Read Los ladrones del cordero mistico Online
Authors: Noah Charney
Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo
Al año siguiente, el 9 de mayo de 1935, el fiscal de la Corona, De Heem, colgó un cartel en una pared de Gante solicitando cualquier información que pudiera conducir a la recuperación del panel, y ofreciendo una recompensa de 25.000 francos belgas (unos 7.500 dólares de hoy). Ese llamamiento público, que se producía meses después de que sucedieran los hechos, fue considerado insuficiente y tardío por parte de muchos.
Por si las cosas no fueran ya bastante extrañas, hasta finales de abril de ese año la policía y los magistrados no informaron a la diócesis de Gante acerca de la confesión que Goedertier había realizado en su lecho de muerte; es decir, cinco meses después de que se hubiera producido. El obispado recibió con alivio la noticia —finalmente contaban con alguien a quien culpar, por más que se tratara de alguien próximo, perteneciente al brazo secular de la política católica, y alguien que en cierto modo parecía un
deus ex machina
—. Pero ¿por qué ni los cautos magistrados ni la policía ineficaz habían informado antes a la diócesis? Sólo cabe suponer que se sospechaba de la implicación en el delito de algunos de sus miembros, pero que finalmente los consideraron inocentes, lo fueran o no.
Seis días después, cuando la historia de Goedertier y de las notas solicitando un rescate se habían filtrado ya a la prensa, un periodista preguntó al doctor De Cock por su difunto amigo para el diario flamenco
De Standaard
, y éste respondió:
[Goedertier] era un hombre muy excéntrico. Arsène Goedertier no era un hombre corriente. Tenía un modo de hacer y pensar que resultaba muy peculiar. A mí, desde luego, nunca me pareció demente, pero nunca habrían podido acusarlo de ser una persona normal. Se zambullía en todo, se demoraba en los asuntos más triviales, hasta el punto de que nosotros [sus amigos] debíamos en ocasiones separarnos de él, pues si algo le interesaba lo perseguía
ad nauseam
, y lo explicaba hasta el infinito.
Una manera enigmática de describir a un amigo fallecido, que daba a entender que incluso los más allegados a él no sabían bien qué pensar.
La única pista prometedora que parecía libre de subterfugios conspiratorios llegó después de que el fiscal De Heem colgara su anuncio. El 27 de julio de 1935,
De Standaard
publicó el primero de una larga lista de artículos sobre el robo. Al día siguiente apareció el segundo, escrito por el editor jefe del periódico, Jan Boon. En él hacía referencia al anuncio colgado en mayo, e incluía lo siguiente:
Durante la tercera semana del mes de junio, es decir, el mes pasado, el panel de los Jueces habría sido encontrado —las circunstancias concretas del hallazgo siguen sin conocerse a día de hoy—, en el cuerpo izquierdo de un edificio público. El panel fue retirado en presencia de cuatro personas. Hacemos un llamamiento a la conciencia de los testigos presentes a fin de que emprendan los pasos necesarios para que
El Cordero Místico
sea restablecido en toda su gloria a la catedral. Con la alegría del descubrimiento, su devolución hará que todo se olvide y quede borrado. Si alguien insistiera en airear las cosas, nos veríamos obligados a revelar todos los nombres y los hechos a los lectores.
Se trataba de un chantaje inverso. El periódico amenazaba con revelar los nombres y los hechos sobre el robo, sobre todo la retirada del panel del lugar público donde permanecía oculto, si éste no era devuelto.
Pero ¿por qué el editor no se limitaba a acudir a la policía con la información? ¿Por qué no dejaba que los agentes se ocuparan del caso? Probablemente no confiara en que los agentes fueran a realizar el seguimiento adecuadamente, o creyera que estaban implicados en la conspiración. ¿O acaso todo era un farol?
La amenaza publicada no llegó a cumplirse nunca. Es posible, en efecto, que se tratara de una de las muchas pistas falsas que surgieron en los meses y los años que siguieron al robo. En otra ocasión, varios periodistas belgas recibieron cartas anónimas en las que se les pedía que acudieran a la catedral, donde les sería revelado el paradero del panel de los Jueces; el remitente anónimo no se presentó la noche señalada.
La policía abandonó el caso oficialmente en 1937, y a su cierre se presentaron las siguientes conclusiones:
1. Goedertier había robado la pintura.
2. Goedertier había escondido el panel de los Jueces Justos.
3. Goedertier había redactado y enviado las notas de rescate.
4. En su lecho de muerte, Goedertier había intentado expiar su culpa, pero había muerto antes de poder aportar la información necesaria para recuperar el panel.
