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Authors: Noah Charney
Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo
Según él, sólo una justificación podría explicar la chapucera labor policial, el desafío a los procedimientos establecidos y los palos en las ruedas puestos a cualquiera —él incluido— que buscara respuestas: existía una conspiración para ocultar la verdad.
El comisario Mortier logró reunir un dossier de pruebas convincentes. La más fructífera, tal vez, fue un relato del que la policía tomó nota en 1947 pero que fue extrañamente ignorado, tal vez porque el caso estuviera oficialmente cerrado, o tal vez por las mismas razones por las que la investigación fue mal llevada desde el principio. Al parecer el robo fue presenciado por un testigo directo, alguien que no sólo vio luz en la capilla Vijd, sino también a dos ladrones y el coche con que se dieron a la fuga, y a los que reconoció.
Caesar Aercus, un ladrón de poca monta natural de Dendermonde, Bélgica, fue detenido trece años después del robo del panel. En un intento de conseguir la libertad a cambio de información, reveló lo que vio la noche del 11 de abril de 1934: un relato que Mortier y otros creen, pero que, curiosamente, fue rechazado por la policía de la época.
Aercus aseguró haber visto que, en la oscuridad de aquella noche de abril, un coche negro aguardaba sospechosamente estacionado en Kapittelstraat, la calle que corre paralela a la nave de San Bavón. Un hombre bien vestido, tocado con sombrero negro y envuelto en un abrigo, esperaba junto al vehículo, caminando con nerviosismo arriba y abajo. De pronto un segundo hombre surgió de entre las sombras de la catedral cargando bajo el brazo con lo que Aercus describió como «una plancha», o algo que se parecía a una plancha, pues iba cubierto con una tela negra. Eran las 12.30 de la noche. El segundo hombre introdujo la plancha en el asiento trasero del vehículo y posteriormente se sentó junto al conductor. El primer hombre intentó ponerlo en marcha, pero el coche resoplaba y tosía.
Fue entonces cuando Aercus, que llevaba un buen rato agazapado al otro lado de Kapittelstraat, cruzó la calle y se ofreció a ayudarles. Después de todo, algo entendía de coches, y creía que sabía cómo lograr que aquél arrancara. También reconoció a al menos uno de los dos hombres: el de aspecto elegante que había esperado junto al vehículo. En un primer momento Aercus se refirió a él como a «Den Dikke», que en una traducción aproximada sería algo así como «el Gordito». El ofrecimiento de ayuda de Aercus fue rechazado, y el coche, tras varios intentos más, logró ponerse en movimiento. Los dos hombres y la plancha cubierta por la tela negra se alejaron. Y Aercus regresó al asunto que lo había llevado hasta Kapittelstraat: robar quesos del establecimiento situado delante.
En efecto, aquel hombre era el ladrón de queso cuyas actividades fueron consideradas lo bastante diabólicas para que el jefe de policía Patjin dejara la escena del robo de los Jueces Justos y decidiera perseguirlo a él. Cuando Aercus, finalmente, fue detenido por otro delito (logró salir impune del robo del queso, al parecer comiéndose las pruebas que lo incriminaban), intentó rectificar su intento de compra de inmunidad, al asegurar que no sólo había reconocido a Den Dikke, como declaró en un primer momento, sino también al segundo hombre. Ahora que Aercus se encontraba entre rejas, intentó sacar partido del hecho de haber reconocido a Den Dikke, y reveló que aquel apodo correspondía a Polydor Priem, un ladrón que vivía en Estados Unidos, país en el que mantenía contactos delictivos.
El recuerdo de Aercus debe tomarse con toda la prevención del mundo, pues no en vano se trataba de un intento de obtener la libertad, y el convicto contaba con un incentivo para proporcionar información útil que le colocara en una buena posición para negociar. La palabra de un delincuente como Aercus, cuya vida profesional y personal estaban plagadas de engaños y dobles traiciones, podía nacer del resentimiento o del oportunismo.
Aun así, o la policía realizó, curiosamente, un seguimiento erróneo de la investigación, o bien su trabajo se vio obstaculizado. Aunque el 10 de junio de 1947 un documento policial dejaba constancia de Den Dikke, que según Aercus era el hombre que respondía al melifluo nombre de Polydor Priem, no hacía lo propio con el nombre del segundo hombre al que Aercus decía haber reconocido.
Sólo durante la investigación privada del comisario Mortier salió a la luz el verdadero alcance de los extraños procedimientos policiales asumidos por parte de todos. Además del relato de ese testigo ocular clave, que atestigua la implicación de más de un ladrón, Karel Mortier realizó los siguientes descubrimientos en relación con el caso de los Jueces:
1. Todos los cartapacios relacionados con el robo habían desaparecido de los archivos municipales.
2. Todos los cartapacios relacionados con el robo habían desaparecido de los archivos de la catedral.
3. Las autoridades eclesiásticas de Gante habían obstruido los intentos periodísticos de retomar el caso.
4. Ni siquiera el oficial nazi, el
Oberleutnant
Heinrich Köhn, con sus persuasivos métodos para los interrogatorios y el respaldo de Himmler y Goebbels, halló pistas definitivas cuando intentó investigar el robo, durante la Segunda Guerra Mundial.
