Pathfinder (55 page)

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Authors: Orson Scott Card

BOOK: Pathfinder
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—Mira a tu alrededor —dijo Hogaza—. Rigg no está con nosotros.

—Pero si…

—Pero es que no.

—La verdad es que sí —dijo Rigg.

Umbo se volvió hacia su izquierda y allí estaba Rigg, caminando a su lado a plena luz del día.

—¡Por la oreja derecha de Silbom! —exclamó.


Ananso-wok-wok
—dijo Hogaza en su lengua materna. O al menos así fue como le sonó a Umbo.

—Qué sutiles —dijo Rigg—. Nadie adivinará que os ha sorprendido verme.

Tenía razón. No les convenía hacer una escena. Pero Umbo era incapaz de dejar de sonreír ahora que volvían a tener a Rigg con ellos, aparentemente libre.

—¿Por qué es siempre la oreja derecha de Silbom? —refunfuñó Hogaza.

—Por aquí suelen decir «el codo izquierdo de Ram» —dijo Rigg.

—En el Ejército no era la oreja ni el codo de nadie —dijo Hogaza con tono sombrío.

—¿Eres libre? —preguntó Umbo—. ¿O se nos van a echar encima los soldados que te persiguen?

—Hay montones de pasadizos secretos en la casa en la que me alojo y algunos de ellos llevan al exterior. Nadie sabe que he salido, pero debo volver cuanto antes. Vi vuestros rastros y me dio la impresión de que estabais haciendo algo muy valiente e innecesario, como tratar de recuperar la piedra.

—Tenemos todas las demás —dijo Hogaza—. Y queríamos el lote completo.

—Seguramente haya alguna razón profunda y mágica por la que las necesitamos todas —dijo Rigg—. Pero, sea cual sea, no he encontrado ninguna referencia en la biblioteca a las diecinueve piedras.

—Fue lo único que se nos ocurrió para ayudarte —dijo Umbo—. Veníamos a rescatarte, pero no podíamos ni acercarnos a la casa donde te alojas e, incluso al tratar de averiguar cuál era, despertábamos sospechas.

—¿Pensaban que queríais rescatarme? —preguntó Rigg.

—No se trata de eso —respondió Hogaza—. Asumían que éramos privos que queríamos cortarte el pelo, robarte la ropa o cualquier otro disparate. Al parecer, este tipo de cosas son muy habituales aquí. De hecho, por lo que hemos oído desde que llegamos, eres la persona más importante de la ciudad.

—Del mundo —dijo Umbo.

—O del cercado, al menos —dijo Rigg—. Dejad que lo adivine: un montón de gente quiere convertirme en rey y muchos otros quieren que muera mientras mi madre y mi hermana se establecen en la Radiante Tienda. Otros no quieren saber nada de la familia real, si no es para encerrarla y someterla a continuos abusos, mientras que la mayoría de las madres desean saber lo que llevo puesto para vestir a sus hijos del mismo modo.

—Eso resume la situación, más o menos —dijo Hogaza.

—Deduzco que has aprendido a viajar hacia atrás en el tiempo —dijo Rigg a Umbo.

—Obviamente —respondió éste—, o no podría habernos mandado aquellos mensajes en O.

—No es tan obvio —dijo Rigg—. ¿O no habéis descubierto aún que, una vez que se hace, ya no hay que volver a hacerlo?

—Sí, lo hemos descubierto —dijo Hogaza—, pero no me gusta nada, porque no le encuentro sentido.

—Yo sí —dijo Rigg—. Es como un laberinto dibujado en un papel. Trazas la línea por el camino equivocado y vuelves al lugar en el que tomaste la decisión errónea. No tienes que seguir por el camino que no es, hay que hacerlo de manera diferente.

—Esto no es un laberinto —dijo Hogaza.

—Sí que lo es —dijo Rigg.

—¿De qué habláis? —preguntó Umbo. Detestaba que todo el mundo supiera algo que él ignoraba.

—La cuestión es, ¿has aprendido tú a hacer lo que hace Umbo? —preguntó Hogaza.

