Read Los ladrones del cordero mistico Online
Authors: Noah Charney
Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo
Un aspecto histórico interfiere en estas teorías conspiratorias: si el robo había sido de algún modo preventivo, ¿por qué Goedertier habría intentado solicitar un rescate al obispo por la obra robada?
En este caso abundan los «quizá» y los «y si», y escasean las pruebas concluyentes. Pero existe una explicación que, si bien difícil de creer, logra que encajen las piezas al tiempo que proporciona un motivo factible. Aunque no ha sido demostrada, parece la más plausible, sobre la base de la información incompleta que ha sobrevivido a los engaños.
En efecto, se ha sugerido una teoría alternativa que considera a Arsène Goedertier la persona que exigía el dinero del rescate, pero no el ladrón, y que explica la naturaleza conspiratoria del misterio sostenido de los Jueces Justos. A pesar de que no implica Santos Griales ni mapas del tesoro, resulta muy controvertida, pues involucra a la víctima misma del robo de los Jueces: la propia diócesis. Aunque no está demostrada, se trata de la única explicación que tiene en cuenta toda la información confirmada que ha llegado a nuestros días, y que proporciona lo que se echa de menos en otras interpretaciones: una motivación lógica para la implicación de Goedertier, y un sentido a un caso que parece sometido a un intento masivo de ocultación desde el principio.
Es posible que Goedertier tuviera conocimiento del robo pero no participara directamente en él, sino sólo en la negociación posterior por el pago del rescate. Parece improbable, tal vez imposible, que ese hombre, gordo y corto de vista, hubiera sido el ladrón solitario, como la policía determinó. Pero sí pudo ser el negociador del rescate. Tal vez el lapsus que cometió en las cartas, según el cual pasaba de describirse a sí mismo y a los delincuentes en plural a hacerlo en singular, no era tal, ni un error, sino más bien una indicación de que lo que había sido el plan de un grupo se había convertido en algo que debía resolver él solo. Si lograba manejar con éxito el tema del dinero, entonces tal vez recibiera tanto una recompensa en efectivo como el perdón de los demás implicados.
¿Y qué era lo que Goedertier tenía que ganar con su implicación? Aunque su empresa, Plantexel, había ido a la bancarrota, él murió con dinero en su cuenta corriente. Parece que fue un católico convencido y de sólidas convicciones, y habría sido bastante más probable que buscara refugio en la iglesia, a que le robara. ¿Podría haber sido su papel el de intermediario, que no fuera llamado hasta que el robo estaba ya consumado y cuando otras vías de beneficio delictivo parecían cerradas, a fin de negociar con la Iglesia, papel que él aceptó para asegurarse el retorno de los Jueces Justos en perfecto estado? Algunos historiadores creen que sí, pero no se trata en absoluto de ninguna conclusión firme.
La causa más probable del robo es también la más compleja de las que se han sugerido, y contiene elementos extraídos de las investigaciones de varios de los antes considerados «detectives de fin de semana», así como del estudioso aficionado Johan Vissers, que ha realizado un seguimiento de las teorías y los personajes implicados. Supone la participación de un grupo financiero ilegal que incluye a miembros destacados de la diócesis de Gante, entre ellos un nuevo grupo de personajes, todos ellos íntimamente vinculados a Goedertier, además de a algunos rostros familiares que podrían haber tenido una implicación más siniestra de lo que nadie habría podido imaginar. La teoría sugiere que ese grupo de inversores había reunido dinero de varias familias católicas acomodadas y lo había invertido, junto con la mayor parte de los fondos de la diócesis, en varias iniciativas, todas ellas fallidas tras la crisis financiera de 1934. Ésta culminó con la bancarrota del Banco Socialista del Trabajo, que era el que gestionaba casi todos sus fondos, y los llevó a idear una solución delictiva que compensara sus pérdidas.
Esta «teoría del grupo de inversores» implica a los siguientes individuos:
Henri Cooremans era agente de bolsa, y director del coro de la catedral. Su padre, Gerard Cooremans, había sido ministro por el Partido Católico en la década de 1890, y jefe del gabinete belga hasta 1918. Henri había fundado su empresa de inversiones, llamada Flanders Land Credit, y ejercía varios cargos gubernamentales.