5. Los documentos de la investigación de Köhn desaparecieron de los archivos municipales, aunque algunos aspectos de los mismos fueron recuperados por Mortier, que llegó a saber que fue el canónigo Van den Gheyn quien acompañó a Köhn en sus investigaciones. Fue con Köhn con quien la viuda de Goedertier habló de la fascinación que su esposo sentía por el personaje de Maurice LeBlanc, el ladrón de obras de arte y caballero Arsène Lupin, sobre todo en una de las novelas en las que aparece, titulada
La aguja hueca
. Köhn, igual que los cuatro magistrados que se ocuparon privadamente de la investigación, se mostró especialmente interesado en el contenido de la biblioteca de Goedertier.
6. Si era sincera la insistencia de la familia de Goedertier de que éste sólo había intentado solicitar una cantidad de dinero a cambio del panel para ayudar a un importante belga en apuros, entonces, ¿tal vez el encubrimiento era un intento de preservar la integridad de aquel belga notable metido a delincuente?
7. La policía no llegó ni a interrogar al abogado de Goedertier, Georges de Vos, la persona por la que, de manera más obvia, debería haberse iniciado la investigación. ¿Quién puede asegurar que los melodramáticos susurros de su cliente, en su lecho de muerte, llegaron a producirse en realidad, siendo él, como fue, el único testigo? Mortier definió de «parodia» aquella chapucera investigación policial.
8. Las autoridades parecieron no reparar en el hecho de que Goedertier era un hombre de escasa estatura, gordo y físicamente débil. Es altamente improbable que hubiera podido levantar el panel sin ayuda y cargar con él. ¿Quién más lo acompañaba?
9. Nadie concedió importancia a que Goedertier sufriera de una afección ocular que le impidiera ver con claridad en condiciones de luz escasa. Así, no habría podido desenvolverse bien en solitario dentro de una catedral en penumbra si quería evitar tropezar con los bancos, y mucho menos haber robado un panel.
10. El 9 de febrero de 1935, la agencia de cambio y bolsa de Goedertier se declaró oficialmente en bancarrota y cerró. Antes que el edificio fuera abandonado, el hermano de éste, Valere, y su viuda, Julienne Minne, realizaron una búsqueda exhaustiva, dada la sospecha de que el panel pudiera estar oculto en él. Pero no encontraron nada.
11. El criado de la tía del canónigo Gabriel van den Gheyn se dedicaba a robar obras de arte en el área de Gante en los meses previos al robo. ¿Pudo estar implicado él?
A pesar de esas importantes observaciones, Mortier no logró resolver el misterio. Su suposición mejor fundamentada es la de que los Jueces fueron escondidos tras algún punto del zócalo medieval de madera que recorre la catedral de San Bavón. En 1996, tras obtener una subvención de medio millón de francos del Ministerio de Cultura, Mortier y un equipo de técnicos iniciaron la búsqueda en el interior del templo mediante rayos X. Pero transcurrida apenas una semana, las pruebas no arrojaban nada, sólo una parte de la inmensa catedral había sido estudiada y los fondos ya empezaban a agotarse. Y la investigación se suspendió.
Muchas de las teorías que han surgido en relación con este delito parecen algo peregrinas. Pero ésa es la naturaleza de los misterios sin resolver, cuyos documentos y archivos han desaparecido. Bernauw, tal vez el estudioso que más conoce sobre el misterio de los Jueces, cree que Goedertier y los dos cómplices que nombró, De Swaef y Lievens, actuaban como agentes nazis. Hitler había accedido al poder en 1933, pocos meses antes del robo del panel.
La Adoración del Cordero Místico
era uno de los máximos objetivos del Führer en su sucesión de robos de las mejores obras de arte europeas, tal como se abordará en el siguiente capítulo.
Una de las motivaciones de Hitler era el deseo de corregir lo que se percibía como un mal en el caso de los paneles que fueron repatriados a la fuerza a Bélgica tras retirarse de su lugar de exhibición en el Museo Kaiser Friedrich, según lo estipulado en el Tratado de Versalles. Bernauw cree que existe un vínculo entre
El Cordero Místico
y la reliquia de la Sangre Santa que se conserva en Brujas, ciudad natal de Van Eyck, desde que en 1149 Thierry de Alsacia, conde de Flandes, la llevó hasta allí desde Tierra Santa. Según él, los caballeros templarios también aparecen representados en el panel de los Caballeros de Cristo del retablo. Y sugiere que tal vez existiera algún objeto o documento material oculto en el interior del panel sobre el que Van Eyck pintó los Jueces Justos. La teoría de Bernauw plantea que Goedertier y los ladrones fueron asesinados después de robar el panel y entregárselo al agente nazi. Aunque la implicación de De Swaef y Lievens no está ni mucho menos demostrada, la posibilidad de un asesinato nazi es muy real. Georges de Vos, el único hombre que oyó las últimas palabras de Arsène Goedertier, murió inesperadamente el 4 de noviembre de 1942 en un cine de Gante, poco después de mantener una conversación con el detective de arte nazi Heinrich Köhn en la que le dijo lo que sabía sobre el panel perdido.
