Pathfinder (59 page)

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Authors: Orson Scott Card

BOOK: Pathfinder
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—¿Está ahí en el rincón, contigo? —preguntó Madre.

Rigg asintió y dijo la verdad:

—Está justo aquí.

—Pero no… comparte el mismo espacio que tú, ¿verdad? —preguntó Madre—. Porque si ordeno a estos hombres que te golpeen el cuerpo con las barras de hierro, eso la obligará a hacerse visible y se producirá una terrible explosión. ¿Crees que ésa será tu venganza? ¿Que la explosión matará a todos los que estamos en la habitación?

Rigg no tuvo que fingir que se sentía herido.

—¿Es que no nos conoces, Madre? Te queremos. Nunca haríamos nada que pudiera hacerte daño.

—Alto —ordenó ella a los hombres—. No, seguid moviendo las barras, idiotas, pero no avancéis más. —Los hombres hicieron lo que les ordenaba—. Rigg, eres consciente de que no hay salida. Sé que sabes dónde está tu hermana. Apártate de ella y deja que vuestras muertes tengan al menos alguna dignidad.

—En otras palabras, tienes algo pensado para nuestros cuerpos.

—Por supuesto —dijo Madre—. Pero puedo pasar sin ellos. Y lo haré. Voy a salir de este cuarto. Cuando lo haga, estos hombres te atravesarán el cuerpo, y también a Param, con las barras de hierro. Es una pena no haberme podido despedir de ella. Pero… no importa.

Se dio la vuelta y se encaminó a la puerta.

Rigg sonrió a los soldados.

—Sois conscientes de que acaba de ordenaros algo que os hará volar por los aires, ¿verdad?

Pero parecía que a los soldados no les importaba. Rigg miró con más atención. Sus ojos estaban vidriosos y comprendió que los habían narcotizado. Podían actuar con la brutalidad que fuera necesaria, podían obedecer órdenes… pero si estas órdenes desembocaban en sus propias muertes, no se darían ni cuenta.

La puerta se cerró. Los soldados dejaron de mover las barras de hierro de un lado a otro y se prepararon para utilizarlas como lanzas.

—Éste sería un buen momento —dijo Rigg.

Oyó un leve chirrido procedente de la vieja maquinaria que había en la pared que tenía detrás. Pero no pasó nada.

«Tendríamos que haber probado el mecanismo —pensó Rigg—. El hecho de que parezca igual que el de las otras cuatro entradas del pasadizo no significa que esté en las mismas condiciones.»

Los soldados se prepararon para acometerlo.

Hubo un chasquido metálico justo detrás de él y Rigg se agachó. Una sección del suelo se levantó bruscamente al tiempo que el muro trasero se inclinaba hacia atrás. Durante un momento, la sección de suelo y la pared formó una «V» que giró sobre sí misma. Entonces se hizo la oscuridad, Rigg se encontró tendido de espaldas al mismo tiempo que, con media docena de ruidos sordos, las barras de hierro impactaban contra la pared.

—Lo siento —dijo Param en voz baja—. Uno de ellos estaba de pie sobre la sección del suelo. Los contrapesos no pudieron mover su peso y el tuyo a la vez. Pero cuando se ha echado hacia atrás para atacar, he podido abrirla.

—¿Lo has oído todo? —preguntó Rigg.

—Sí —dijo Param. Pero no añadió nada más y su voz no parecía ni siquiera disgustada. ¿Era posible que conociera desde el principio la falta de moralidad de Madre?

—Tenemos que salir de aquí antes de que empiecen a golpear las paredes con hachas para encontrar los pasadizos.

—Oh, la mayoría de las paredes son de piedra.

—Pero no todas —dijo Rigg.

—Rodearán la casa con sus soldados —dijo Param.

—Al principio.

—Y para cuando se den cuenta de su error…

—Ése es el plan, sí —dijo Rigg. Reconocía sus propias explicaciones en las palabras de su hermana—. Pero el general Ciudadano es más listo que la mayoría de la gente,

—Lo sé —respondió Param—. Así que no se sentará a esperar a que sus soldados te cojan. Es como Madre. Tendrá un plan para obligarnos a ir con él, lo queramos o no.

—Podrías haberlo mencionado antes —dijo Rigg.

—Hasta ahora no me habías dicho que nuestro enemigo fuese el general Ciudadano.

Para entonces, Rigg ya se había acostumbrado del todo a la oscuridad del pasillo, así que habían descendido hasta el nivel de las alcantarillas más bajas, que pasaban bajo el canal de desagüe que discurría entre la casa y la biblioteca. Al examinar la casa por detrás y por encima de ellos, Rigg descubrió que habían dado la alarma y había centenares de soldados a su alrededor y en su interior, registrándola sin contemplaciones. Era cuestión de tiempo que encontraran los pasadizos.