El inversor y secretario de la diócesis de Gante, Arthur de Meester, era sacerdote en la región belga de Waasland. Ejercía de asesor financiero de la diócesis, y seleccionaba inversiones a través de las que canalizar sus recursos. De Meester falleció, según todos los indicios, a causa de problemas derivados de su alcoholismo, el 30 de mayo de 1934, apenas un mes después del robo de los Jueces. La proximidad de las fechas hizo surgir sospechas de que su muerte no se había debido enteramente a causas naturales,
Kamiel van Ogneval había sido director de una institución para pensionistas llamada Saint Antone, dirigida por la diócesis de Gante, de la que se apartó en 1930. Posteriormente se convirtió en cantor de San Bavón. Su hermano, Gustave van Ogneval, era un político católico local. También implicado en la trama se encontraba Arsène Goedertier, aunque su papel en el grupo antes del robo de los Jueces Justos no está claro.
Finalmente, se ha sugerido que tanto el obispo Coppieters como el mayor defensor de
El retablo de Gante
, el canónigo Van den Gheyn, fueron cómplices, una incorporación inquietante que explicaría muchas de las ocultaciones que desde el principio entorpecieron la investigación sobre el robo.
Según esta teoría, Kamiel van Ogneval supervisaba la recolección de dinero de las familias católicas acomodadas de toda la región, muchas de las cuales tenían parientes vinculados con el hogar de retiro de Saint Antone, con la promesa de que sus fondos serían invertidos en obras benéficas católicas. El dinero lo invertía Arthur de Meester, mientras que los contratos legales entre los inversores y el grupo eran redactados por Henri Cooremans. La naturaleza exacta de las inversiones realizadas por los miembros del grupo no está clara —si nos basamos en los demás proyectos de Goedertier, el grupo de inversores pudo usar una cartera en la que se mezclaran proyectos reales con otros falsos, que iban desde algunos con ánimo de lucro, como la empresa Plantexel, del propio Goedertier (un intento fallido de establecer plantaciones de aceite y café en el Congo Belga), hasta otros benéficos que pudieron existir o no—. Se desconoce si existían elementos delictivos en las actividades referidas del grupo inversor (como la venta de acciones de empresas inexistentes), o si éstas eran legítimas y sólo recurrieron al delito cuando perdieron el dinero de los inversores y no se les ocurrió ninguna otra manera de devolverlo. El obispo Coppieters invertía todo el dinero de la diócesis en los proyectos legítimos puestos en marcha por el grupo inversor, y después obtenía un porcentaje de los beneficios para sí mismo. Van den Gheyn podría haberse sentido atraído por participar, pues por esas fechas ejercía de tesorero de San Bavón, pero parece que no estuvo directamente implicado en la trama.
En el invierno de 1933 - 34, Arthur de Meester recibió un soplo sobre una inversión particularmente lucrativa, pero que requeriría que se recaudara mucho dinero en un breve período de tiempo. Los fondos llegaron a recaudarse, sí, aunque en el momento más inoportuno. El 28 de marzo de 1934, el Banco Socialista del Trabajo, donde el grupo inversor tenía depositado su dinero, se declaró en bancarrota, y ellos lo perdieron todo.
Presas del pánico, asustados ante la pérdida económica, el dinero que debían a los inversores y la vergüenza tanto para las familias católicas como para la propia diócesis, el grupo ideó un plan para recuperar el dinero mediante el robo de parte del retablo. Éste ofrecía dos posibles medios de remuneración, y sus integrantes discutieron acaloradamente sobre cuál de los dos debían seguir. El obispo Coppieters, el canónigo Van den Gheyn, Arthur de Meester y Arsène Goedertier querían que el panel de los Jueces no se moviera del recinto catedralicio, y fingir su robo e intentar coaccionar al gobierno belga para que pagara un rescate para su recuperación. Kamiel y Gustav van Ogneval, y Henri Cooremans abogaban por la venta del panel en el extranjero. Creían que podían obtener un mayor beneficio si lo separaban en piezas, tantas como figuras pintadas en la escena de los Jueces Justos, y las vendían individualmente. Conocían al ladrón Polydor Priem, que a la sazón vivía en un barco-vivienda en Gante, y que mantenía muy diversos contactos en el extranjero gracias a los años en que había residido en Estados Unidos. Priem estaba convencido de que encontraría un comprador americano, por más que la obra en cuestión fuera tan conocida. Pero finalmente, antes de que el robo se consumara, el grupo optó por el plan más seguro y práctico: el de solicitar un rescate.
El ladrón de quesos, Caesar Aercus, había identificado a Polydor Priem como uno de los dos hombres a los que vio en el exterior de San Bavón la noche del 11 de abril. Pero cuando Aercus fue detenido una década después, en la denuncia policial no llegó a anotarse el nombre de la otra persona a la que Aercus aseguraba haber reconocido.
