Syl seguía preguntándose cuál era la diferencia de todas formas, dado que «todos sabemos que es algo inventado» y Amy fomentó el debate sobre este tema.
—No es tanto —dijo finalmente— una cuestión acerca de ser realista. Como Syl y Pete han señalado, sabemos que estamos leyendo un relato y, si quisiéramos realidad, iríamos a buscarla a otro sitio. —Aunque Amy no tenía idea de exactamente adónde—. Es una cuestión de confianza. Si estamos leyendo algo y no podemos evitar dejar de pensar que el autor no ha prestado atención o es un poco flojo en ciertos aspectos básicos como el escenario, es probable que nos echemos atrás. El autor pierde su autoridad, y nosotros la confianza.
—¿Puedo decir algo? —Marvy hacía gestos extraños con las manos como si estuviera intentado explicar en detalle sus pensamientos.
—Después —contestó Amy.
—Se supone que se desarrolla en…
—Dejemos este tema aparte y volvamos a la pregunta inicial, que era: ¿qué sucede en esta historia?
Pasaron un buen rato debatiendo esta cuestión puesto que lo que sucedía en el relato de Marvy Stokes era básicamente de interpretación libre. Un detective privado era contratado para encontrar a un perro, se enamora de una mujer misteriosa y descubre un complejo sistema de blanqueo de dinero relacionado con cerdos, metanfetaminas, las Islas Caimán y golosinas para perros. La mayoría de la acción transcurría dentro de la mente del desconcertado y locamente enamorado Bill Mansfield que, cuando no estaba ordenando su desastrado escritorio, estaba reflexionando sobre varias vistas y sonidos de los que el lector no tenía conocimiento directo. Todo lo importante acontece fuera del escenario, incluido el demoledor clímax: un tiroteo a tres bandas en una granja de cerdos durante el cual Mansfield es gravemente herido física y psicológicamente por la dueña del shih-tzu. En el párrafo final, él está recordando los viejos tiempos en la sala de urgencias del hospital Metro Mercy.
«
Lo que más dolía
, pensó Gordo,
era que ella no había querido decir ni una sola palabra
.»
—Entonces él debía de estar bastante loco por ella —dijo Chuck—, teniendo en cuenta que ella le disparó a las piernas.
—Sí, ¿y quién es Gordo? —preguntó Pete Purvis.
Marvy empezó a hacer señales otra vez.
—Supongo —dijo Amy, que Gordo es el nombre real de Bill Mansfield.
—Es Gordon —susurró Marvy.
—O quizá es Gordon, lo que explicaría cómo Gordo evita la extinción en un momento tan terrible como el del cambio global. —Amy casi mencionó el hecho de que Marvy había roto una de las seis reglas de James Thurber en cuanto a la escritura de ficción: si vas a cambiar Ketchum por McTavish, Ketchum no debería aparecer en la última página. Pero no lo hizo porque, probablemente, ninguno de ellos sabía, y ni siquiera le importaba, quién era Thurber.
Era una discusión aceptable aunque farragosa. Aproximadamente la mitad de la clase, incluida una inusitadamente apagada Carla Karolak, permanecía sentada sin decir nada y el resto estaba confusa. Tiffany puso objeciones al tratamiento de la mujer del shih-tzu como objeto sexual cuyo «trasero en cueros» era su «gran atractivo». Edna Wentworth también protestó contra el mismo pasaje, pero no por razones políticas.
—Es escritura estereotipada —dijo Edna—, eso sin mencionar la desafortunada yuxtaposición.
Chuck, Frank Waasted y Amy rieron al mismo tiempo.
—¿Yuxtaposición de qué? —preguntó Pete Purvis.
—De trasero y atractivo —dijo Frank.
—Como en «Su atractivo en cueros era su gran trasero».
Tiffany señaló que a ella no le parecía divertido. Tiffany iba a ser un incordio. Amy pensó que lo mejor en ese momento sería lanzar su habitual perorata sobre descripción versus narración.
—Podremos hablar sobre el lenguaje más tarde —dijo—, si tenemos tiempo. Ahora tenemos que abordar cuestiones más sustanciales. El problema con la historia que tenemos aquí es que apenas hay escenas en ella. Las únicas que puedo encontrar son la de apertura en la oficina de Mansfield, y la del tiroteo en la granja de cerdos. Todo lo demás es descrito dentro de los recuerdos de Mansfield, que tampoco son demasiado específicos. No podemos ver ni escuchar lo que está sucediendo porque Bill Mansfield normalmente se encuentra en el medio.
Amy tomó aire e hizo una pausa sin pensarlo, como si estuviera esperando algo. Al instante se dio cuenta de que estaba esperando a Carla, que había oído este mismo discurso veinte veces y con quien, normalmente, contaba con que saliese con alguna tontería. Sin embargo la mujer estaba recostada sobre su escritorio al fondo de la clase, mirando hacia abajo a su cuaderno intacto, distraída y aparentemente triste. Carla tenía un humor muy cambiante, pero Amy nunca la había visto así.
