #Humor

Más respeto, que soy tu madre (6 page)

BOOK: Más respeto, que soy tu madre
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—¡Ya te he dicho que no le digas sarasa, Toño…! Y aquí nadie baja puntos ni sube puntos; esto no es un bingo, Antonio, es una familia.

Pero el niño sigue en sus trece:

—¡Y una mierda, mamá! A mí me parece que ahora el peor hijo es él, y yo paso a ser el anteúltimo peor hijo… Yo lo máximo que hago es colocarme, pero a él se la meten por el culo, que es mucho peor. Yo creo que a mí me corresponde subir puntos.

¡Ay, Virgencita, qué rápido ha ocurrido todo entonces! El movimiento del brazo derecho del Zacarías ha sido biónico, como los leones de los documentales cuando saltan encima de una gacela. Yo juro por Dios que no vi el golpe: solamente oí un zumbido y después al Toño despatarrado contra la pared. La cabeza le ha sonado como un tarro de leche en polvo. Cuando volvíamos del hospital en el taxi, al Zacarías todavía le quedaban ganas de hacer chistes.

—¿No querías puntos, tú? Pues te han puesto doce, subnormal —le decía al Toño, que ahora tiene la cabeza toda vendada, pero sigue contento.

—¿De qué te ríes, niño? —le digo cuando entramos.

—Con turbante parezco más alto, ¿no? —nos dice el gilipollas mirándose en el espejo del recibidor.

Mostaza y mayonesa

Al Nacho, pobre ángel, se lo ve muy deprimido todavía, aunque un poco mejor que ayer. Anoche estuvo cenando en casa muy callado, pero con la frente alta. Fue la primera vez que se cruzaron él y mi marido después de la bronca de ayer, y parece que el Zacarías empieza a querer entenderle. El problema es que mi marido no es de hablar abiertamente de las cosas. En un momento le pasa la mayonesa al Nacho, y el Nacho dice:

—No, gracias, papá; el pollo, lo prefiero con mostaza.

—¿Pero alguna vez has probado la mayonesa, hijo? —le pregunta el Zacarías.

—He probado las dos cosas, y me gusta más la mostaza, papá.

—Pero habiendo tan buena mayonesa en este país —insiste mi marido—, no me entra en la cabeza que te guste la mostaza.

—He estado cinco años comiendo el pollo con mayonesa solamente para aparentar —se sincera el Nacho—, pero ya me he cansado.

Zacarías no da el brazo a torcer:

—Igual nunca has encontrado una buena mayonesa que te haya puesto los pelos de punta…

—No es una cuestión de calidad, papá —niega el Nacho—, con la mayonesa no siento nada, en cambio con la mostaza soy yo mismo, y quiero sentirme orgulloso de comer mostaza.

—Tendría que haberte llevado a probar mayonesa cuando tenías doce o trece años —se lamenta el Zacarías—, como se hacía antes.

Don Américo asiente en silencio. El Nacho le pone una mano en el hombro al padre:

—No es eso, no te culpes de nada.

El Zacarías pone su propia mano sobre la mano del Nacho y a mí casi se me caen las lágrimas. Los dos se quedan mirándose un segundo en silencio, como si de repente se vieran por primera vez. El Nonno, que había seguido la conversación muy serio, rompe la magia:

—Bambino, ¿e no has probaddo nunca la salsa rosa, que é mayonesa e mostaza tutto a la vez?

—¡No seas pervertido, papá! —se asquea el Zacarías—. ¿No ves que hay criaturas en la mesa?

El sexo en la tercera edad

Ayer por la tarde don Américo estaba muy alicaído porque su ídolo máximo, Michael Jackson, está acorralado por la justicia. Mi suegro es fanático del cantante desde los años ochenta; ahora ya mucho menos que antes, porque un día el pobre viejo se rompió la cadera bailando breakdance, pero siempre ha seguido escuchando sus discos. Estuvo hasta la noche informándose por la radio sobre las últimas novedades, y cada dos por tres gritaba:

—¡Non claudique, Miquele, escuéndete!