5. Godertier había actuado solo.
En los archivos policiales, el panel se catalogó como «perdido» (y así es como sigue figurando). En términos artísticos, «perdido» significa que la obra puede haber sido destruida o dañada, o que sencillamente se desconoce su paradero. En términos policiales, indica que las autoridades han renunciado a seguir investigando.
Fueron varios los «detectives de fin de semana» (aficionados fascinados por el caso), que aportaron diversas teorías, que van desde lo plausible a lo descabelladamente conspiratorio. En varios casos dichos investigadores lograban progresos allí donde la investigación oficial, sospechosamente ineficaz, había fracasado, y se percataban a menudo de elementos flagrantes que habían sido pasados por alto, o infravalorados, por la policía. Finalmente, una de esas teorías, relacionadas con un grupo de inversión fallido, parece la más plausible en un caso que sigue sin resolver, y muy vivo para el pueblo belga aun en la actualidad. De cualquier modo, merece la pena examinarlas todas, porque incluso la más imaginativa aportaba algo al caso.
El primer teórico de la conspiración en relación con los Jueces Justos fue el novelista Jean Ray (seudónimo de John Flanders), especializado en relatos de fantasía. En 1934, pocos meses después de que se produjera el robo, se fijó en una importante pista, así como en otra ignorada por la policía, ya fuera intencionadamente o por mera incompetencia. Goedertier había alquilado la máquina de escribir que De Vos había encontrado en su domicilio, aquella cuyos tipos coincidían con las trece cartas de rescate enviadas por D.U.A., y lo había hecho con un nombre falso: Arsène van Damme. El escritor señaló que las iniciales de su nombre falso, A.V.D., dispuestas en orden inverso, podían identificarse con D.U.A. ¿Se trataba, en efecto, de un avance real en el caso, o era sólo que Ray se mostraba meticuloso en extremo para encontrar una respuesta que encajara?
Al periodista Patrick Bernauw le intrigaba también aquel caso sin resolver, y en la década de 1990 inició su propia investigación informal. Bernauw sospechaba que Goedertier podía haber sido el que solicitaba el dinero para devolver el panel, y el cerebro de la operación, pero no el ladrón. También consideraba sospechoso su fallecimiento repentino. ¿Podía haberse tratado de un asesinato? Tras el infarto, Goedertier había permanecido postrado en un diván, en casa de su cuñado. Georges de Vos pasó quince minutos a solas con él, y en ese lapso de tiempo expiró. La policía no ordenó que se le practicara la autopsia pues, en aquel momento, pareció que el ataque cardíaco era la causa obvia de la muerte.
Bernauw creía que Goedertier pudo ser asesinado, tal vez por De Vos o tal vez por dos hombres que, según sospechaba el periodista, habían robado el panel por encargo de aquél: Achiel de Swaef y Oscar Lievens. Ambos habían nacido en la localidad de Lede, lo mismo que el difunto. Amigos de infancia, los tres lucían bigotes y perillas prácticamente idénticos. Bernauw los comparaba a los tres mosqueteros. De Swaef y Lievens fallecieron de muerte repentina pocos años después que el propio Goedertier, y de ambos se sospechó que hubieran sido espías de Alemania. En ninguno de los dos casos se llevaron a cabo investigaciones para determinar un posible homicidio.
Otra aprendiz de detective coetánea de Bernauw, Maria de Roo —que escribió un libro sobre el robo de los Jueces Justos—, afirmaba que Lievens era el hombre de la barba puntiaguda que devolvió el panel de san Juan Bautista a través del depósito de equipajes de la estación de ferrocarril de Bruselas. Según ella, era el único que llegó a confesar el robo, y lo hizo a un ciego de la localidad de Schellebelle, cercana a Wetteren, poco antes de morir. De Roo también decía que Lievens había muerto en su casa de las afueras de Schellebelle «con un huevo en la mano izquierda, el teléfono descolgado y las paredes cubiertas de salpicaduras de sangre. La causa de la muerte que consta en el certificado de defunción es «úlcera»». La autora no refiere cuál fue su fuente de información.
Bernauw concedía importancia a dos de las cosas que había dicho Goedertier, y que su esposa recordó después de los hechos. Aquellas citas nunca fueron tenidas en cuenta por la policía. En caso de ser ciertas resultan, sin duda, reveladoras.
