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Authors: Carlos Sisí

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción

Panteón (6 page)

BOOK: Panteón
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—No… No lo sé…

La secuencia cambió a cuatro dígitos. Ferdinard miró a su socio, pero sus manos volaban por encima de los controles sin atreverse a pulsar nada. Eso asustó a Ferdinard aún más. Fuera lo que fuese la cuenta atrás, parecía algo inevitable.

De pronto, una imagen tridimensional apareció en pantalla, girando sobre uno de sus ejes. Lo habían visto antes: era un misil de largo alcance.

Durante un infinitesimal segundo, Malhereux no asoció la imagen que aparecía en pantalla con la señal de alarma. Pensaba más bien en el Mamut, en algún problema mecánico, pero no en algo como un ataque enviado desde la distancia. Cuando por fin lo comprendió, sintió que sus testículos se pegaban a su espalda. Abrió la boca para decir algo, pero sólo pudo aspirar una bocanada de aire.

Fue Ferdinard quien reaccionó más rápido.

—¡Gíralo hacia la grieta, Mal!

Malhereux lo miró como si su compañero le estuviera apuntando con un arma.

—¡Tira el Mamut por la grieta! —chilló de nuevo.

Malhereux miró la pantalla mientras su corazón bombeaba sangre a toda velocidad. Tirar el Mamut por la grieta con ellos dentro era muy arriesgado, como tirar un dado con cuatro, puede que cinco lados con una calavera impresa en ellos. Pero cuando el misil les acertara, sería un pleno en toda regla.

Poniéndose las bandas de sujeción, Malhereux puso la mano en los controles e hizo que el Mamut virara bruscamente.

El misil sobrevolaba la zona a baja altura, sin dejar ningún rastro tras de sí y, lo que era más sorprendente dado su tamaño, sin emitir ningún ruido. Mientras avanzaba, ajustaba su velocidad y ángulo de giro para impactar en el blanco con la máxima eficacia posible. En los dos últimos segundos había calculado que colarse debajo, entre las orugas, sería lo que provocaría un daño mayor: era allí donde el blindaje del Mamut estaba menos reforzado. Abriría además un cráter en el suelo que haría que toda la sección se desprendiese, sepultándolo en varias toneladas de tierra y rocas.

Inesperadamente, el Mamut cambió su trayectoria. Lo hizo tan súbitamente, y sin alterar su velocidad, que arrojó una nube de polvo sobre un lado cuando dos de las cuatro orugas modificaron la dirección. El misil reaccionó rápidamente, ajustando de nuevo los cálculos y alterando su trayectoria.

Sin embargo, el blindado se precipitaba hacia la grieta, acortando la distancia rápidamente. En el interior, Malhereux forzaba los controles para que desarrollaran la máxima velocidad, pero la cuenta atrás no cesaba.

La pantalla mostró el horizonte del abismo, que avanzaba hacia ellos envuelto en un resplandor rojizo. Desde esa distancia, la grieta parecía monstruosa, inabarcable. La pared opuesta ofrecía una caída casi vertical llena de rocas en punta y aristas deformes, y Ferdinard se imaginó al Mamut cayendo hacia el fondo, descarnándose a medida que impactaba contra aquellos dientes picudos. Una imagen sangrienta del metal de la cabina apresurándose a aprisionarlos en un abrazo mortal se abrió paso en su mente.

Cerró los ojos, apretó los dientes, y se agarró a las bandas de seguridad.

¿Cuántas oportunidades se pueden tener en un mismo día?
, preguntó una voz aguda y chillona en el fondo de su mente.
¿Cuántas veces se puede tentar a la suerte?

El misil recorrió los últimos metros e impactó contra el suelo justo en el mismo instante en que el vehículo perdía apoyo. La explosión fue tan salvaje que el suelo se estremeció con una violencia inusitada. Grietas sinuosas como estrías desgajaron la tierra en medio de un estruendo abrumador. El Mamut salió despedido, girando sobre sí mismo mientras describía un arco parabólico, cayendo pesadamente hacia el fondo de la grieta.

En el interior del Mamut, Malhereux empezó a chillar.

3
El desastre de la
Nozomimi

La Colonia existía desde los albores de los primeros conflictos en el espacio. Era, de hecho, casi tan antigua como el vuelo espacial.

