Read Los ladrones del cordero mistico Online
Authors: Noah Charney
Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo
Inició sus estudios en Berlare, donde fue alumno de Honoré Coppieters, el hombre que tiempo después llegó a ser obispo de Gante. Además de ejercer de sacristán, también trabajó como administrativo en el municipio de Wetteren entre 1911 y 1919, y se libró del servicio militar por un problema ocular que le impedía ver con poca luz. A partir de ese año trabajó como agente de cambio y bolsa, y se convirtió en rostro habitual de los círculos financieros y los salones de Gante frecuentados por los poderosos. Siempre miembro activo de los grupos políticos y sociales de orientación católica, también enseñaba dibujo y diseño de tejidos en la Escuela Profesional de Kalken, y era muy buen sastre aficionado. Le encantaban los rompecabezas, sobre todo los que implicaban aspectos mecánicos. Su creatividad se extendía al diseño. Creó los planos para un nuevo modelo de aeroplano, y, aunque llegó a enviarlo a la fábrica Bréguet de París, ésta no se lo compró.
Goedertier también poseía una gran colección de novelas de detectives y espías. Los investigadores llegaron a la conclusión de que su biblioteca albergaba información útil, porque uno de los magistrados que llevaban el caso, Josef van Ginderachter, ordenó que fuera confiscada en su totalidad. En ella se encontraban las obras completas de Maurice LeBlanc, cuyo personaje recurrente era un ladrón de guante blanco llamado Arsène Lupin, con el que su tocayo, Goedertier, podría haber sentido cierta afinidad. Según su esposa, éste hablaba a menudo, y con gran fascinación, del robo de los Jueces Justos.
El 3 de noviembre de 1915, Arsène Goedertier se casó con la parisiense Julienne Ninne, heredera de una empresa de artículos de tricotar. Tuvieron un hijo varón, Adhémar, al que llamaban por el diminutivo Dedé. Éste nació en 1922 y vivió sólo hasta los catorce años, sufriendo siempre de problemas de salud, entre ellos una afección ocular crónica que le dificultaba la visión con poca luz, y que probablemente había heredado de su padre, así como rasgos de enfermedad mental. Dedé recibió su confirmación en la catedral de San Bavón, ungido por el obispo Coppieters. Cuando finalmente se produjo su muerte, el 2 de mayo de 1936, dos años después del robo, el joven balbuceaba incoherencias, y repetía sin cesar las palabras «policía» y «ladrones».
Goedertier fue un hombre de gran actividad —profesional, social y benéfica—. En 1909 fue cofundador del Servicio de Salud Nacional Cristiano de Bélgica, conocido como De Eendracht. Posteriormente puso en marcha dos organizaciones benéficas católicas más: De Volksmacht, en 1920, y Davidsfonds, de la que se convirtió en presidente en 1932. Sus colegas comentarían su deseo de adquirir relevancia política en el seno de las organizaciones católicas. Su presencia era habitual en encuentros políticos, actos católicos y fiestas que se celebraban en el palacio episcopal, contiguo a la catedral de San Bavón.
Finalizada la Primera Guerra Mundial, Goedertier y su esposa abrieron una agencia de cambio y bolsa, instalada en un antiguo convento de dominicos del centro de la ciudad de Gante, y de la que sacaron buen partido en un breve espacio de tiempo. Vivían en una espaciosa residencia de Wetteren, dotada de comodidades poco habituales para la época, como calefacción central, criados, dos líneas de teléfono y, lo más lujoso de todo, disponían de un automóvil Chevrolet, blanco y reluciente.
En 1928, Goedertier fundó una organización llamada Plantexel, forma abreviada de Société de Plantation et d’Exploitation de l’Elaeis au Kasai. La finalidad de la empresa era establecer plantaciones de café y de aceite de palma en el Congo. Plantexel se declaró en bancarrota pocos días antes de la muerte de Goedertier. ¿Había sido el robo del panel un intento de reflotar su negocio? No parece plausible, pues llamó la atención de la policía que cuando falleció fuera un hombre rico. En su cuenta corriente se encontraron tres millones de francos, tres veces más que la suma que parecía haber exigido para devolver la pintura.
Los misterios no terminan aquí. Desde 1930, Goedertier estaba en posesión de un pasaporte falso que contenía su fotografía pero en la que aparecía registrado con el apellido «Van Damme». Parecía claro que escondía secretos, pero ¿de qué naturaleza? ¿Y qué era lo que le había dicho realmente a De Vos, su confesor laico, en su lecho de muerte? Éste había sido el único testigo de la confesión y, por tanto, nadie podía corroborar la veracidad de lo que, según él, había revelado. ¿Sucedieron las cosas tal como él las contó? Y, ¿por qué no habló con nadie el abogado, ni siquiera con la policía, después de abandonar a su cliente ya fallecido, y se dirigió en automóvil al domicilio de Goedertier, en Wetteren, situado a quince kilómetros al sudoeste de Gante?