El autor holandés Karl Hammer propone la teoría de que Hitler codiciaba
El Cordero
no sólo por su interés en robar obras de arte como venganza por el Tratado de Versalles, sino porque se creía que la pintura contenía un mapa del tesoro en clave que conducía hasta las
Arma Christi
, los instrumentos usados durante su Pasión, entre los que podían encontrarse los clavos, la esponja, la Lanza del Destino, la túnica de Cristo y su caña, la columna y el látigo de la flagelación, el Santo Grial y la corona de espinas. El interés de Hitler por lo oculto, así como el de muchos de los líderes nazis (sobre todo el de Himmler), está bien documentado, como lo están las expediciones nazis, a través de su Sociedad de Investigación Ancestral y de Patrimonio, la Ahnenerbe, que podría describirse como centro de investigaciones sobrenaturales nazis. Hitler ordenó expediciones al Tíbet en busca del Yeti, a Tierra Santa para encontrar la Lanza del Destino con la que Longino perforó el costado de Cristo cuando éste estaba clavado en la Cruz, y al Languedoc en busca del Santo Grial. El propio Partido Nazi se fundó como confraternidad secreta y oculta.
Es posible, sin duda, que Hitler creyera que
El retablo de Gante
contuviera el mapa en clave hacia algún tesoro sobrenatural. La Ahnenerbe buscaba con ahínco algún código secreto en la saga islandesa de los Eddas, que según muchos oficiales nazis revelaría la entrada a la maravillosa tierra de Thule, una especie de Tierra Media llena de gigantes y duendes telepáticos, que para ellos era el verdadero lugar de origen de los arios. Que ese mapa se encontrara, de hecho, en
La Adoración del Cordero Místico
ya es otro asunto, asunto que la mayoría de los especialistas rechazan de plano, por más que resulte tentador interpretar la enigmática, compleja iconografía, y el simbolismo camuflado de la obra maestra de Van Eyck en una clave más exótica que la que aparece en los libros de texto corrientes. Hay quien cree que las iniciales con las que se firmaban las notas de rescate tras el robo del panel de los Jueces, D.U.A., corresponden a «Deutschland über Alles», y que Goedertier, De Swaef y Lievens fueron asesinados por agentes de la Ahnenerbe.
Karl Hammer argumenta que el verdadero motivo de la visita secreta que Van Eyck realizó a Portugal —y que teóricamente era pintar un retrato de la princesa Isabela de Aviz para Felipe el Bueno— era conocer a unos famosos cartógrafos portugueses. Juntos, según Hammer, pergeñaron un enigma cartográfico con el que ocultar el paradero de las
Arma Christi
en el interior de
El retablo de Gante
. El holandés considera que el robo del panel de los Jueces fue una medida preventiva para asegurar que una pieza clave del mapa del tesoro desapareciera y garantizar así que las
Arma Christi
siguieran estando en paradero desconocido.
El escritor Filip Coppens se centra en el tesoro más inequívoco de todas las piezas que componen las
Arma Christi
, y que queda «oculto» a la vista de todos en el centro el retablo. En el panel de
La Adoración del Cordero Místico
, en su centro, el Cordero vierte la sangre de su pecho en un cáliz de oro: el Santo Grial. Coppens lo vincula a las letras AGLA, sutilmente dibujadas en el panel del coro de ángeles, y que son abreviatura de la frase cabalística usada como encantamiento mágico protector:
atta gibbor le’olam Adonai
(«el Señor es fuerte por toda la eternidad»), detalle que fue tenido en cuenta por primera vez en la década de 1970 por el historiador belga Paul Saint-Claire. Hammer, a partir de esas letras, extrapola y sugiere que una sociedad secreta conocida como los allahistas (corrupción del término «aglaístas»), son los protectores históricos de las
Arma Christi
. Aunque todo ello resulta bastante traído por los pelos, se trata de otra explicación del robo del panel de los Jueces Justos, explicación que ha gozado de considerable apoyo popular.
¿Es posible que el panel fuera robado a fin de protegerlo de los nazis en general, o de un nazi en particular?
Hammer sugiere que pretendían esconderlo de un erudito nazi de prestigio, especializado en el Santo Grial, llamado Otto Rahn, uno de los primeros historiadores en buscar el cáliz en el Languedoc y en escribir sobre los cátaros y los templarios en una obra fascinante, documentada y alejada de las teorías de la conspiración, publicada en 1933 con el título de
La cruzada contra el Grial
. No hay duda de que Rahn buscó el Santo Grial desde principios de la década de 1930 hasta su muerte, ocurrida en 1939. Tal como sugiere Patrick Bernauw, si
El Cordero Místico
era una clave para llegar hasta él, ¿es posible que Goedertier y sus cómplices fueran asesinados por agentes secretos nazis que se apoderaran posteriormente de la pintura? ¿Tal vez Goedertier creyera que a Hitler no le interesaría una obra maestra incompleta?