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Authors: Carlos Sisí

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción

Panteón (3 page)

BOOK: Panteón
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Consultó el terminal del traje, justo bajo sus ojos. La zona estaba tranquila,
Sally
no había detectado ninguna intrusión en el perímetro. Eso era bueno, pero debían trabajar rápido: en cualquier momento, cualquiera de los dos bandos podía aparecer y tendrían que salir de allí zumbando.

Se dio la vuelta, pero descubrió que su socio había desaparecido.
Maldito cascarrabias
, pensó. Cuando se malhumoraba, se comportaba como un niño, pero al menos sus enfados eran tan predecibles como efímeros; acabaría apareciendo de nuevo con cualquier otro hallazgo que encontrase por ahí. Había decidido ya no darle importancia cuando, a cierta distancia, vislumbró algo inesperado: un vehículo de transporte acorazado.

Su corazón dio un brinco. ¿Cómo no lo había visto antes?
Por la neblina del Bachelor, por eso. Está disipándose, y ahora se puede ver más lejos
.

Los vehículos de transporte blindados eran siempre prometedores. Por lo que sabía, aquella podía ser incluso la razón de toda la contienda: un transporte fuertemente protegido que había sido interceptado en tránsito. Locas imágenes de créditos amontonados en pilas que llegaban hasta el techo del compartimento de carga fulguraron centelleantes en su cabeza. Luego imaginó lingotes de rodio y de platino apilados sobre soportes antigravitatorios, y por último pensó en nanocélulas de energía; toneladas de ellas: los auténticos motores de cualquier ejército de ingenios mecánicos.

—Mal… —dijo. Estaban permanentemente conectados por medio de los trajes, así que sabía que podía oírle—. Mal, contesta, he hallado algo.

Pasaron unos segundos.

—Mal, coño. Es importante. Es un transporte blindado.

—Voy —contestó al fin, lacónico.

Ferdinard se dio la vuelta. Bob seguía en su posición, siempre vigilante, y los robots araña se afanaban con todo lo que podían encontrar. Habían arrastrado un contenedor y estaban poniendo en él todas las armas en buen estado que podían encontrar esparcidas por el suelo. Las armas siempre estaban bien: en un universo tan inhóspito, todo el mundo las quería.

Malhereux apareció de pronto del interior de la nave. Ferdinard sacudió brevemente la cabeza. Debía estar muy cabreado para ignorar aquel tesoro y retirarse dentro de
Sally
.

—Eres un caso, tío —dijo Ferdinard.

—¿Qué pasa?

—Ven, anda. Está allí, al fondo.

—¿Lejos?

Ferdinard giró la cabeza para evaluar la distancia.

—Ochenta, cien metros tal vez.

—Me llevo a Bob.

—Como quieras.

Malhereux no tuvo que acercarse al Centurión para activarlo: podía hacerlo a través del traje. Casi en el acto, el formidable guardián se desplegó con una velocidad sorprendente, recuperando su aspecto humanoide. Cuando se puso al lado, su envergadura quedó patente: le ganaba en altura por una cabeza y casi lo doblaba en anchura. El metal de su coraza estaba algo deslucido por culpa de una lluvia ácida que les sorprendió en Balmorra, hacía ya casi un año, pero eso le daba un aspecto todavía más terrible.

El Centurión y su socio llegaron hasta él, y se pusieron en marcha. En el camino hacia el vehículo de transporte tuvieron que bordear un tremendo cráter en cuyo fondo había restos calcinados de chatarra. En un momento dado, un sonido inesperado les hizo dar un respingo.

Era una torreta láser montada sobre una base con orugas. Estaba volcada hacia un lado, pero el cañón había girado unos cuarenta grados para apuntarles. Cambiaba de uno a otro blanco con pequeños suspiros hidráulicos.

Ferdinard sintió que los testículos se le pegaban al cuerpo como una lapa.

—Blanco localizado… —susurró la torreta—. Blanco localizado…
Bzzz
. Blanco localizado…
Bzzz
. Blanco…

—¡Joder! —soltó Ferdinard.

Malhereux soltó una pequeña carcajada.

—¡Te has acojonado!

La torreta giraba levemente, intentando concentrarse en un blanco. Cada vez que lo hacía, producía una serie de clics intermitentes.

—¡Joder! —repitió Ferdinard.

—Tío, Bob está aquí. Si esa cosa tuviera capacidades ofensivas, Bob lo habría reducido a un montón de cables y engranajes.

—Tío, confías demasiado en toda esta mierda. A Bob podría fallarle un sensor, ¡o esta cosa podría usar una tecnología para la que Bob no está preparado!

—Blanco localizado.
Bzzz
—seguía diciendo la torreta con su suave voz monocorde y desacelerada—. Blanco localizado.

Malhereux se encogió de hombros y continuó andando, y mientras se alejaban hacia el vehículo blindado, la torreta fue siguiéndolos atentamente mientras desgañitaba su interminable monólogo.

El transporte resultó ser también una sorpresa.

—¡Madre mía! —exclamó Malhereux.