La esposa de Goedertier, Julienne, le abrió la puerta. Se dirigió al punto que su cliente le había revelado con su último aliento. En el estudio, en el cajón superior derecho del escritorio de Goedertier, en un archivo clasificado con la etiqueta «Mutualité», De Vos encontró copias realizadas con papel carbón de todas las notas de rescate, firmadas con las iniciales D.U.A. El archivo no contenía más información, pero sí una carta final, manuscrita, que no había sido enviada. La misiva ocupa varias páginas en las cuales su autor se dedica a vomitar sus pensamientos sin ningún orden, y está plagada de tachaduras y frases incompletas. Está redactada en un papel con membrete de Plantexel, y resulta en gran medida incoherente y dotada de una sintaxis peculiar en el original francés, escrito en una cursiva ladeada:
Me veo obligado a realizar una cura de reposo para restablecerme del todo. Me tomo el tiempo necesario para pensar con calma sobre el caso que nos ocupa. Tras la desaparición de los paneles, hemos llegado a estar en posesión de los mismos, y tras varios incidentes imprevistos, yo soy la única persona en el mundo que conoce el paradero de los Jueces Justos.
Tal vez no esté de más subrayar la importancia de la situación, pues me libera de toda barrera ante amigos u otras personas. Y, en consecuencia, puedo trabajar en la solución de este caso con calma y sin presiones […] Comenzamos con la idea básica de que podríamos creer y confiar en la palabra de un obispo. Por otra parte, deseábamos demostrarles, entregándoles el san Juan, que podían confiar en nuestra palabra. Nosotros confiamos, ustedes desconfiaron, y por desgracia los dos nos equivocamos.
Ésa es, indirectamente, la causa de que el caso no se haya resuelto, y existe el riesgo de que no se solucione nunca, dado que ustedes aplican tácticas improcedentes. El segundo hecho que no suena bien en su correspondencia es la conclusión de que ustedes se atreven a asumir la responsabilidad de escribir que su propuesta es de «lo toma o lo deja». En las circunstancias en las que nos encontramos, es terrible atreverse a escribir algo así.
Hemos llegado a un punto muerto, del que sólo podremos salir mediante su buena voluntad. Yo estoy preparado para facilitarles la tarea, como he hecho en el curso de esta correspondencia, pero ustedes no pueden pedirnos la restitución del […] sin que nosotros obtengamos algo a cambio, como ya hicimos con el san Juan. Deben admitir que me esfuerzo mucho para permitir el regreso de la obra maestra, y que depende sólo de ustedes solucionar esta situación sin demasiados daños ni resentimientos.
Goedertier no vivió para enviar esa última carta. Pero en sus últimas misivas había revelado, sin querer, varios datos fascinantes. El panel estaba oculto en algún lugar prominente, público. No se hallaba directamente en su poder, ni podían acceder a él sus cómplices potenciales sin atraer la atención pública. Era posible, incluso, que se encontrara escondido a la vista de todos.
Las otras pistas que encerraban las últimas palabras de Goedertier, su mención a un «armario» y unas «llaves» no aportaron resultados. De Vos dijo no haber encontrado otros papeles ni pistas de ninguna clase en la casa relacionadas con
La Adoración del Cordero Místico
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¿O sí encontró algo? ¿Puede creerse que De Vos descubriera las copias a papel carbón de las cartas y la misiva final manuscrita? Nadie verificó ni comprobó sus afirmaciones. El abogado estuvo más de quince minutos junto al lecho de muerte de Arsène Goedertier. Parece lógico que su cliente le susurrara algo más que aquellos fragmentos abreviados y melodramáticos que De Vos refirió más tarde.
El elegante y educado Georges de Vos había nacido en 1889 en la localidad belga de Schoten. Se doctoró en derecho, trabajaba como respetado abogado y ejercería de senador, en representación del Partido Católico, por el distrito de Sint Niklaas, Dendermonde. Los teóricos de la conspiración siempre han creído que De Vos ocultaba la verdad, que Goedertier pudo no ser más que una cortina de humo. Lo que De Vos hizo a continuación resulta incluso más sospechoso.
En lugar de notificarlo a la policía, el abogado abandonó la casa de Goedertier y se reunió con cuatro colegas, magistrados de Dendermonde: Josef van Ginderachter, presidente del Tribunal de Apelación de la localidad —y que poco después confiscaría la biblioteca del fallecido en busca de pruebas; Chevalier de Haerne, presidente del Tribunal de Apelación de Gante; el fiscal del distrito Van Elewijk; y el fiscal en jefe de la casa del rey, Franz de Heem, el hombre que se había encargado de las negociaciones, apartando del caso al obispo Coppieters.
Esos cinco notables del reino se reunieron en privado y decidieron llevar a cabo su propia investigación, sin implicar en ella a la policía ni informarla de nada. Si era cierto que a los magistrados podía encargárseles la investigación preliminar de delitos menores, resultaba a todas luces irregular que se ocuparan del caso de un robo tan importante sin la colaboración de la policía, y sin consultar nada a ésta. Investigaron durante un mes antes de que la policía, encabezada por De Heem, iniciara la conducción de sus propias pesquisas para esclarecer la implicación de Goedertier.