Amy puso fin a la crítica quince minutos después, momento en el que Marvy le dijo a la clase que su historia se situaba en Grand Rapids, Michigan, y que cuando la «limpiara», definitivamente lo mencionaría. Amy le preguntó si había entendido la diferencia entre describir y narrar, entre escena y descripción, y él respondió: «Eso creo», que significaba que no lo había hecho y que tampoco le importaba. Amy se habría tomado algo así a pecho al principio de empezar a dar clases, pero ahora no le importaba en absoluto a menos que la persona mostrara cierto talento, que para nada era el caso de Marvy.
En el descanso, todo el mundo excepto Carla salió de la clase.
—Tengo una pregunta —dijo sin alzar la vista.
Amy se sentó en la mesa vacía que había enfrente de su alumna, situándola bien para poder verle el rostro.
—Dispara —dijo Amy.
Carla garabateaba en una libreta de rayas. Sus garabatos parecían tatuajes de color azul: cruces, pagodas, crisantemos…
—Escucha —dijo—, sé que hablo mucho y que puedo ser un incordio, y sé —dijo alzando la vista hacia Amy—, cuál es mi apariencia, ¿sabes?
Amy no dijo nada. ¿Iba a ser este otro intento de hacer amistad? Ella ya nunca confiaba en nadie que no fuera Alphonse.
—El tema está —continuó Carla—, en que ha tenido que ser alguien de esta clase. Tiene que serlo. De todas formas no conozco a nadie más que a la gente del club Mother’s bridge, al señor Sanchez, y a Hilario, el jardinero, además de mis diversos médicos. Me doy cuenta de que pueden parecer muchas personas, pero en realidad no lo son, créeme. —Carla llevaba una sudadera de la marca No Fear. Amy quería decirle que era demasiado mayor para llevar ropa con logo—. Y no era exactamente una amenaza, así que no sé por qué estoy tan disgustada. Estoy acostumbrada a que a la gente no le gusten mis cosas.
—¿Has recibido una llamada telefónica? —
Enséñame algo
…
—¡No, por Dios! Eso habría sido peor. Recibí esto —dijo Carla sacando un sobre de entre las páginas de su libreta—, y realmente me gustaría dártelo. Si no quieres leerlo, no te culpo, pero yo no quiero mirarlo más.
Amy cogió un sobre blanco rasgado sobre el cual aparecía mecanografiada la dirección de Carla en La Jolla. No había dirección del remitente. Un sello con el dibujo del gato del Dr. Seuss había salido intacto de su paso por la máquina canceladora a pesar de que su esquina superior derecha sobresalía por el borde del sobre. Parecía que el sello lo había pegado un niño pequeño.
—Carla —dijo Amy—, hay un montón de gente que tiene acceso a tu correo. Se pueden averiguar direcciones en internet. ¿Cómo sabes…?
—Lo verás claro cuando lo leas. Además, mira —señaló la primera línea de la dirección—, solo escribo mi nombre con K cuando escribo, y las únicas personas que ven mi letra lo hacen aquí. Además de que intercambiamos las direcciones en la primera clase, así que todo apunta a que ha sido alguien de esta clase.
—Muy bien, pero tú ya has asistido a este curso varias veces. ¿Y si ha sido alguien de un curso anterior? No tiene por qué ser alguien de esta clase —Amy se estaba dando cuenta de lo diligentemente que estaba intentando evitar la cuestión, fuera lo que fuera.
—Tú simplemente léelo —dijo Carla.
Amy se quedó mirando fijamente el sobre. No era muy grueso. Probablemente solo contenía una hoja doblada en tres. Empezó a abrirlo cuando Chuck asomó la cabeza por la puerta.
—Ahora no —susurró Carla a Amy.
La profesora le pidió a Chuck que llamara a los demás, y regresó a la parte delantera de la clase metiéndose la carta de Carla en el bolsillo del pantalón.
Dot Hieronymus abrió el debate de
Código negro
haciendo cumplidos con voz entrecortada. Alentada por la prosa muscular del doctor («Black Jack luchaba por mantener el semblante impasible, pero ni siquiera él podía controlar el latido de la vena que visiblemente latía en su sien izquierda»), ya se había terminado casi la mitad de la novela y estaba ansiosa porque el resto de la clase también lo hiciera. Dot era miembro de tres grupos de lectura y había leído «todos los
thrillers
médicos que caían en sus manos» y
Código negro
estaba entre los mejores. A Amy tanto le daba que fuera verdad.
—Antes de que empecemos —dijo la profesora—, quiero señalar que este texto, al contrario que el de Marvy, forma parte de un texto mayor. Se trata por lo tanto de un fragmento, luego es más difícil hablar de él que de un relato corto. No podemos quejarnos, por ejemplo, de los finales inacabados. No podemos exigirnos comprender todo lo que está pasando. En este punto sería desastroso si pudiéramos hacernos una idea completa de todo el texto, ¿no? La misión del autor en estos primeros capítulos es atraer al lector. Si al final del primer capítulo o el segundo, no entendemos por qué un personaje está actuando de la forma en que lo hace, o lo que alguien quería decir cuando dijo lo que dijo, es probablemente una buena señal y seguiremos leyendo hasta descubrirlo.