El blindaje era del tipo malla y su superficie estaba recorrida por las características estrías de aluminio que indicaban que el vehículo tuvo capacidades
Stealth
de alta tecnología. También había una diferencia respecto a otros vehículos similares: alguien había montado una sofisticada estructura en el techo. Era oscura y tenía componentes electrónicos a la vista, lo que le daba un aspecto extraño.

—¿Qué cojones…? —preguntó Malhereux.

Bob se plegó sobre sí mismo y volvió a convertirse en una especie de monolito de un color desvaído.

—Increíble… —respondió Malhereux.

—¿Qué demonios es eso que tiene en el techo?

—No había visto algo así en mi vida —respondió su socio.

—Yo tampoco. Vaya. Aquí está pasando algo muy gordo —opinó Ferdinard—. Aquellas manos… este planeta… Y esta especie de búnker andante.

—Lo habían preparado bien, desde luego. —Malhereux estaba mirando las estrías de aluminio.

—Vaya, tenemos que averiguar qué es eso.

—¿Por qué no lo abrimos? —preguntó Malhereux—. Quizá encontremos dentro la respuesta.

—¿Y si es un sistema de seguridad? Podría dejarnos tiesos si intentamos forzar la puerta sin la señal adecuada.

—Está bien —concedió su socio—. Lo haremos a tu manera. ¿Qué propones?

—Voy a enviárselo a
Sally
—dijo Ferdinard—. Que lo compare con las bases de datos más actualizadas. A lo mejor es algún desarrollo reciente, o algo que no conocemos.

—De acuerdo.

Ferdi levantó el brazo y apuntó con el puño cerrado al aparato. Después de unos segundos, el traje emitió una pequeña señal acústica.

—Ya está —dijo—. Ahora a esperar su respuesta.

—¿A qué se parece? —preguntó Malhereux.

—Parece un procesador, desde luego, pero que me desintegren si alguna vez he visto uno de ese tamaño. Además, ¿quién iba a colocar algo así en el techo de un vehículo?

—No, obviamente no es un procesador —dijo Ferdi pensativo—. ¿Sabes? No creo que
Sally
encuentre nada. Quiero decir… míralo, con esas conexiones a la vista. Es algo casero. Es algo que han improvisado con algún propósito.

Malhereux asintió.

—Bien visto —dijo—. Al menos sabemos que no es un arma. Bob estaría haciendo cabriolas.

—Quién sabe —exclamó su socio, ceñudo.

Un segundo pitido, tan breve como prudente, se dejó escuchar a través de los auriculares de los trajes.

—Ah, ya tenemos respuesta de
Sally

Malhereux cambió su peso de una pierna a otra, impaciente, pero Ferdinard negó con la cabeza.

—¡Nada!

—Vale —exclamó Malhereux, ceñudo—. ¿Y ahora qué?

Ferdinard miró brevemente a su espalda.
Sally
, pese a su considerable tamaño, parecía una modesta nave de paseo desde esa distancia, y entre las brumas verdosas del Bachelor, los robots araña eran apenas pequeños movimientos que el ojo captaba con la vista periférica.

—Estamos demasiado lejos.

—¡Sabía que dirías eso! —explotó Malhereux.

—Escucha… Si
Sally
mandase un aviso de alarma ahora, tardaríamos un tiempo en regresar. Si envían naves rápidas ligeras, podrían estar aquí en…

—¡Fer! —exclamó su socio, visiblemente excitado—. ¡Un transporte blindado! ¡Mira toda esa mierda, hombre! ¡Ahí dentro no transportan precisamente pieles de vilim!

—No me gusta ese aparato, Mal. Me da malas vibraciones.

Malhereux apretó los puños y gruñó algo en su lengua materna que Ferdinard no pudo entender.

—¡Tío! Tú no saltarías un charco sin haber analizado primero la jodida composición química del agua. Vale. De acuerdo, a veces soy muy impulsivo, pero tú… ¡Tú eres un paranoico!

—Mal… —empezó a decir su socio con un tono paciente.

—¡No! Accedí a dejar las manos robot, y hace dos semanas dejamos pasar el cargamento que flotaba cerca de Sulux, por no hablar de aquellos servidores con datos de cuentas. ¡Podríamos haberlos vendido por una montaña de créditos!

—¡Escucha! —pidió Ferdinard.

—¡No! —estalló—. ¡No pienso dejar pasar esto! Si no tienes cojones, vuelve a la nave. Si suena la alarma, coge a
Sally
y saca tu culo cagón de este planeta de mierda, pero yo me quedo. Voy a abrir ese transporte, ¡y voy a hacerlo ahora!

Ferdinard suspiró largamente. Malhereux solía acceder a sus peticiones, pero también sabía reconocer cuando la cuerda estaba demasiado tensa. Era el momento de ceder.

—Está bien.

Malhereux le estudió durante unos segundos, mientras su corazón bombeaba con fuerza. El labio inferior le temblaba. Por fin, sacudió el cuello y se dio la vuelta.

—Claro que está bien —masculló.

