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Authors: Carlos Sisí

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción

Panteón (5 page)

BOOK: Panteón
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Sin embargo, ninguno de los dos dijo nada más. Subieron con soltura por la escalera de mano que conducía a la parte superior del Mamut, seguidos por Bob. Éste sujetaba la campana con una mano y utilizaba la otra para trepar. Una vez arriba, buscaron la escotilla de acceso.

Como Ferdinard había predicho, estaba abierta.

—Fer, espera un segundo —dijo Malhereux.

—¿Qué pasa?

—¿Y si queda alguien dentro?

Ferdinard miró el agujero. Descendía unos tres metros hacia una cámara oscura, de la cual sólo podían ver el suelo ribeteado de pequeñas protuberancias.

—Bueno, escaneamos la zona en busca de formas de vida. No había ninguna señal.

Malhereux seguía mirando por el agujero, hacia la oscuridad.

—Me quedaré más tranquilo si Bob entra primero —dijo entonces.

Ferdinard no dijo nada. Generalmente, era él quien aportaba la dosis de prudencia, y ese pequeño cambio era bienvenido. Malhereux siempre parecía pensar que todo saldría bien, y a veces no era así.

Bob respondió a la orden de exploración al instante. Utilizar los rudimentarios controles del dispositivo del traje tenía sus limitaciones, y las órdenes no fueron tan completas como les hubiera gustado. Para empezar, se lanzó por el agujero hacia abajo sin utilizar las escalas, y aterrizó en el suelo produciendo un ruido terrible de metal contra metal. Aún llevaba la campana en la mano: nadie le había dicho que su orden anterior estuviera cancelada. Acto seguido, se fue hacia la derecha y desapareció de la vista.

—Se ha llevado la campana —dijo Malhereux, divertido.

—El factor sorpresa —añadió Ferdinard.

Ambos se miraron, con una media sonrisa dibujada en sus rostros aún teñidos por la luz roja de emergencia.

Bob tardó algo menos de un minuto en explorar el interior del vehículo. Cuando volvió, giró su tosca cabeza hacia arriba y en su pecho apareció de nuevo la cálida luz verde.

—Bueno, vamos allá —dijo Malhereux.

—Ha estado bien que enviemos primero a Bob. Si seguimos haciendo bien las cosas, aún tendremos una oportunidad.

Malhereux no dijo nada, pero puso los ojos en blanco.

El interior del Mamut no era tan espacioso como habían pensado. La mayor parte del espacio tradicionalmente usado en el transporte de tropas estaba ocupado por una inusitada cantidad de células de energía. Éstas se empleaban para todos los sistemas del vehículo, desde la locomoción hasta el poderoso cañón sónico, pero también para los diferentes elementos de computación.

—Aquí hay energía suficiente para recorrer el planeta entero varias veces —dijo Ferdinard.

—O disparar ese cañón varias estaciones completas.

—Eso también —admitió Fer—. Lo cual me da que pensar.

—¿Qué?

—Bueno, no ha sido precisamente una batalla a gran escala, más bien una escaramuza. Este gigante parece preparado para andar liado durante toda una campaña bélica.

Malhereux miraba los contenedores de células, cuidadosamente alineados e interconectados en la bahía de carga.

—Tienes razón. Las células se descargan si no se usan. Meter todo esto aquí para luego volverlo a sacar para recargarlas no parece muy coherente.

Fer se encogió de hombros.

—Echemos otro vistazo a la cabina del piloto —dijo.

La cabina fue otra sorpresa. El panel de mandos del vehículo y todos sus sistemas no se parecían a nada que hubieran visto antes. Comparados con la consola básica de
Sally
, aquellos sofisticados controles parecían sacados del futuro. Tanto Malhereux como Fer habían estado en innumerables naves de todo tipo, desde las más rudimentarias a las naves de más alta gama, como la
Embassador
, pero nunca habían visto nada similar.

—¡Y además tenemos esto! —exclamó Malhereux, abriendo los brazos como si fuera un director de orquesta. Ante él, un enorme monitor ligeramente cóncavo le miraba como un ojo ciego—. Es precioso, ¿no te parece? Sin palancas, sin volantes… Creía que estas cosas ya no se usaban.

—Sí. Es curioso. No sé si es muy antiguo o muy avanzado. Estos sistemas dejaron de utilizarse por una razón: era demasiado sencillo inmiscuirse en la programación de la nave y piratearla. Al final, los controles analógicos resultaron ser mucho mejores.

—Bueno, quizá esta gente sepa algo que nosotros desconocemos.

—Ya veremos —dijo Ferdinard—. Lo primero que tenemos que averiguar es cómo restituir los sistemas de soporte vital. Cerrar la escotilla, activar los filtros de aire… Si conseguimos eso, podremos quitarnos estos cascos y ganar algo de tiempo.

—Tiempo… —masculló Malhereux—. ¿De cuánto tiempo disponemos, en realidad? ¿Cuánto crees que tardarán en venir a por sus cosas? ¿A por esta… esta campana, por ejemplo?