—Casi me estalla la cabeza tratando de hacerlo cuando estaba prisionero en el barco —dijo Rigg—. Pero no hubo sacudidas, ni tembló el aire ni sentí nada de nada.

—Yo tampoco puedo ver los rastros —dijo Umbo.

—No pasa nada —dijo Rigg—, mientras estemos juntos, puedes incluirme en tu… en lo que haces… Los saltos en el tiempo. La pregunta ahora es, ¿has aprendido a saltar hacia el futuro?

—Eso lo hace todo el mundo —dijo Hogaza—. Cada segundo avanzamos un segundo hacia el futuro.

—Mi hermana puede hacerlo —dijo Rigg.

—¿Puede ver el futuro? —preguntó Umbo.

—No, su don no es tan útil. Se salta pequeños lapsos de tiempo. Cuando lo hace se mueve muy despacio, pero es invisible.

Hogaza sacudió la cabeza.

—¿Por qué no me quedé vuestro dinero en El Atraque de Goteras y dejé que os tiraran al agua los ribereños?

—Es mi hermana —dijo Rigg—. No es tan raro que también pueda hacer cosas con el tiempo.

—Aquí nada tiene sentido —dijo Hogaza.

—Yo no soy tu hermano —dijo Umbo—. No tengo ningún parentesco contigo. Y en mi familia, nadie más puede hacer nada.

—Padre sabía lo que podías hacer —dijo Rigg—. ¿Cómo se enteró?

—Yo se lo dije —dijo Umbo.

—Ya, un buen día te acercaste a él y le dijiste: «Por cierto, poseo el don de parar el tiempo.»

—Bueno, lo sabía. Era… tu padre.

—En realidad no —dijo Rigg—. Estoy empezando a conocer a mi verdadero padre. Knosso Sissamik. Un gran hombre, a su manera. Un pensador, pero también alguien capaz de hacer cosas.

—Lo que quiero saber —dijo Hogaza—, es por qué estamos Umbo y yo aquí. No quieres la piedra, puedes entrar y salir de tu prisión cuando te apetezca…

—Cuando me apetezca no —dijo Rigg—. Hoy he podido hacerlo por primera vez. La primera. Y lo he hecho porque he visto vuestros rastros y sabía que estabais aquí. Y ahora no estoy seguro de poder volver sin que me descubran.

—¿Volver? —preguntó Hogaza—. ¿Y para qué ibas a volver?

—Porque Madre y Param siguen allí.

—¿Param? —preguntó Umbo.

—Mi hermana —dijo Rigg.

—Les iba muy bien sin ti hasta ahora —dijo Hogaza—. ¿Qué les debes?

—¿Qué le debes tú a Goteras? —preguntó Rigg con voz desafiante.

—Nos hemos conocido durante la mayor parte de nuestras vidas —dijo Hogaza—. ¿Cuánto hace que conoces tú a tu hermana, veinte minutos?

—Bueno, si no queréis ayudarme con lo que tengo que hacer, ¿para qué estáis aquí?

—Dinos lo que quieres que hagamos —dijo Umbo.

—Las cosas se están precipitando —dijo Rigg—. No sé lo que significa, pero cada vez nos espían con mayor atención. Y hay reuniones… los espías se reúnen con más gente. Gente distinta.

—¿Los espías? —preguntó Hogaza.

—No sé quiénes son, sólo conozco sus rastros. Antes se reunían con miembros del Consejo de la Revolución. Ahora, cada vez con más frecuencia, lo hacen con el general Ciudadano.

—¿Quién? —preguntó Umbo.

—El oficial que nos arrestó.

Hogaza se detuvo de repente en mitad de la calle. Quienes venían detrás chocaron con él, echaron un vistazo a sus dimensiones, a su fuerza y a su aspecto furioso y se disculparon.

—¡Aún no nos has dicho lo que quieres que hagamos! —dijo.

—Param tiene miedo…

—¡Eso no es una respuesta! —rugió Hogaza.

—La gente nos está mirando —dijo Umbo.

Hogaza no apartó su mirada furiosa de Rigg.

—Tengo que salir de la ciudad y quiero llevarme a Param conmigo. Luego iré al Muro.