Aunque la esposa de Goedertier aseguraba que no tenía ni idea de si su esposo era culpable, en ningún momento negó que pudiera serlo. Según ella, había realizado un par de comentarios que podían ser relevantes para el caso:
1. «Si yo tuviera que buscar el panel, lo haría en el exterior de San Bavón.»
2. «Lo que ha sido trasladado no es robado.»
Se había sugerido que el panel se hallaba oculto en algún lugar muy visible, en el centro mismo de la ciudad de Gante, en el cuerpo izquierdo de un destacado edificio. Por comodidad, facilidad de transporte y retorno del panel una vez pagado el rescate, era posible que éste no hubiera abandonado jamás la catedral de San Bavón. Tal vez, simplemente, los Jueces hubieran sido extraídos de su marco y escondidos en algún lugar del interior o el exterior de la catedral. Ello explicaría que nunca se encontrara ni rastro del panel en el domicilio de Goedertier, ni en sus inmediaciones.
La segunda cita podría dar razón de la explicación que Goedertier había dado del delito. Él no había robado el panel. Sencillamente, lo había trasladado y ocultado sin sacarlo del edificio, donde permanecía y donde seguía siendo propiedad del obispado. Tal vez por ello Goedertier hubiera rechazado el ofrecimiento de confesión del padre Bornauw, alegando que «su conciencia estaba tranquila».
Con todo, si las hipótesis planteadas se consideran posibilidades legítimas, se plantean interrogantes mayores.
¿Cuál era el motivo del robo? Incluso en un momento de recesión, y con su empresa en bancarrota, Goedertier poseía mucho dinero. La cantidad solicitada para la devolución de la pintura era insuficiente para ayudar al gobierno, o al rey.
¿Por qué la investigación policial fue ineficaz y pasiva, y permitió que un grupo de abogados llevara a cabo sus propias pesquisas durante un mes antes de que la policía iniciara las suyas propias? Las negociaciones para el pago del rescate se condujeron de un modo aceptable, gracias sobre todo al fiscal De Heem, pero posteriormente no se siguió convenientemente ninguna de las pistas.
¿A qué se debió la aparente falta de entusiasmo del obispado? ¿Por qué el gobierno presionó para que se resolviera el caso pero no ofreció ninguna ayuda?
Y lo más importante de todo: ¿dónde se encuentra el panel en la actualidad? Si estaba oculto y aquellos «cuatro individuos» se lo llevaron al no recibir ningún dinero, ¿dónde fue trasladado, y quién lo hizo?
Los misterios sobre el robo de los Jueces Justos siguen sin resolverse.
Varios de estos puntos serían abordados por un investigador brillante, jefe de policía de Gante entre 1974 y 1991, el comisario Karel Mortier. Su dinámica investigación, que llevó a cabo de forma privada, dado que el caso estaba oficialmente cerrado, fue la primera en desarrollarse sin el lastre de la conspiración o la motivación ulterior.
El comisario Mortier, un hombre cuyo rostro amable se ve matizado por unas cejas puntiagudas, arqueadas, que le hacen parecer en permanente estado de reflexión e inquietud, se metió en el caso como pasatiempo, por pura fascinación. La apasionante carta final, en la que se sugería que el panel se encontraba en un lugar importante del que nadie podría recuperarlo sin atraer la atención pública, constituía un gancho demasiado atractivo como para resistirse a él.
Mortier empezó a estudiar sobre el caso en 1956, pero hasta 1974 no inició una investigación a jornada completa. Su búsqueda del panel perdido lo llevó a intentar encontrar el archivo del caso que redactó Heinrich Köhn, un detective nazi especializado en cuestiones artísticas enviado por Joseph Goebbels para que encontrara los Jueces Justos, que pretendía regalar a Hitler. Se creía que el archivo se había perdido, pero Mortier lo halló en posesión de la viuda de Köhn, en Alemania. En éste se indicaba que fue el ocultista nazi y líder de las SS, Heinrich Himmler, quien espoleó con más fervor la investigación sobre el panel. Al constatar que el detective Köhn no lograba encontrar la pintura robada durante la Segunda Guerra Mundial, lo castigó enviándolo al Frente Oriental. Sin embargo, a pesar de contar con el archivo de Köhn, y tras años siguiendo un reguero de pistas aparentemente infinitas, Mortier terminó por rendirse y renunciar. Escribió cuatro libros sobre sus investigaciones, el más reciente de ellos en 2005. Hasta la fecha, ninguno de ellos se ha publicado en traducción inglesa. Aunque el misterio sigue irresoluto, Mortier ha llegado a algunas conclusiones comprometedoras que explicarían por qué ello es así.