La Colonia nació unos años antes del Éxodo, nombre con el que se llamó al período en el que el hombre descubrió que su planeta natal estaba sentenciado y abocado a una destrucción inevitable, y comenzó a construir naves para lanzarse al espacio. La historia de La Colonia es profusa en detalles de aquella época y cuenta que su fundación comenzó con la legendaria nave
Conocimiento
, construida, como casi todas las otras naves, en la órbita de la Tierra. El monumental ingenio fue financiado con capital privado proveniente de ricos mecenas, fundaciones y cientos de millones de ciudadanos anónimos que colaboraron durante años haciendo modestas aportaciones. Todo ayudaba.
Conocimiento
se anunció como una colosal Biblioteca de Alejandría flotando en el espacio, un contenedor de la ciencia y el saber humanos, y un lugar donde las mentes más privilegiadas del planeta podrían seguir investigando y desarrollando sus trabajos en aras del conocimiento humano, sin importar su nacionalidad. Lo que empezó siendo tan sólo un armazón de metal flotando en el espacio, terminó siendo la nave insignia de todo cuanto el hombre había logrado en la Tierra. Genetistas, químicos, matemáticos, ingenieros de las ramas más diversas y expertos en todas las áreas del saber fueron trasladados a la nave con sus familias. Allí iniciaron, sin ser conscientes de ello, una de las instituciones más prósperas y duraderas de toda la Era Espacial.

Cuando comenzaron los conflictos entre los humanos que colonizaban otros planetas, varias generaciones después, La Colonia rechazó tomar partido. Todos sabían que La Colonia era clave para ganar la guerra, cualquier guerra, así que las impresionantes naves gemelas
América
y
Libertad
fueron las primeras en reclamar a los científicos que abandonaran La Colonia. Se les exigía que aportaran su conocimiento a la noble causa expansionista. Todos los científicos, sin excepción, se negaron. Los colonos habían nacido en
Conocimiento
y habían sido formados desde pequeños para ocupar puestos que ahora amaban. Ya no sabían lo que era vivir en la Tierra, como no fuera por las viejas películas que rememoraban otros tiempos. Ya no se sentían americanos, canadienses ni franceses. Eran hijos del espacio profundo.

Ocurría que, ya para entonces, La Colonia era, con diferencia, el enclave más avanzado tecnológicamente. Era, a fin de cuentas, un excepcional caldo de cultivo donde los descubrimientos se sucedían con una rapidez sin parangón. En pocas semanas, presentó una declaración de independencia y se constituyó como una nación autónoma. Fue cuando el nombre de La Colonia se escribió por primera vez. Sin embargo, en virtud de los principios de su fundación, ofrecieron su conocimiento a quien lo pudiera necesitar. El anuncio fue recibido con notable malestar, pero nadie tenía capacidad para enfrentarse a la supremacía tecnológica de La Colonia.

Todas las naves que partieron de la Tierra, desde la
América
a la
Aegis Europe
, recibían visitas periódicas de los ingenieros de La Colonia. Revisaban los mecanismos internos de las naves, sus sistemas de soporte vital y computacionales, y hasta proponían modificaciones a todos los niveles a medida que la tecnología disponible mejoraba. Con una excepción: el armamento. Mientras La Colonia desarrollaba los súper avanzados cañones de iones por partículas, el resto de la civilización aún contaba con sistemas más bien rudimentarios.

Con el devenir de los milenios, La Colonia continuó inmutable en sus principios elementales, pero creció y se expandió tanto que la corrupción empezó a cariar algunas de sus ramificaciones. Los avances tecnológicos o los procesos esenciales que permitían acceder a senderos inexplorados del conocimiento, a veces, simplemente, se filtraban. Otras, eran robados aprovechando inexplicables debilidades en la inexpugnable seguridad de La Colonia.

Cuando eso ocurría, La Colonia se apresuraba a hacer disponible la tecnología robada al resto de las facciones, así como a adoptar las contra-medidas necesarias, lo que igualaba de nuevo la balanza del poder. Ese modo de proceder hizo posible mantener un delicado equilibrio en la galaxia. Las guerras existían sobre todo por los recursos naturales de los que las comunidades espaciales eran tan dependientes: minerales, gases y también planetas propicios para la terraformación, donde se proyectaban asentamientos humanos. Las corporaciones que explotaban dichos recursos también luchaban por conseguir, o destruir, las instalaciones de la competencia, aunque raramente se hacía de una manera oficial. Por lo general, estas tareas se encomendaban a mercenarios, ejércitos bastardos interesados tan sólo en la moneda de curso legal en toda la civilización humana: los créditos universales.

Los mercenarios lanzaban sus ejércitos sin marcas contra las naves de transporte, y luchaban por reclamar los planetas que estaban siendo explotados. Después, vendían la mercancía o las instalaciones a las mega-corporaciones de las distintas facciones. A veces,
vender
era un eufemismo protocolario de cara al Consejo Soberano de las Naciones, porque algunos mercenarios trabajaban tan a menudo para algunas facciones que prácticamente lo hacían en exclusiva. Ese extraño tejemaneje suavizaba los conflictos a gran escala que todos trataban de evitar.

En el cuarto período de la Nueva Era, la espectacular nave
Nozomimi
, que para entonces había multiplicado cinco veces su tamaño original, explotó. La explosión se inició en algún punto de su estructura central y ocasionó una reacción en cadena tan imparable como destructiva. Cuando terminó, todo lo que quedaba en el espacio era una confusa tormenta de trozos de metal y estructuras, tan retorcidas y afectadas por el intenso calor de la explosión, que no había ni un solo pedazo remotamente reconocible. Casi siete mil millones de personas murieron.