Este procedimiento anómalo no ha sido explicado nunca. ¿Por qué había de retirarse del caso la policía y esperar a que un grupo de abogados acometiera una investigación privada, por más que ésta estuviera dirigida por el fiscal de la acusación? ¿Por qué Georges de Vos no acudió directamente a la policía si creía que su cliente fallecido estaba implicado en el robo de una porción de uno de los tesoros nacionales de Bélgica? Y, si él no lo hacía, entonces, sin duda, De Heem debería haber implicado a las instancias policiales en cuanto tuvo conocimiento de lo ocurrido. Ya en aquel momento, todos esos comportamientos extraños olían a conspiración.
Transcurrido un mes, los abogados anunciaron sus hallazgos.
1. Habían localizado la máquina de escribir con la que se habían redactado las cartas de rescate, en el domicilio de Goedertier. La encontraron en el depósito de equipajes de la estación de ferrocarril de Saint-Peters, en Gante, el 11 de diciembre. El resguardo con el número estaba guardado en el archivo encabezado por la palabra «Mutualité» que se encontró en el escritorio de Goedertier.
2. La máquina de escribir Royal Portable había sido alquilada a nombre de Van Damme en un establecimiento llamado Ureel, situado en una de las esquinas que daban a la catedral de Gante, el 28 de abril, para lo cual se había realizado un depósito de 1.500 francos. Aquello explicaba al menos un uso del pasaporte falso de Goedertier.
3. El 24 de abril, Goedertier había abierto una cuenta en el Banco Nacional de Gante, y había ingresado en ella 10.000 francos.
Más allá de eso, no habían hallado ningún dato significativo.
Pero una decisión rara sucedía a la anterior. Los magistrados que se encargaban de la investigación empezaron a usar la misma máquina de escribir con la que se habían redactado las cartas y que había sido requisada como prueba en la estación de ferrocarril, puesto que en la oficina que compartían no contaban con ninguna.
El otro único artículo que los magistrados citaron fue el descubrimiento de una «llave rara que nadie reconoció, y que no encajaba en ninguna cerradura de la casa». Aquella llave, ciertamente, podía ser relevante, si creemos que entre las palabras que Goedertier susurró estaban «armario» y «llave». Se trataba de un modelo genérico, de los que se usaban para abrir muchas puertas. Años después se descubrió que encajaba en la puerta que daba acceso al balcón del coro de la catedral de San Bavón —que probablemente fuera la vía de entrada durante el robo.
Hasta que los abogados no hubieron anunciado sus hallazgos, la policía no inició sus investigaciones sobre Arsène Goedertier. Ello sucedió en diciembre de 1934. La muerte de éste, y el descubrimiento de las copias de papel carbón con las notas incriminatorias, no fueron del conocimiento de las autoridades policiales hasta ese momento. Transcurrido ya un mes desde los hechos, y con el domicilio tomado por los abogados, las posibilidades de que los agentes descubrieran algo de importancia eran escasas. Con todo, pusieron la casa y el jardín patas arriba, y entrevistaron a los amigos y parientes de Goedertier. No averiguaron prácticamente nada. Algunos de sus compañeros de trabajo declararon que el sospechoso había contraído muchas deudas, pero la policía encontró tres millones de francos en su cuenta bancaria.
Ni sus familiares ni su esposa afirmaron ni negaron que el difunto hubiera sido la persona que había intentado obtener dinero a cambio del panel. Insistían en que no sabían nada. Pero repetían que, en caso de serlo, lo habría hecho en nombre de una persona importante con la que estaba en deuda. Y no, no querían decir de qué persona podía tratarse.
Si ello es cierto, es posible que los abogados a quienes consultó Georges de Vos hubieran proporcionado una pista sin quererlo. En tanto que fiscal de la Corona, Franz de Heem había representado recientemente al fallecido monarca belga, Alberto I. ¿Podía estar el rey implicado de algún modo? Cuesta creer que alguien se arriesgara a ir a la cárcel por un millón de francos, una cifra relativamente menor (unos 300.000 dólares de hoy), que apenas afectaría a un personaje rico como era Alberto. Y si lo que Goedertier quería era ayudar a la casa real belga, ¿por qué no recurrir a los tres millones de francos que tenía ahorrados? ¿Pudo existir una conspiración de mayor alcance, de la que este incidente formara parte? El rey Alberto I había muerto mientras caminaba por el campo, lo que muchos de sus coetáneos consideraron sospechoso. ¿Existía alguna relación entre los dos hechos?
El historial de Goedertier sugiere que robarle a una institución católica habría sido un acto muy poco probable en él, por más desesperado que estuviera. Como presidente de varias asociaciones benéficas católicas, y receptor de honores públicos por sus años de dedicación a ellas, Goedertier era un ciudadano y un católico modélico. Algún escéptico podría decir que precisamente a causa de su posición elevada habría tenido acceso a la Iglesia católica de Bélgica y a sus dirigentes. ¿Lo usó como tapadera perfecta para infiltrarse en la catedral y perpetrar un robo en ella? Además, si había sido él el ladrón, había que explicar los aspectos logísticos de la operación. El tamaño y el peso de los paneles implicaban que no habría podido actuar solo.