Malhereux caminó hasta la parte trasera del transporte. Algo había partido a uno de los soldados por la mitad, y las dos piernas estaban desparramadas por el suelo, anegadas en un charco de sangre y dobladas en ángulos imposibles.

—Oh, mierda… —exclamó.

Ésa era la peor parte de aquel trabajo. Los robots eran una cosa. La maquinaria destrozada, los ingenios mecánicos… era sólo dinero esparcido por el suelo. Pero los soldados seguían siendo hombres, independientemente de a qué causa hubieran servido en vida. El tipo de armamento que se manejaba en semejantes batallas, preparadas para perforar los blindajes más fuertes, solía obrar espantosos estragos en la débil carne humana. Eso casi siempre dejaba espectáculos abominables en el campo de batalla.

Malhereux se volvió para apartar la vista. Apretó los dientes y cerró los ojos, esforzándose por pensar en otra cosa. Lo último que quería era vomitar dentro del traje. Eso podía complicar bastante las cosas, sobre todo cuando los fluidos estomacales, ligeramente ácidos, arruinaran los circuitos eléctricos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ferdinard, hasta que, de repente, vio los restos del soldado—. Oh. Joder.

—Está bien —dijo Malhereux—. Sólo necesito un momento.

Ferdinard asintió y empezó a dar la vuelta al vehículo. Cuando llegó al morro, descubrió la razón por la que el vehículo estaba detenido: la parte delantera había desaparecido casi en su totalidad, y lo que quedaba aparecía derretido como si fuera helado en un planeta abrasado por dos soles. Era un impacto térmico; Ferdinard ya lo había visto en otras ocasiones. Era perfecto cuando se quería inmovilizar un vehículo en movimiento, porque el metal se fundía y se mezclaba con el suelo.

Un disparo certero,
pensó.
Desde luego, no han tocado el compartimento de carga. Parece que alguien sabía muy bien lo que iba dentro
.

Cuanto más lo pensaba, más probable le parecía su teoría de la batalla por interceptar el cargamento.

Pero ¿de dónde venía? ¿Adónde iba? El planeta era sólo una monumental montaña de tierra estéril flotando en el universo, en una zona apartada de los mundos civilizados. El universo era viejo, muy viejo, y hasta los planetas más insospechados contenían formas de vida más o menos primitivas, pero no aquél. Ni siquiera tenía un nombre; su identificación era una ristra de números y letras imposibles de recordar. ¿Habrían instalado quizá alguna base en el planeta? Y si era así, ¿con qué propósito?

Pensando en eso, Ferdinard siguió dando la vuelta al transporte. Después de unos instantes, llegó de nuevo donde había dejado a su amigo. Allí, Malhereux estaba inspeccionando el panel de apertura del compartimento.

—Lo haría mejor sin este estúpido casco —dijo al verle llegar.

—Aguanta la respiración un rato —contestó Fer con una media sonrisa.

Malhereux puso los ojos en blanco.

—¿Qué tenemos? —preguntó Fer.

—Bueno. No parece demasiado complicado.

—¿En serio? Con las cosas que estamos viendo por aquí, había esperado algo… revolucionario.

—Eres demasiado exagerado —dijo Mal mientras trasteaba con el panel—. Los tiempos cambian rápidamente. La tecnología acelera la aparición de más tecnología, así que quizá hayan descubierto la manera de fabricar esas manos robot de una forma más económica.

—¿Y esa cosa del techo?

Malhereux se encogió de hombros.

—Por lo que a mí respecta, puede ser un apaño improvisado para dotar al transporte de un transpondedor. Vaya, podría ser un climatizador para el piloto.

—Claro… —respondió Ferdinard, sacudiendo la cabeza.

Malhereux, en este punto, había decidido que estaba teniendo problemas con el panel.

—Me… Parece que los viejos trucos no funcionan —dijo—. Voy a necesitar algunas herramientas.

—¡Sagrada Tierra, Mal! —chilló Ferdinard.

—Oh, vale, ¿sabes qué?

Inesperadamente, Malhereux levantó el brazo y señaló el panel. Ferdinard pensó por unos instantes que iba a enviarle un modelo tridimensional del panel a
Sally
, pero cuando Bob empezó a desplegarse de nuevo (lo que le hizo dar un respingo) comprendió sus intenciones.

—¡No! —gritó.

El formidable robot centinela avanzó un par de pasos y descargó un puñetazo preñado de una violencia demencial. El puño se hundió en el panel, que sucumbió con una pequeña explosión de chispas y un crujido siseante.

Ferdinard retrocedió un par de pasos, sorprendido por el desplazamiento del robot. Pero en ese mismo momento, la puerta del compartimento tembló con un sonido crepitante y luego… paró.

—¡Joder, Mal! —chilló Ferdinard.

Bob retiró el puño y se quedó quieto, esperando nuevas instrucciones.

—¡No chilles, joder! —protestó Malhereux—. Te oigo perfectamente.

A continuación se acercó al panel y echó un vistazo en el interior. Había un hueco enorme, lleno de circuitos aplastados. Un humo blanco llenaba el compartimento. Si hubiera podido oler a través del casco, habría detectado el olor característico a procesadores quemados.

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