Y fue así, escuchando la radio, cuando el ánimo le cambió por completo: ahora está eufórico. Se acaba de enterar de que el padre de Julio Iglesias fue padre a los ochenta y ocho años, y desde que lo supo se ha olvidado de Michael Jackson: ahora quiere rehacer su vida y darle un hermanito al Zacarías.

—¿Non te piachería un germano per jugare, filho? —le dijo anoche en la mesa.

Yo creo que mi suegro siente mucha culpa por la infancia de mierda que le dio a mi marido y ahora necesita empacharle con todo el amor que no le ha dado antes. También creo que de un tiempo a esta parte a mi suegro ha empezado a írsele mucho de la cabeza, todo hay que decirlo.

—¡Pero qué dices, papá, si tú no tienes novia ni nada! —le dice el Zacarías, que a mí me parece que en el fondo no le gusta compartir.

Los demás nos reíamos por la salida de don Américo, pero la Sofi, que es una malhablada, sobre todo en la mesa, le pregunta:

—¿Pero a ti todavía se te pone dura, yayo?

Nos quedamos todos mirándola con el corazón en la boca. Por un lado la pregunta nos pareció muy fuerte, pero por el otro ya era hora de que alguien le preguntara algo así a un anciano, porque mayormente el deseo de todo el mundo es saber si a los viejos les funciona el aparato.

Yo siempre digo que la juventud de hoy es menos hipócrita que nosotros, que pregunta las cosas abiertamente. Y además es una juventud muy curiosa, que cuando crece utiliza esa curiosidad para hacer avances científicos y ganar los premios Nobel. Lástima que, en este país, los padres de la juventud de ahora tengan tan poca visión del talento ajeno y además la mano tan larga, porque el Zacarías le ha dado un revés de zurda a la maleducada de la Sofi que seguro que a la niña ahora no le quedan ganas de inventar la vacuna contra el cáncer cuando sea mayor. Uno más de nuestra familia que se perderá la comunidad científica.

Por otro lado yo no quise decir nada en la mesa para no volver a sacar el tema, pero más de una vez he entrado al servicio apurada y me he encontrado a don Américo en la ducha, y no solamente se le pone dura, sino que además la tiene enorme. Y eso que generalmente en el agua encogen.

Yo, la verdad, muchas veces pienso que el Zacarías no comparte el ADN sexual de su padre. Mal que me pese.

Familia de intelectuales

El domingo la Sofi iba por la mitad de
Juan Salvador Gaviota
y nadie lo podía creer. Debe de ser la primera de esta familia (con excepción del Nacho) que va por la mitad de algo que tiene páginas. El fin de semana se ha pasado como quince horas boca abajo, en el suelo de la cocina, leyendo. El libro es corto, pero ella tarda en leerlo porque también es corta. Todos pasábamos por encima de ella, al principio pensando que estaba dormida o llamando la atención, pero en una de esas se le ha escapado una lágrima y después un suspiro y nos hemos dado cuenta de que no, que estaba despierta y que además leía, la criatura.

Al Zacarías no le gusta mucho que los hijos lean, porque según él toda la enfermedad del Nacho viene a raíz de la lectura, cosa que un poco es cierta y un poco no. También tiene que ver con que el Nacho no ha hecho la mili, pero eso el padre no lo cuenta.

La cuestión es que mi marido ha estado todo el domingo importunando a la Sofi para que dejara el libro: le ponía la tele a todo volumen, le pisaba la cabeza y hasta ha llegado a empaparla con el sifón (como si no se diera cuenta), pero la niña seguía enganchada al libro y no lo soltaba.

—¿Tiene miel ese libro de las gaviotas? —le dice el Zacarías en un momento, pero la Sofi no le prestaba atención al padre ni para discutir.