Mientras tanto, la gente veía a los soldados que cruzaban la calle y entraban en la casa de Flacommo. Rigg podía ver los rastros de ciudadanos que corrían de acá para allá, sin duda propagando la noticia del asalto contra la familia real. Aunque era muy temprano, la población se echaría a la calle. El caos sólo se calmaría cuando el general Ciudadano pudiera mostrarle la familia real a la ciudad… o proclamarse rey. Pero no podía hacer ninguna de las dos cosas si no tenía a Param y a Rigg, vivos o muertos. No podía encontrarlos. No podía atraparlos. Así que debía de tener un plan para obligarlos a acudir a él.

No podía utilizar a Madre como rehén. Y aunque lo intentara, ¿sacrificarían ellos sus vidas para salvarla, ahora que sabían cómo era? ¿Qué pensaba utilizar el general para conseguir que se entregaran?

Param y Rigg salieron del túnel en un pequeño almacén de la Biblioteca de la Nada. La parte más peligrosa y expuesta de su huida se encontraba ante ellos: un centenar de pasos entre la puerta del almacén y el pequeño montacargas que se utilizaba para subir y bajar los libros entre distintos pisos. Cualquiera que estuviese mirando entre las estanterías podría verlos, así como, durante breve tiempo, la gente sentada a las mesas de la parte de la sala orientada hacia el norte.

Pero nadie les dirigió una sola mirada. Al parecer, la alarma no había llegado aún a los edificios de la biblioteca.

Cosa que, en realidad, era mala señal, comprendió Rigg. El general habría dejado que se abriera su red de aquel modo… si pretendía cerrarla al final para atraparlos.

Llegaron hasta el montacargas y lo abrieron. La plataforma estaba, como siempre, en el primer piso, al igual que ellos. Se subieron y cerraron la puerta tras de sí. Rigg ajustó las palancas para activar el número preciso de contrapesos y tiró de la cuerda. La plataforma comenzó a ascender.

Había encontrado el lugar al fijarse en que algunos rastros subían y bajaban de piso en piso. Seguramente serían los aprendices, que jugaban con la maquinaria más interesante de la biblioteca. Otros rastros, con más de un siglo de antigüedad, entraban también en el montacargas, pero luego tomaban una ruta distinta, que atravesaba los muros hasta llegar a un sistema de pasadizos subterráneos. Había tenido que experimentar mucho hasta descubrir cómo entrar en ellos, pero contaba con los rastros para guiarse. Podía ver dónde se había detenido la gente antes de atravesar una esquina del hueco del ascensor en la que, en apariencia, no había ni rastro de una puerta.

A medio camino entre dos pisos, detuvo el montacargas enganchando la cuerda alrededor de un doble pasador que había en la pared. Luego tiró de una palanca apenas visible, situada al otro lado. A su espalda se abrió una puertecilla y tras ella, un escondrijo del tamaño de una pila de libros. No contenía absolutamente nada de valor o de interés para ellos. Era un señuelo que explicaría la presencia de la palanca si alguien, por azar, llegaba a encontrarla.

Pero con el escondrijo abierto, era posible girar el brazo que sujetaba el tirador al que habían enganchado la cuerda. Tras darle una vuelta completa, una de las paredes se abrió lo suficiente como para que pasaran.

Rigg cerró la puerta del escondrijo y desató la cuerda. La plataforma no se movió. Mal diseño habría sido si hubiera caído al vacío en cuanto la cuerda dejaba de sujetarla. Indicó a Param que entrara por la rendija que se había abierto. Ella lo hizo sin perder un instante.

Pero, durante un horrible momento, Rigg se preguntó si en aquel instante Param se quitaría la máscara, como había hecho antes Madre, e imaginó que le cerraba la puerta antes de que pudiera pasar.

No lo hizo. Rigg salió al pasadizo y vio que su hermana ya había recorrido la mitad de la escalerilla que conducía a un par de túneles largos y secos que discurrían por encima de las alcantarillas, aunque conectados a ella.

Las alcantarillas eran el orgullo de Aressa: gracias a ellas, las calles no sufrían la vista y el hedor de los desechos. Pero Rigg, mientras investigaba los estudios de Knosso, había descubierto que no las habían construido con este fin. En realidad eran túneles de drenaje por los que discurría el agua que había hecho en su día de aquella tierra una apestosa ciénaga. El hombre al que Umbo, Hogaza y él vieron remando por el pantano vivía en una época anterior a los trabajos de desecación. Sólo más adelante, cuando se apilaron cinco o seis metros de sedimentos, tierra y basura sobre la superficie pantanosa y se erigieron los edificios sobre ellos, comenzó la gente a construir tuberías entre sus casas y los túneles de drenaje, y utilizarlos así como alcantarillas.

Pero el túnel que Rigg y Param se disponían a utilizar era mucho más reciente. Dataría de unos quinientos o seiscientos años atrás, una época de tumultos. Rigg creyó detectar entre los rastros que discurrían por allí varias ocasiones en las que los eruditos de la biblioteca habían huido en grupo, seguramente cargados con sus libros y escritos más preciosos.

Cerró la puerta desde el otro lado y luego accionó la palanca que hacía girar los tiradores hasta su posición normal y devolvían el montacargas al primer piso.

