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Authors: Noah Charney

Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo

Los ladrones del cordero mistico (25 page)

BOOK: Los ladrones del cordero mistico
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Por su parte, el Tratado de Saint Germain se redactó en unos términos igualmente razonables. A pesar de ello, algunos Estados resultantes de la desmembración del Imperio austrohúngaro quisieron explotar la situación. Pero un comité firme, al tiempo que se alineaba moralmente con aquellos Estados Sucesores, impidió que se legalizara el pillaje y tomó decisiones razonadas. Las principales potencias occidentales (Estados Unidos, Inglaterra y Francia) estaban decididas a preservar el núcleo de la cultura austríaca, que había sido desde antiguo la capital histórica y cultural de la Europa Central. Exceptuando a unos pocos franceses más vehementes, Francia fue una de las mayores defensoras de mantener la Viena de posguerra como centro cultural, una vez que los ánimos de la guerra se hubieron sosegado.

De los 440 artículos especificados en el Tratado de Versalles, ninguno escoció tanto a los alemanes como el retorno forzoso de los seis paneles laterales de
La Adoración del Cordero Místico
. Se trataba de unas obras que no eran robadas, o que al menos ellos no habían sustraído. Las había robado el vicario general Le Surre de su propia catedral y las había vendido, en primer lugar, al marchante de arte de Bruselas L. J. Nieuwenhuys, y después a su siguiente propietario, el coleccionista inglés Edward Solly. La fama de los paneles hacía que resultara imposible no reconocerlos. Pero cuando la colección entera de Solly fue adquirida por Prusia, había transcurrido tanto tiempo desde el primer robo que el país germánico podía justificar su acción declarándose inocente de toda complicidad en el delito. Así pues, cuando los paneles fueron donados al Museo de Berlín, todo rastro de falta era ya un recuerdo distante. Las manos de los responsables del Museo Kaiser Friedrich —al menos por lo que respectaba a los paneles de
El retablo de Gante
— estaban más limpias que las de la mayoría de los responsables de los grandes museos del mundo de la actualidad, en los que numerosas adquisiciones tienen un origen cuestionable.

Después del tratado, cuando el Museo Kaiser Friedrich ya había devuelto los seis paneles laterales, así como el tríptico de Dirk Bouts sacado de Lovaina, el personal de la pinacoteca encontró la manera de expresar su resentimiento. Allí donde se habían expuesto los paneles de la obra de Van Eyck, se puso una placa que rezaba: «Arrebatados a Alemania por el Tratado de Versalles».

Años después, cuando se planteaban las reparaciones por los daños infligidos durante la Segunda Guerra Mundial, se retomó el debate sobre el artículo 247. Charles de Visscher, destacado abogado belga y miembro del Tribunal Internacional de Justicia, escribió un artículo titulado «Protección internacional de las obras de arte y los monumentos históricos», que publicó el Departamento de Estado estadounidense en 1949. En él, su autor aborda la cuestión de la devolución de los paneles laterales de
El retablo de Gante
según el Tratado de Versalles.

La restitución requerida a Alemania no implicaba la recuperación de unas obras de arte tomadas por la fuerza o de las que se hubiera apropiado mediante tratado. El gobierno belga se abstuvo de rebatir la legitimidad de dichas transacciones. Cuando las obras regresaron a Bélgica, el ministro de Ciencia y Bellas Artes, en un discurso pronunciado con motivo de la inauguración de la exposición sobre Van Eyck y Bouts, celebrada en Bruselas, reconoció que las pinturas había sido adquiridas [por Berlín] de manera correcta. Por tanto, su cesión a Bélgica no suponía en modo alguno restitución ni recuperación en sentido estricto. En principio, se justificaba por el derecho de Bélgica de recibir compensación por las obras de arte destruidas por los ejércitos alemanes durante la guerra. En cuanto a la elección de las obras reclamadas, ésta desarrollaba la idea —según se afirmaba explícitamente en el texto— de restaurar la integridad de dos grandes obras de arte. Dado que el regreso de las obras de arte especificadas en el artículo 247 se solicitaba a Alemania en concepto de reparación, dicho regreso había de realizarse, cómo no, sin sumarle recompensa. Con todo, Alemania reclamó posteriormente haber colocado a crédito el importe total de su valor, que se establece en 11.500.000 marcos de oro, y que [Alemania] propuso descontarlos del pago anual en concepto de reparación [económica]. Dicha pretensión fue unánimemente rechazada por la Comisión de Reparación.