Bob giró la cabeza para mirar a Malhereux, como si hubiera entendido que estaba hablando del objeto que llevaba en los brazos.

—No lo sé. Qué más da. No podemos influir en eso, así que no nos preocupemos. Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá. Por ahora vamos a trabajar en esto.

—De acuerdo —concedió Malhereux—. Déjame ponerme a los mandos y jugar un poco.

Ferdinard se apartó para dejarle la silla y se quedó detrás, mirando cómo trabajaba. Malhereux tenía un talento natural para esas cosas. Exploraba los controles de la consola moviendo las manos suavemente, como si acariciara el cuerpo de una mujer, y observaba las reacciones de cualquier indicador. Después de sólo unos segundos, el monitor cobró vida, volcando un sinfín de información en la pantalla. Superpuesto contra una imagen panorámica de súper definición del exterior, había un centenar de datos desplegados en pequeños bloques, escritos en un idioma que no podían leer, con caracteres que no reconocían. En el margen derecho se podía ver a
Sally
, todavía anegada en crepitantes llamas.

—Fantástico —exclamó Ferdinard—. ¿Qué idioma es ése?

—Sospecho que ninguno —dijo su amigo—. Algún tipo de código secreto. He leído sobre esto. Probablemente, el piloto llevaba un casco que traducía en su visor esos caracteres. ¡Esto va a ser jodido! A nadie le gusta que el enemigo use sus vehículos y su equipamiento si pierde una batalla.

—Ya veo —dijo Ferdinard, con una mueca.

Cada vez que Malhereux accionaba algo, los datos revoloteaban en la pantalla. El ordenador parecía estar procesando ahora esos datos. Apareció un mensaje en rojo en el centro: dieciséis caracteres sin espacio cuyo significado se les escapaba.

—¿Derrota? —preguntó Ferdinard.

Malhereux soltó una pequeña risa velada.

—¡Probablemente!

—No creo que consigamos comunicarnos con esto, ¿verdad? —preguntó al fin.

—Bueno, déjame que pruebe algunas cosas.

—¿Y podemos maniobrar el Mamut?

—¿Maniobrarlo?

—Conducirlo.

Malhereux frunció el ceño.

—Eso debería ser más fácil. Su función principal es la de moverse. No creo que haya que trastear mucho para averiguar cómo demonios se pone en marcha. Pero ¿para qué?

—Estaba pensando que esta pequeña guarnición debía de venir de alguna parte. Hacia dónde iba creo que lo conocemos. Pensábamos que el planeta estaba vacío, pero ¿podemos estar seguros? Todo lo que tenemos son los sensores de
Sally
, pero tú y yo sabemos que no eran los más avanzados del mercado.

—Pero…

—No, piénsalo —interrumpió Ferdinard—. ¿Para qué vendrían a luchar a un planeta como éste? Por tierra, además. ¿No sería más fácil destrozarse como lo están haciendo arriba, en el espacio? Destruyes la nave y todo lo que está dentro, incluyendo todos los robots de combate, blindados, deslizadores y demás parafernalia… Fin de la historia.

—Tienes razón —admitió Malhereux, asintiendo lentamente—. Pero, Fer, ¿para qué vamos a ir dondequiera que haya estado esta gente? Incluso si hay alguna instalación de cualquiera de los dos bandos, nos desintegrarán en el acto.

—Bueno, no lo sabemos. No sabemos qué puede haber allí. Podría ser un asentamiento civil. Podría ser una estación abandonada.

—Es una locura —exclamó Malhereux—. Pero… A ver esto: ¿y si no venían de allí? ¿Y si iban hacia allí?

—Me he fijado. Las ruedas del transporte venían de una dirección y se dirigía directamente hacia el lugar donde las naves combaten ahora. Regresaban a casa. A la nave espacial.

Malhereux levantó ambas cejas en señal de sorpresa.

—¿En serio? —preguntó.

—Sí. Pensemos sobre esto. Creo que habían cumplido su misión, fuera cual fuese: quizá recuperar esa campana, o quizá no. No he visto ningún otro transporte en la zona, después de todo, y su existencia en una columna tan fuertemente armada es desde luego algo que considerar. Quizá tiene un valor incalculable. Quizá es otra cosa.

Malhereux se volvió para mirar la campana que aún descansaba en los brazos de Bob, como si fuera un bebé que tratara de acunar.

—Eso me gusta —dijo, simplemente. Ferdinard asintió, sonriendo.

—Y ahora considera esto: si nos quedamos aquí, tarde o temprano vendrá alguien. Un grupo de rescate. Una de esas naves de transporte. Recogerán toda la chatarra con nosotros dentro, y eso… Bueno, eso será todo. Fin de la fastuosa historia de los dos chatarreros espaciales.

—Ajá.

—Así que si probamos a retroceder… buscar el punto de origen de donde venía la columna, quizá tengamos una oportunidad.

Malhereux pensó durante unos momentos.

—Quizá sí, y quizá no. Pero creo que tienes razón. Conviene poner distancia, en todo caso. Luego tendremos más tiempo para averiguar si podemos comunicarnos con todo este follón.