Mientras avanzaban cuidadosamente por el túnel que les servía de vía de escape, moviéndose a tientas allí donde los estrechos tragaluces no alcanzaban a iluminarlo demasiado, Rigg iba inspeccionando los rastros delante de ellos, para asegurarse de que no había ninguna sorpresa desagradable esperándolos en la salida que tenía previsto utilizar.

Enseguida vio que reinaba un gran revuelo en la ciudad. Al parecer, al salir de sus escondrijos y tomar posiciones alrededor de la casa de Flacommo, los soldados habían soliviantado a la muchedumbre. En la casa, el cordón de soldados estaba ocupado manteniendo a raya a la turba. No había muchas posibilidades de que pudieran dedicarse a buscar a Rigg y a Param de momento.

Umbo y Hogaza se encontraban en el parquecillo, esperando justo donde les había pedido que esperaran.

Y al avanzar hacia el pasadizo que llevaba al parque, Rigg vio que una docena de soldados aparecía y luego se alejaba de allí, con Hogaza y Umbo presos.

Tal como Param había anunciado. Al general Ciudadano no le gustaba dejar cabos sueltos. Debía haber vigilado a Hogaza y a Umbo desde el principio. Incluso puede que sus espías estuvieran allí cuando Rigg se reunió con ellos y por eso sabían dónde debían buscarlos.

Pero aunque él hubiera sido tan implacable como Madre y estuviera dispuesto a dejarlos morir mientras él se fugaba, sabía que, a la larga, esta alternativa sería un error. Necesitaba a Umbo para cruzar el Muro. Y si no cruzaba el Muro, más tarde o más temprano lo encontrarían y lo matarían. La nueva dinastía tenía que hacerlo.

Volvió al instante sobre sus pasos. Aunque los soldados del general no sabían cómo se abría la entrada del parque, aún había una docena de ellos esperando allí, por si Rigg cometía la torpeza de salir al aire libre sin asegurarse antes de que estuviera despejado.

—Tienen a mis amigos —le dijo a Param—. Tenemos que ir por otro camino.

Ella lo siguió en silencio. Sólo conocían dos caminos que no pasaran por las alcantarillas y no era sólo un problema de humedad, sino que también eran nauseabundas. ¿Y si el general Ciudadano estaba vigilando las otras salidas?

No. Puede que las alcantarillas estuvieran vigiladas, pero era imposible que el general Ciudadano conociera los dos túneles por los que habían pensado escapar, porque nadie los había utilizado desde hacía más de un siglo, mucho antes de la Revolución. Puede que el último monarca que los conociera muriese sin revelarle su existencia a nadie. Así que la otra entrada no estaría vigilada… aunque nada les garantizaba que no los vería alguien por accidente.

Fue una larga caminata y Param no estaba acostumbrada a recorrer trechos tan largos. Aunque tardara una eternidad en cruzar una habitación cuando era invisible, desde su punto de vista sólo necesitaba unos rápidos pasos. ¿Dónde podía haberse ejercitado dentro de la casa de Flacommo? Rigg había podido correr con Olivenko entre la biblioteca y la casa, y así acostumbrar de nuevo a su organismo al ejercicio, pero Param no había disfrutado de la misma oportunidad.

—Lo siento —dijo—. Sé que es duro y ojalá fuese tan grande como Hogaza para poder llevarte en brazos.

—Me estás salvando la vida —dijo Param—. Pero estoy muy cansada. ¿Por qué no descansamos un poco? La única cita urgente que teníamos ha quedado cancelada.

Rigg comprendió que tenía razón así que, al encontrar un corto tramo de escaleras, se sentaron.

Para sorpresa de Rigg, su hermana subió las escaleras y se tendió sobre el suelo.

—Podría haber ratas —le advirtió.

—Si viene una lo bastante grande, mátala y podré usarla como almohada —respondió ella.

Muy bien, así que no les tenía miedo a las ratas. O puede que nunca se hubiera encontrado con una, así que no sabía si debía tenerles miedo o no. Se quedó dormida enseguida.

Pero era demasiado temprano para Rigg y no tenía sueño. Se había acostumbrado a no dormir hasta después del mediodía. Así que se sentó en el primer escalón, al lado del cuerpo dormido de Param.

Al principio no pudo evitar volver a pensar en Madre y en el general Ciudadano. Sabía desde el principio que el general era un adversario formidable, pero no era nada comparado con Madre, porque a ella nunca la había visto como tal. Oh, sí, siempre había sabido que existía la posibilidad de que no fuese de fiar, incluso de que albergara planes para asesinarlo. Pero al cabo de meses en su compañía, había terminado por gustarle, por quererla, por confiar en ella. Mientras ella, desde el principio, le…

No, no es que le mintiera. En realidad no. Ella le tenía cariño, lo quería y desde luego confiaba en él. Simplemente hacía lo mismo que Rigg, y también Padre, por cierto: mantener en secreto sus planes últimos. La auténtica diferencia entre Rigg y Madre no era que uno de los dos fuese más deshonesto o indigno de confianza. La diferencia era que Rigg había planeado salvar a su madre y ella había planeado dejar que lo asesinaran. No… ordenar que lo asesinaran.

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