—Yo he estado en el Muro —dijo Hogaza—. Allí no hay nada.

—Voy a cruzarlo —dijo Rigg—. Y si se puede hacer, también lo cruzaréis vosotros.

—No, yo no —dijo Hogaza.

—Muy bien —dijo Rigg—. Pero yo sí. Y me llevaré a Param conmigo, porque vayamos donde vayamos dentro de este cercado, nos darán caza. Pero no puedo hacerlo sin Umbo… Si no viene al Muro conmigo, dudo que pueda conseguirlo.

Umbo no sabía si sentirse feliz por aquello.

—¿Lo dices porque eres mi amigo o porque necesitas mi poder para frenar el tiempo?

Rigg puso los ojos en blanco.

—Yo soy el que ve los rastros y tú el que puede frenar el tiempo. Pero seguimos siendo tú y yo.

—Entonces, ¿si no pudiera hacer nada, también querrías que te acompañara? —preguntó Umbo. Odiaba lo patético que le hacía parecer la pregunta, pero necesitaba oír la respuesta.

—Si posees una habilidad que necesito desesperadamente y te niegas a usarla, ¿qué clase de amigo eres? —preguntó Rigg.

—No digo que me niegue a…

—Rigg, no sabes cuánto me alegro de volver a verte —dijo Hogaza—. Ya has conseguido pelearte con los dos.

—No me estoy peleando con nadie —dijo Rigg, mientras hacía un esfuerzo visible por calmarse—. He estado tratando de sobrevivir día a día y de aprender a hacerlo año a año. No quiero alinearme con ninguna de las facciones del gobierno. No quiero restaurar el Imperio Sessamida y mucho menos gobernarlo. Quiero atravesar el Muro para seguir con vida. Y quiero llevarme a mi madre y a mi hermana conmigo.

—Así que se trata de lo que tú quieres y nada más —dijo Umbo.

—¡Me habéis preguntado lo que podíais hacer para ayudarme! —dijo Rigg—. ¡Y os lo estoy diciendo!

—Bueno, para empezar —dijo Hogaza— podrías abandonar el centro de la calle y dejar de llamar a atención.

—Eres tú el que se ha parado ahí —comenzó a decir Rigg, pero entonces se dio cuenta de que Hogaza estaba bromeando. O al menos lo parecía.

Se volvió y se alejó.

Umbo lo siguió.

—¿Adónde vas?

—Me estoy quitando del medio de la calle —replicó Rigg.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó Umbo.

—Espero que sí —dijo Rigg—. Porque necesito hablar contigo y necesito tu ayuda.

—¿Adónde vamos? —preguntó Umbo.

—A vuestra posada —dijo Rigg.

—¿No me vas a preguntar dónde nos alojamos? —preguntó Umbo.

Rigg se detuvo y lo miró como si estuviera loco.

—Yo veo los rastros. Sé dónde dormís. —Y entonces echó a andar de nuevo, tomando la ruta más corta hacia la posada.

—¿Cómo es tu hermana? —le preguntó.

—Invisible —dijo Rigg.

No era una respuesta.

—¿Sigues enfadado? —preguntó Umbo.

—Estoy asustado —dijo Rigg—. Unos desconocidos quieren asesinarme.

—Si te sirve de consuelo —dijo Hogaza al llegar a su lado—, antes, por un momento, los he entendido.

Cuando estaban acercándose a la posada, Hogaza los detuvo.

—Los del banco nos han estado vigilando. Posiblemente sepan dónde vivimos. ¿Y si también saben algo sobre nuestra relación contigo? Saltamos de un barco cuando estábamos en manos de las autoridades.

—Y Rigg es el único príncipe vivo de la casa real —dijo Umbo.

—Nadie conoce mi cara.

—Creí que habías dicho algo sobre unos espías en tu casa —dijo Hogaza—. Ellos sí la conocen. ¿Y tú la de ellos?

—Conozco sus rastros —respondió Rigg— y ninguno se encuentra cerca de aquí.

—Yo me sentiría más seguro en otra parte.