El regreso de los seis paneles laterales de Berlín fue triunfal, y fueron trasladados como si de un héroe de guerra herido se tratara. Se preparó un vagón de tren especial cubierto de banderas belgas para transportar las piezas. El ferrocarril se detuvo en todas las estaciones que se encontraban en el trayecto entre Berlín y Bruselas, donde las multitudes se congregaban para dar la bienvenida a aquellos laterales secuestrados y separados de su tesoro nacional, al tiempo que entonaban el himno del país y agitaban banderolas.

El retablo se exhibiría completo por primera vez desde hacía más de un siglo. Tras dos semanas expuesto junto a
La Última Cena
de Dirk Bouts en el Museo Real de la capital belga, todas las piezas de
La Adoración del Cordero Místico
regresaron en tren a Gante. Se celebraron recepciones. Varios altos cargos pronunciaron discursos ante multitudes de miles de personas. Todas las campanas de la ciudad repicaron al unísono, celebrando la integridad recobrada de la obra maestra de Van Eyck, una pintura que simbolizaba, para el pueblo belga, la supervivencia de su nación.

Capítulo
7

Ladrones en la catedral

R
ECHONCHO y desaliñado, el sacristán Van Volsem realizó la última ronda del día en la catedral de San Bavón, mientras conducía a los últimos fieles y visitantes hasta la puerta de salida. Consultó la hora. Debía acudir a una cena en la residencia del obispo.

El sol se ponía ya tras las chimeneas y tejados puntiagudos del horizonte, y el sacristán salió a la calle y aspiró el aire tibio de abril. Rebuscó entre el pesado manojo de llaves hasta dar con la que cerraba el portón de la catedral, que no volvería a abrir hasta el día siguiente.

El personal de mantenimiento barría, vaciaba el cepillo de las limosnas, situado junto al banco de velas votivas, quitaba el polvo a las hornacinas que se curvaban tras las esculturas de piedra. Los últimos encargados de la limpieza abandonaban el templo por una puerta lateral, que cerraban ellos mismos.

Cayó la noche. En el interior de la catedral soñolienta una figura descendió entre las sombras del balcón del coro.

A las cinco de la mañana del día siguiente, 11 de abril de 1934, el sacristán Van Volsem emprendió la primera ronda de la jornada. Cumpliendo con su rutina habitual, abría puertas, alisaba tapices y comprobaba los trabajos de mantenimiento del personal. Se fijó en que uno de los accesos laterales de la catedral había quedado abierto. Le pareció curioso, pero recordó que no era la primera vez que aquello sucedía.

Hasta las 7.30 no vio el cerrojo forzado en la reja que cerraba el paso a la capilla Vijd.

«No —se dijo, y sintió que el corazón empezaba a latirle con más fuerza—. Esa cerradura no.»

Los goznes de las rejas chirriaron cuando éstas cedieron. Allí, en el interior de la capilla, se exhibía
El retablo de Gante
, con las alas cerradas. Y sin embargo, desde donde se encontraba, el sacristán podía distinguir el panel que representaba al Cordero de Dios, visible sólo cuando los laterales quedaban abiertos.

Allí faltaba un panel.

El sacristán corrió hasta el despacho del canónigo Van den Gheyn, el hombre que con tanto ahínco había defendido el políptico durante la Primera Guerra Mundial. Eran las 8.35 de la mañana. Avisaron a la policía, aunque para entonces ya se había corrido la voz. Una muchedumbre se había agolpado en el interior de la catedral para contemplar la escena de la desaparición, y al hacerlo, sin querer, borró las pistas que pudieran haber quedado. Los agentes de la autoridad llegaron después.

Abriéndose paso entre la multitud que se había congregado para ver con sus propios ojos que en la esquina izquierda inferior del retablo se apreciaba un vacío, el inspector de policía Patjin vio una nota pegada al marco. En ella, escrito en francés, podía leerse: «Tomado por Alemania en virtud del Tratado de Versalles».