—Entonces, ¿de qué podemos quejarnos? —preguntó Frank. Su copia del manuscrito de Surtees parecía haber sido sometido a una dura crítica, ya que estaba lleno de garabatos de color rojo. El hombre parecía ansioso por quejarse sobre montones de cosas.
—Oh —dijo Amy—, siempre podéis debatir acerca de los estereotipos y no solo sobre el lenguaje, que también. Un personaje o un escenario pueden estar ya muy trillados…
—Bueno, entonces aquí tenemos a este neurocirujano cinturón negro que atrae como un imán a las jovencitas…
—¡Eh! —dijo Ricky Buzza—. Eso no es un estereotipo. Me refiero a que yo nunca he leído nada acerca de un neurocirujano que fuera cinturón negro…
—¡Vamos! Es un prototipo, el superhéroe, y además sabes que va a haber una gran conspiración…
—¡No lo estropees! —dijo Dot.
—Y un gran tiroteo, o un torneo de lobotomías…
—Sin olvidarse de los illuminati —añadió Chuck.
Edna Wentworth y Ginger Nicklow sonrieron, pero permanecieron al margen. Tiffany se unió a Frank y Chuck. Harold Blasbalg, que, según Amy recordó, estaba supuestamente trabajando en una novela de terror, se puso del lado de Dot al igual que Syl Reyes mientras el resto permanecía sentado observando el espectáculo.
Puesto que era alguien importante y dado que su manera de contar historias, aunque absurdas, era en esencia competente y brillante, aunque solo superficialmente, Amy había supuesto que para Surtees aquello iba a ser un camino de rosas. Así que le sorprendió gratamente la estridente reprimenda, aunque después de quince minutos, durante los cuales el doctor había recibido una brutal paliza, creyó conveniente allanar el terreno. A los profesores de los cursos de extensión universitaria se les pagaba, execrablemente, para evitar alejar a sus clientes.
—Como estaba diciendo —dijo—, antes de ser interrumpida de forma tan grosera…
—No hay que suponer que es Shakespeare —dijo Dot. Estaba colorada y se las había ingeniado para mancharse de tinta su chaqueta de color marfil. A veces simplemente había gente que no podía participar en los debates, ya fueran acalorados o no. Había personas que no estaban acostumbradas a estar en desacuerdo, o que no asomaban nunca la cabeza en primer lugar. Pero Dot parecía haber puesto toda su confianza en Surtees. Mientras alababa y defendía acaloradamente su estúpido libro, Dot miraba hacia atrás reflexivamente (Surtees permanecía totalmente sereno) como esperando que él le devolviera la mirada. Algunas veces había personas, especialmente mujeres, que se apuntaban a cursos de extensión universitaria para conocer solteros—. No estáis siendo justos —apuntó Dot.
—Como os decía —dijo Amy. La clase le prestaba atención de mala gana—, podéis quejaros, siempre razonablemente, de personajes estereotipados, escenarios, incluso escenas típicas como atar a alguien a las vías del tren y cosas por el estilo. Pero no podéis quejaros, con imparcialidad, acerca de argumentos estereotipados.
—¿Por qué no? —preguntó Ricky Buzza. Ricky era el consentidor del grupo este trimestre.
—Porque todos los argumentos son estereotipos. No hay argumentos nuevos.
Ginger Nicklow habló en voz alta:
—Leí en alguna parte, estoy segura de que fue en el instituto, de que hay dos tipos básicos de argumento: Cenicienta y Jack y las habichuelas mágicas.
—Sexo y muerte —dijo Chuck Heston.
Syl Reyes se preguntaba qué demonios se suponía que significaba aquello.
—¡Yo qué sé! —dijo Amy—. Yo también lo he oído y siempre me lo he preguntado. Supongo que quiere decir que tenemos la historia de la búsqueda y la historia del descubrimiento erótico. La mayoría de los relatos de aventuras, incluido este, son historias sobre búsquedas. Aunque obviamente podría tratarse de una búsqueda interior, la búsqueda de la iluminación espiritual, la búsqueda de la propia identidad o la del asesino de tu padre, o lo que sea.
—Entonces, ¿qué es
Tiburón
? —preguntó Pete Purvis.
—Una ceremonia de iniciación acuática —dijo Frank, e incluso Tiffany Zuniga se rió.
—Volviendo al tema —dijo Amy—, adoro que os mostréis tan apasionados con este texto, pero tengo que dejar claro, como bien dice Dot, que no es justo atacar a
Código negro
por tener un argumento bastante trillado. Si es o no justo compararlo con Shakespeare, lo dejo para otra ocasión.
—Vale —dijo Frank—, pero ¿podemos decir que Black Jack Black es un personaje estereotipado?
—Todavía no —respondió Amy—. Por ahora no lo sabemos, pero puede tener ciertas singularidades y cierta profundidad que no hemos visto en los dos primeros capítulos.