Ferdinard estuvo de acuerdo.

Tardó todavía unos veinte minutos, pero de alguna manera, Malhereux consiguió poner en marcha el Mamut y poner en pantalla los controles principales para dirigirlo. El sistema era rudimentario y básico y, sobre todo, era el que cabía esperar: el vehículo tenía dos hileras con dos grupos de orugas cada uno, que se podían controlar independientemente. De esta manera, el tremendo vehículo podía girar sobre un eje con un movimiento de trescientos sesenta grados. Un simple control adicional permitía regular la velocidad y el sentido del avance.

El Mamut se puso en marcha sin hacer ruido y se movía sobre los restos de la batalla como si fuera grava en un jardín. En unos momentos, el blindado estuvo orientado en la dirección correcta y progresaba a buen paso. El colosal blindado empezó a alejarse del campo de batalla.

—Por las estrellas, Fer, ¡estamos en marcha!

—Eso parece, amigo.

—Bien. Ahora hazme un favor mientras nos alejamos de aquí…

—¿Sí?

—Ve a la escotilla de acceso. Mira a ver si hay algún tipo de control manual. Si esto funciona como las naves que conocemos, al cerrar la escotilla, el sistema de soporte vital pondrá en marcha los filtros de acondicionamiento de aire.

Ferdinard abrió mucho los ojos.

—¡A veces piensas, Mal! —exclamó, sonriendo—. ¡A veces!

—Eres imposible —contestó su socio escuetamente, sacudiendo la cabeza y volviendo a los controles.

El Mamut avanzaba dejando una densa cortina de polvo tras de sí. Desde hacía un rato, circulaban por el borde de una profunda grieta de varios kilómetros de ancho; un antiguo vestigio de algún seísmo que, en algún momento del pasado, desgarró la tierra abriendo una falla tan honda como oscura. De tanto en cuando, debido probablemente al peso del blindado, parte de la ladera se desprendía y caía lentamente hacia el interior, originando un alud de finísima arena.

Avanzaban siguiendo las huellas de la columna, aunque éstas eran cada vez más difíciles de distinguir: una inesperada y suave brisa borraba poco a poco el rastro. Por eso, Malhereux se afanaba por intentar descifrar los diferentes sistemas. Tenía la esperanza de poder encontrar algún registro de la misión: de dónde venían o cuáles eran sus objetivos prioritarios. Pero sin poder leer la información en pantalla, todos sus esfuerzos resultaban inútiles. La mayor parte del tiempo, se exasperaba mientras accedía a ficheros bloqueados, restringidos o eliminados.

Al menos, para entonces, ya habían podido prescindir de los cascos. El Mamut había comenzado a suministrar oxígeno al interior del vehículo, y empezaba a notarse una temperatura agradable.

Ferdinard entraba ahora en la cabina de pilotos.

—¿Dónde está el chisme? —preguntó Malhereux.

Acababa de levantarse para tomar un respiro y se había topado con Bob, que estaba otra vez plegado sobre sí mismo, cerca del arco de la puerta. La campana no se veía por ninguna parte.

—¿Qué chisme? —preguntó Ferdinard.

—La campana…

—¡Ah! Le pedí a Bob que la pusiera en la bodega de carga, junto a las células de energía.

—Está bien.

—¿Cómo va la cosa?

—Nada. No consigo entender ese lenguaje. He intentado encontrar patrones, símbolos repetidos, cosas así, pero no hay nada que hacer. Es como si cada símbolo fuera generado aleatoriamente en el momento de renderizarse en pantalla. Es un maldito código de mierda.

—Entonces vamos a ciegas —suspiró Ferdinard.

—Completamente —exclamó Malhereux mientras se encogía de hombros—. Incluso existe una posibilidad de que estemos dirigiéndonos hacia un asentamiento militar fuertemente vigilado. O a otra guerra.

—Suena encantador.

En ese momento, el monitor se veló con un fogonazo rojo tan intenso que, por un segundo, tiñó la habitación de una luz espectral. Mientras los dos socios se daban la vuelta, sorprendidos, un críptico mensaje apareció en el centro de la pantalla, seguido de datos que cambiaban rápidamente.

—¡Sagrada Tierra! —exclamó Malhereux mientras corría a sentarse a los mandos.

—¿Qué?, ¿qué pasa?

—¡No lo sé! —dijo Malhereux mientras pulsaba los controles rápidamente, pero sin saber qué estaba haciendo.

—Es… Parece una señal de alarma.

—¡Vaya si lo es! —soltó Malhereux.

—¿La grieta?, ¿suelo inestable?

—¡Demonios, Fer, no lo sé! Déjame que…

Ferdinard miraba los símbolos cambiar a toda velocidad. Una secuencia de seis caracteres, de repente, se redujo a sólo cinco.

—Eso… —dijo, tragando saliva—. Eso de ahí son números, Mal. ¡Es una cuenta atrás! ¡Mira cómo cambian!

Malhereux miró la pantalla con una expresión atónita.

—Por las estrellas… tienes razón.

—¿Qué significa?, ¿algo va mal con el Mamut?

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