Entonces mi marido se ha encaprichado, porque no le gusta que no le hagan caso cuando habla, y le ha dicho que le diera el libro a ver qué era.

—Vamos a ver, trae para aquí, no sea cosa que estés leyendo un libro guarro —le dice, y la Sofi va y le pasa la novelita.

No tendría que haberle dado el libro. Ahora el Zacarías está desde anoche con la Gaviota y no me apaga la luz del cuarto. No solamente que no me puedo dormir (porque mi marido cuando se emociona se suena los mocos fuerte) sino que la Sofi se ha ido con el Manija, el hijo del carnicero, quién sabe adónde y ya son las cinco de la mañana y todavía no ha vuelto.

Le acabo de decir al Zacarías:

—Oye, que la niña está con el Manija en la calle y ya está amaneciendo… Lo más probable es que se nos la estén cepillando…

—Dios lo quiera —dice el Zacarías emocionado, y lee rápido las páginas que le quedan para ver si puede terminar el libro antes de que llegue la nena y se lo quite.

El Nacho ya tiene un nuevo amor

El tango lo dice muy claro: «Es muy duro matar a un amor sin tener otra piel donde ir», y si bien el Nacho no ha matado a su amor porque más bien se le ha muerto solo, el duelo parece que le ha durado poco.

Las malas lenguas en este barrio más que malas son mafiosas, así que ayer noche he cogido el toro por los cuernos y se lo he preguntado de frente a mi hijo, porque me gusta saber las cosas de primera mano:

—A ver, Ignacio —le digo—. ¿Qué hay de cierto en eso que dicen las cotillas del barrio?

—¿Y qué dicen ahora?

—Que te estás beneficiando al Borja, al gordito de la funeraria, dicen.

El Nacho se pone rojo de vergüenza y no me mira a los ojos, pobre angelico. Lo que hace es empezar a dar golpecitos con los dedos en la mesa.

Lo tranquilizo:

—Soy tu madre, puedes confiar en mí —le digo.

Y entonces se me abre como un monedero:

—Al Borjamari yo ya lo conocía de vista —me suelta como un chorro de agua fresca—, pero en el entierro de José María ha estado muy atento, y en los momentos más duros, cuando yo pensé que me hundía, él siempre venía con un cafetito y me preguntaba si necesitaba algo… Es un muchacho muy sensible Borja —me dice, todo emocionado.

—¿Entonces es verdad, mi niño? —le digo yo, que tenía la esperanza de que el chaval me cambiase un poco los hábitos después de la muerte del novio—. ¿Y tiene que ser con un sepulturero, no podías escoger algo menos… qué sé yo… algo menos macabro?

—Enterrar gente es una profesión como cualquier otra, mamá… Además, el Borja no es lo que la gente piensa. Todo el mundo lo ve muy seco, vestido siempre de negro, emocionándose con la muerte, pero yo lo he conocido muy bien estos días, y es muy tierno. Por la noche llora siempre. Ve películas de amor y llora. Además, es tan limpio…

—Vale, Nacho, si tú eres feliz… —le digo—. Lo que no quiero es que vivas escondiéndote siempre. Ahora que tu padre ya lo sabe todo, lo mejor es que no vuelvas a vivir en la marginación. ¿Por qué no lo invitas a cenar a casa y nos conocemos todos como Dios manda?

¡Ay, qué emoción le ha dado al Nacho mi propuesta! Casi pegaba saltitos de la alegría. Me ha dicho que sí, que algún día de esta semana vendrán los dos. Aunque en un momento se le ha torcido el gesto:

—¿Y no piensas que papá le puede hacer algo si lo traigo a cenar?

—Con tu padre nunca se sabe, Nacho —le digo.

—¿A quién hay que matar? —dice el Zacarías, que siempre entra de golpe y escucha lo que menos tiene que escuchar.