¿Se trataba, pues, de un delito de venganza por haber obligado al Museo Kaiser Friedrich de Berlín a entregar los paneles laterales de
La Adoración del Cordero Místico
? La pieza robada era demasiado famosa para poder ser vendida y comprada en el mercado del arte. ¿O no era así? Nieuwenhuys había encontrado comprador para los seis paneles robados una generación atrás. ¿Era posible que algún coleccionista deseara poseer uno solo de los doce paneles que componían aquella obra maestra?

El panel desaparecido correspondía a uno de los laterales del retablo. Era, en efecto, uno de los que habían sido cortados verticalmente para su exhibición en Berlín. Contenía un anverso y un reverso pintados, y habían sido sustraídos los dos. Cuando el políptico quedaba cerrado —lo que sucedía los días laborables—, el reverso del panel mostraba la escultura pintada de san Juan Bautista en grisalla. Cuando el políptico se abría los fines de semana y en fechas señaladas, el anverso mostraba a los llamados Jueces Justos a caballo, de viaje para admirar al Cordero del sacrificio que se situaba en el centro de la pintura. Se decía que entre los jueces podían identificarse los rostros camuflados de varios personajes, entre ellos los del duque Felipe, Hubert van Eyck y un autorretrato de Jan.

Los antiguos goznes de hierro que mantenían el panel en su lugar habían sido retirados, y posteriormente éste se había arrancado del marco, posiblemente con ayuda de un destornillador grande. La retirada de las bisagras requería cierta pericia en carpintería. El marco que rodeaba el espacio ahora vacío aparecía astillado, pero no se observaban daños en los demás paneles. Tampoco se apreciaban huellas dactilares o de pisadas, ni otras pistas evidentes. En cualquier caso, de haberlas habido, los curiosos las habrían borrado con su presencia.

¿Por qué robar ese panel en concreto? Sus dos lados guardaban relación con Gante, más que el resto de las piezas que componían el políptico. En tanto que santo patrón de la ciudad, Juan Bautista formaba parte del sello municipal y, hasta 1540, la catedral de San Bavón se conocía como iglesia de San Juan. Por su parte, la elección del panel de los Jueces Justos podía no estar exenta de un componente irónico, pues el fallo de la Comisión de Reparaciones del Tratado de Versalles había obligado a Alemania a devolver precisamente ese panel. Existían otras posibles razones para explicar que el ladrón hubiera optado por llevarse a los Jueces Justos. En 1826 había empezado a circular un grabado de ese panel, aislado del resto, obra del artista británico John Linnell, lo que hizo que su fama se incrementara. Y si resultaba que el panel de los Jueces contenía, como se decía, no sólo el retrato de Jan, sino los de Hubert y Felipe el Bueno, la obra adquiría una dimensión histórica y regional superior a la del resto.

Desde un buen principio, aquel robo se investigó de un modo peculiar y con una falta de profesionalidad asombrosa que llevó a los defensores de las teorías de la conspiración a asumir la implicación de algún cómplice interno.

En primer lugar, el jefe de policía Patjin llegó tarde al lugar del delito. Había estado estudiando, precisamente, el informe sobre el robo de quesos a un quesero de Gante, lo que motivó su retraso. Tras su llegada a la catedral, no se le ocurrió evacuar ni sellar el recinto, y la gran cantidad de gente que pululaba por el lugar borró todas las pistas que pudieran haber quedado. Además, no ordenó ninguna investigación de las inmediaciones, ni tomó fotografías ni comprobó la presencia de huellas dactilares. No avisó a la policía federal, que de todos modos se personó en el lugar de los hechos. El inspector Antoon Luysterborgh llegó poco después que el propio Patjin. Lo más raro y ridículo de todo fue que, tras echar un breve vistazo al lugar del delito, Patjin se disculpó y regresó al caso de los quesos robados.

Fue Luysterborgh el que se quedó para proseguir con las pesquisas, aunque lo cierto es que no se mostró más exhaustivo que su colega. El informe oficial de la policía sólo mencionaba el robo del panel, y pasaba por alto el hecho de que éste se encontraba partido verticalmente y de que, por tanto, en la práctica, eran dos los paneles que habían desaparecido.

El retablo de Van Eyck llevaba poco más de un decenio —desde 1921— íntegro y en su ciudad de origen. En julio de 1930, para la celebración del primer centenario de la independencia de Bélgica,
La Adoración del Cordero Místico
se había exhibido orgullosamente en el exterior de la catedral, como símbolo de un país unido e independiente. Y ahora sucedía eso.

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