La noticia conmocionó a todos. La
Nozomimi
partió de la Tierra original veinte años antes de que ésta explotara, en los días del Éxodo, trasladando a habitantes que provenían, en su mayoría, de países asiáticos. Desde entonces, la población había crecido sustancialmente. En los últimos decenios, sin embargo, habían sufrido demasiado: los mercenarios y los piratas se habían cebado con sus cargueros y habían perdido las colonias en varios planetas, perdiendo también las cosechas y los recursos alimenticios que de ellos se generaban, y eso a su vez les incapacitaba para seguir presentando un frente organizado de respuesta a los ataques. Como resultado, en la
Nozomimi
tuvo lugar una guerra civil que mantuvo a la nación en un monumental caos durante cinco años, hasta que un quintacolumnista llamado Torak Tzar saboteó el núcleo principal, provocando lo que se conoció como el Desastre de la Nozomimi.

Aquel incidente hizo reaccionar a La Colonia. En un universo cada vez más conocido, habitado y explorado, el equilibrio era cada vez más importante para la supervivencia de la raza humana. Lo que había pasado con la
Nozomimi
no podía volver a repetirse. En sólo unos años de intenso trabajo, La Colonia se preparó para entrar en la guerra, empleando sus propias capacidades bélicas, pero también de una manera secreta, sin marcas ni identificaciones; cuando una facción causaba demasiados daños a otra, actuaban, restableciendo la balanza.

El plan funcionó.

La guerra, como la raza humana sabía demasiado bien, era inevitable. Pero podía controlarse.

Maralda Tardes caminaba resueltamente hacia el puente de mando, situado en la atalaya C de la cabeza principal del
Agnitionis Protexi
. El nombre quería decir «el conocimiento protege» en un idioma que había caído en el desuso incluso antes del Éxodo, pero a Maralda le resultaba hermoso; en particular, su significado.

El
Protexi
era un área especial de La Colonia, reservada a oficiales de Seguridad Exterior. A pesar de ser un lugar destinado a control de operaciones, resultaba elegante. Todo estaba exquisitamente orquestado para sugerir, sobre todo, dos cosas: eficacia y limpieza. La limpieza conlleva disciplina, y ésta, precisión. Sus salas y pasillos construidos con paneles blancos, sencillos pero sofisticados, la morfología de los sistemas y el mobiliario, hasta el espacio libre disponible, habían sido cuidadosamente diseñados para inspirar estos valores a su personal.

En ese momento, Maralda caminaba por un hermoso puente tendido entre las cuatro torres principales; tan blanco que parecía resplandecer con luz propia en contraste con la negrura del espacio que lo rodeaba. Lo había recorrido cientos de miles de veces en los últimos años, pero aun así no podía evitar levantar la cabeza y mirar hacia arriba. Allí, a través del cristal, las estrellas parecían estar al alcance de la mano, y era hermoso. Casi nadie en La Colonia prestaba atención a esas cosas… eran simplemente demasiado cotidianas para cualquiera que hubiera nacido en el espacio. Pero Maralda veía más allá, otro tipo de hermosura no tan obvia. La estructura estelar encerraba una belleza matemática de simetría casi esférica, algo que ella apreciaba porque percibía el equilibrio que subyace, la danza de las estrellas, la armonía absoluta del orden, en definitiva. Con eso tenía que ver todo su trabajo.

Protexi
era el lugar donde se controlaban los movimientos de las distintas facciones en todo el universo conocido. Nada, o casi nada, escapaba a su control. Como su nombre sugería, conocer lo que ocurría en todo momento les proporcionaba la capacidad de decidir cuándo se requería una intervención, y eso significaba supremacía.

Como casi todo el mundo en La Colonia, Maralda había sido formada desde pequeña para ejercer su profesión, en base a unos sofisticados procedimientos. La mayoría eran simples ejercicios de exploración de personalidad. El estudio no pretendía desvelar qué tipo de trabajo podía desempeñar alguien con más eficacia, sino qué tareas podría alguien acometer experimentando más satisfacción personal. Ésa era la clave de todo. El conocimiento podía adquirirse; los defectos se podían corregir, pero el sentimiento de estar haciendo lo que a uno más le motivase… eso hacía que los engranajes simplemente rodasen como si estuvieran embadurnados de grasa. Maralda entraba en el puente de mando media hora antes de lo que le correspondía; simplemente, como casi todo el mundo en La Colonia, amaba su trabajo.

—Llegas media hora antes —dijo el asistente al escuchar las puertas dobles replegándose, sin siquiera volverse. A esas horas, la única persona que podía entrar en la sala era su jefa.

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