Según la teoría del grupo inversor, Kamiel van Ogneval era el segundo ladrón que abandonó la catedral con una plancha envuelta en un paño negro bajo el brazo. Casi todo el mundo ha dado por sentado que ésta se correspondía tanto con el reverso como con el anverso, con san Juan Bautista y los Jueces Justos. Pero en realidad se trataba sólo del reverso: san Juan Bautista. Los Jueces Justos permanecieron en todo momento en la catedral, ocultos.
Son muchos los que han defendido que tuvo que haber al menos dos hombres en el interior del templo para poder robar y transportar los pesados paneles. Si existió una tercera persona aquella noche, casi con total seguridad ésta fue Gustave van Ogneval. Los Van Ogneval, como Goedertier, residían en el distrito de Wetteren, a las afueras de Gante. Cuando Kamiel van Ogneval y Polydor Priem se alejaron en su vehículo aquella noche, se dirigieron directamente a Wetteren, donde entregaron el panel de san Juan Bautista, cuidadosamente envuelto, a Arsène Goedertier. Su misión, de acuerdo al plan, era ejercer de negociador del rescate. El panel de san Juan Bautista permaneció oculto en su desván, tras una falsa trampilla, en lo alto de un armario, hasta que fue devuelto a través del depósito de equipajes de la estación de Bruselas, como parte de las negociaciones del rescate. Los participantes en la trama debieron de suponer que el gobierno belga acabaría accediendo a sus demandas y, de ese modo, taparían sus pérdidas.
Lo que no termina de encajar en esta interpretación tiene que ver con las cifras. El rescate exigido parece demasiado exiguo como para que, a fin de reponer los fondos, los miembros del grupo tuvieran que recurrir a actos delictivos, y más considerando la relevancia de los individuos implicados, y la holgada posición financiera del propio Goedertier en el momento en que sucedieron los hechos. ¿Por qué no organizar una colecta entre el grupo de inversores y reponer privadamente los fondos eclesiásticos, en lugar de meterse en el inmenso lío que suponía simular un robo en su propia iglesia y pedir rescate por él, suscitando así el interés de los medios de información del mundo, que ya no les quitarían el ojo de encima?
No parecen haberse conservado pruebas de ese plan del grupo inversor, delito para el que parece faltar el motivo. Son tantos los detalles que se desconocen que la historia no resulta del todo convincente. Aun así, varios investigadores privados la ven como la mejor explicación del robo de los Jueces Justos. Implica a figuras reales inmersas en las dinámicas políticas y sociales de la diócesis de Gante. Explica ocultamientos extraños, conspiratorios; el rechazo del obispado a cooperar con las investigaciones, como habría cabido esperar, y el vínculo con Arsène Goedertier, un hombre que, de otro modo, parece el candidato menos probable para orquestar un robo en la catedral, pero cuya oportuna muerte por infarto lo convirtió en cabeza de turco de todo el grupo.
Más difícil de creer resulta la cooperación del canónigo Van den Gheyn en una trama que implicaba desmembrar el tesoro por el que había puesto en peligro su vida durante la Primera Guerra Mundial, y que seguía defendiendo. Es posible que lo coaccionaran para que se involucrara, sobre todo a causa del papel del obispo Coppieters. De haber puesto en evidencia al obispo, o de no haber seguido el juego, habría podido perjudicar el buen nombre de la diócesis. Es posible que la dedicación de Van den Gheyn a ésta y a la Iglesia católica le hubiera obligado, al menos, a una aceptación callada.
Aunque su papel en el robo y su motivación subyacente siguen siendo en gran medida un misterio, suele aceptarse que Goedertier fue el autor de las notas solicitando el pago a cambio de la devolución del panel. Además del descubrimiento de las copias en papel carbón, y del hallazgo final de la máquina de escribir con que se redactaron (para lo que debemos aceptar como cierta la palabra de Georges de Vos), el entusiasmo de Goedertier por las novelas de detectives de Maurice LeBlanc, en las que aparece el personaje de ficción Arsène Lupin, proporciona una fructífera línea de investigación.
La esposa de Goedertier habló de un sentimiento de conexión personal, casi de una idolatría, de éste por el personaje de Lupin con el que, por si fuera poco, compartía nombre de pila. Sobre su creación literaria, LeBlanc escribió: «[Lo hace] todo mejor que los demás, y merece ser admirado. Este hombre lo supera todo. De sus robos proviene una profunda capacidad de comprensión, fuerza, poder, destreza y una naturaleza que admiro sin reparos». Si Goedertier pretendía reflejarse en alguien cuyos modales pudieran restarle parte de la culpa moral derivada de la comisión de un delito, ese alguien era Arsène Lupin.