Así que siguieron a Hogaza a un pequeño y barato establecimiento donde servían fideos.

—No pidáis nada que lleve eso que aquí llaman «carne» —dijo Hogaza.

—A mí no me advertiste sobre eso —dijo Umbo.

—No creí que hiciera falta después de los dos días de disentería que te provocó el cordero.

—¿Estás seguro de que fue el cordero? —preguntó Umbo.

—Vuelve a pedirlo y lo veremos —dijo Hogaza, tal vez con un exceso de satisfacción en el tono.

Se sentaron delante de la barra y comenzaron a comer unos fideos caldosos. Umbo no pidió el cordero. De todos modos, prefería el caldo de rábano y gallina.

—No pienso marcharme sin mi hermana —dijo Rigg en voz baja.

—Ese problema no nos afecta a nosotros —dijo Hogaza—. De todos modos no podemos entrar en tu casa. No podríamos ni acercarnos.

—Creo que el general Ciudadano está preparándose para actuar —dijo Rigg—. Pero me gustaría saber si pertenece al grupo que me quiere muerto o al que me quiere… como jefe.

—¿Acaso importa? —preguntó Umbo—. Sea como sea, no quieres tener nada que ver con ello.

—Pero me ayudaría saber si van detrás de mí o de mi hermana.

—Hasta donde sabes, todo esto podría estar siendo orquestado por tu madre —dijo Hogaza.

—Todo el mundo acaba conectado con todo el mundo, más tarde o más temprano —dijo Rigg—. Así que no puedo decir que sea imposible. Pero no lo creo probable. Creo que sólo quiere que la dejen en paz.

—¿Y por eso vive en esa casa elegante y se reúne con gente importante? —preguntó Hogaza.

—No se reúne con nadie.

—Dicen que toda la gente importante tiene alguna conexión con la casa de Flacommo —dijo Hogaza—. Y que a tu madre solamente le falta el título para dirigir la fiesta.

—Confía en mí —dijo Rigg—. Desde dentro de la casa, las cosas parecen distintas. Recibe visitantes, sí, pero nunca se queda a solas con ellos. Nunca está a solas con nadie, salvo con mi hermana.

—¿Y qué? —preguntó Umbo—. O sea, ¿qué más da lo que pase en realidad? Creía que no te interesaban las intrigas, los planes y las conspiraciones. Creía que únicamente querías escapar.

—Y así es —dijo Rigg.

—Pues ¿por qué no te vas sin más? ¿Por qué no coges a tu hermana y a tu madre, sales de la casa con ellas y te vas?

—No es tan sencillo —dijo Rigg.

—Yo creo que sí —dijo Umbo—. Creo que te gusta estar… en la familia de los jefes. Creo que te gusta ser alguien importante. Creo que, en realidad, no quieres irte a ninguna parte.

Por un momento dio la impresión de que Rigg iba a contestar con un comentario cortante, pero al final se contuvo.

—De acuerdo, sí, me gustan algunas de las cosas de estar allí. La comida es… increíble.

—¿Y la gente famosa y culta?

—He conocido algunas personas interesantes, sí —reconoció Rigg.

—¿Y el acceso a la biblioteca? Dijiste que pasas mucho tiempo allí.

—La biblioteca es la cosa más parecida a estar con Padre que he conocido. Al igual que él, lo sabe todo, aunque aún no he dado con la manera de que me diga lo que quiero saber.

—Bueno, nosotros también sabemos algunas cosas —dijo Umbo—. Yo, por ejemplo, sé viajar al pasado cuando me apetece. Días enteros. Puedo llegar a la época que quiera en pocos minutos. Es más complicado cuando quiero remontarme más que unos meses. Aún no he probado con un año. Pero da igual.

Rigg parecía sinceramente impresionado.

—¿Te ha sido difícil? Aprender a calibrar el tiempo, me refiero.

—Sí —dijeron Umbo y Hogaza al unísono.

—Durante algunos meses fue un verdadero fastidio —dijo Hogaza.

—Sólo puedo encontrar a la gente cuando sé que han estado en un sitio… y tengo que estar presente en ese sitio.

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