Una cena demasiado larga

Son casi las seis de la mañana. Amanece. Toda la familia en el patio alrededor del Borja. Esta cena, que empezó a las diez de la noche (maldita la hora que se me ocurrió invitar a nadie), va a ser la cena más larga de la historia. Solamente espero que no terminemos todos en la trena. La cosa comenzó bien: nada del otro mundo. Estuvimos toda la tarde preparando pizza para agasajar al muchacho. El Nacho estaba nervioso. Borja llegó puntual, todo de negro, un señor. Nada indicaba que pasaría lo que iba a pasar. Cenamos los siete en silencio. Don Américo y el Zacarías cada dos por tres miraban al Borja de forma rara, pero es que no están acostumbrados a la gente que sabe usar los cubiertos. Un caballero, eso es el muchacho. Come con la boca cerrada, mastica muchas veces cada bocado, pide permiso para todo. Las cosas empezaron a fallar en la sobremesa. Antes de traer el postre. Creo que todo lo desencadené yo misma, cuando le pregunté al invitado:

—Y qué tal, muchacho, ¿te ha gustado la pizza?

El Borja se limpia la boca con la servilleta, se pone lentamente de pie y dice:

—Si puedo decir la verdad, ésta no es una pizza al uso, suponiendo que exista una definición general para un concepto tan abstracto como la pizza, pero lo que sí está claro es que es toda una apuesta por el más pésimo gusto. Si aceptamos la infalibilidad del representante de Dios en la tierra, por supuesto en cuestiones culinarias nada más, esta pizza es infumable.

Yo veía a mi marido que miraba para todos lados, pero pensaba que estaba simplemente distraído; nunca me imaginé que buscaba con la mirada algún objeto contundente.

—Gordito, ¿pero vó manshaste la pizza o parlas perque parlare é grati? —alcanza a preguntar mi suegro.

—Mamá —me dice la Sofi al oído—, ¿este señor está colocado?

—Si está colocado, que comparta —dice el Toño—. Mira si además de sarasa, este tío va a resultar un rata.

—¿Entonces no te ha gustado la pizza, muchacho? —digo yo, un poco desencantada.

—Teniendo en cuenta que ustedes afirman tener una pizzería cuando en realidad tienen una agencia de publicidad que está intentando colocar una novela en el mercado editorial, debo reconocer que por lo menos han preparado la cena ustedes mismos.

—Ay, Borjita, ¿qué estás diciendo? —se queja el Nacho, que me parece a mí que se iba desenamorando poco a poco.

—Borja, ven un momento al garaje conmigo —le dice el Zacarías—, que tengo un regalo para ti. Ven, ven…

—Zacarías, te quedas quieto ahí mismo —le digo yo a mi marido, que se le nota cuando quiere morder a la gente.

—Venga ya, mujer —dice el Borja mirándome muy raro—, diga la verdad: usted no es Lola, es un conjunto de autores catalanes, y estas paredes son falsas, todo es un decorado, ¡todo es falso! Todos están obsesionados conmigo, ¡todo esto es falso, es una agencia de publicidad catalana!

Mientras decía esto, se había levantado de la mesa e intentaba tirar las paredes del comedor, buscaba en los cajones, se fijaba detrás de las cortinas y correteaba por los pasillos de toda la casa, buscando las oficinas de una agencia de publicidad. Pobre muchacho.

—Nacho, discúlpame —dice la Sofi—, pero me parece que tu novio nuevo tiene un problema en la cabeza.

Solamente le faltaba ese dato al animal del Zacarías: «novio nuevo». Eso nada más le faltaba para que abriera de par en par la puerta de su propia jaula. La Sofi debería haberse mordido la lengua. El Borja iba y venía por toda la casa, buscando en alguna habitación una agencia de publicidad, al grito de «todo es falso, todo es falso», cuando el Zacarías oyó la frase «novio nuevo» y fue el acabose.

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