Sangre de tinta (50 page)

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Authors: Cornelia Funke

Tags: #Fantásia, #Aventuras

BOOK: Sangre de tinta
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—¿Bailanubes? ¿Has matado a Bailanubes? —ahora la voz de Dedo Polvoriento ya no traslucía aburrimiento.

—¡No te muevas, por favor! —musitó Farid—. Por favor, quédate quieto.

Alimentaba la llama a toda prisa con nuevas pajas.

—¿Ah, de modo que no lo sabías? —la voz de Basta se suavizó de pura satisfacción—. Sí, los bailes de tu viejo amigo terminaron. Pregúntale a Rajahombres, él estaba presente.

—¡Mientes! —la voz de Meggie temblaba.

Farid se inclinó con cautela hacia delante. Vio cómo Dedo Polvoriento la empujaba con rudeza detrás de él, buscando con los ojos un camino de huida, pero no lo halló. A sus espaldas se apilaban los sacos llenos de harina, a la derecha Rajahombres les cerraba el paso, a la izquierda el criado con sonrisa de idiota y delante de la ventana por la que había espiado Farid se encontraba el propio molinero. Pero a sus pies había paja, mucha paja, que ardería como el papel.

Basta soltó una carcajada. De un brinco, saltó sobre la muela y miró desde arriba a Dedo Polvoriento. Ahora estaba justo al lado del vertedor.

—Vamos, apresúrate —susurró Farid, mientras encendía un nuevo haz de paja con el primero y sostenía ambos por encima del vertedor.

Ojalá no empezara a arder la madera de la tolva y la paja resbalara por ella. Ojalá. Al empujar dentro los haces ardiendo se quemó los dedos, pero no se inmutó. Dedo Polvoriento había caído en una trampa, y Meggie con él. ¿Qué importaban entonces unas cuantas quemaduras en los dedos?

—Sí, el pobre Bailanubes era demasiado lento —ronroneó Basta mientras se pasaba el cuchillo de una mano a otra—. Tú eres más rápido, comefuego, lo sé, pero a pesar de todo no escaparás. Y esta vez no sólo te rajaré la cara, sino que te cortaré la piel a tiras, de la cabeza a los pies.

¡Ahora! Farid soltó la paja ardiendo. La tolva la devoró como un saco de trigo y la escupió encima de las botas de Basta.

—¡Fuego! ¿De dónde viene ese fuego? —era la voz del molinero. El criado bramaba como un buey que vislumbra el hacha del carnicero.

A Farid le dolían los dedos, ya se le estaban formando ampollas en la piel, pero el fuego bailaba… ascendía, danzando, por las piernas de Basta, lamiéndolas en busca de sus brazos. Este, asustado, retrocedió tropezando y cayó de espaldas desde la muela haciéndose sangre en la cabeza con el canto. Oh, sí, Basta temía al fuego, lo temía más que al mal agüero del que sus amuletos tenían que protegerlo.

Pero Farid descendió a saltos la escalera, apartó de un empellón al criado, que lo miraba alucinado como si fuera un fantasma, saltó hacia Meggie y la arrastró hacia la ventana.

—¡Salta! —le gritó—. ¡Salta fuera, rápido!

Meggie, con el pelo lleno de harija, temblaba, y cerró los ojos antes de saltar. Pero saltó.

Farid se volvió buscando a Dedo Polvoriento: hablaba con las llamas mientras el molinero y el criado golpeaban desesperadamente con sacos vacíos la paja ardiendo, pero el fuego bailaba. Danzaba para Dedo Polvoriento.

Farid se agazapó en la ventana abierta.

—¡Ven! —gritó a Dedo Polvoriento—. ¡Ven de una vez!

¿Dónde se había metido Basta?

Dedo Polvoriento apartó al molinero de un empujón y corrió hacia él entre el humo y las llamas. Farid se impulsó fuera de la ventana, agarrándose al alféizar, cuando vio que Basta, aturdido, se incorporaba apoyándose en la muela. Se llevó la mano ensangrentada al cogote.

—¡Cógelo! —vociferó a Rajahombres—. ¡Sujeta al comefuego!

—¡Deprisa! —gritó Farid mientras sus dedos buscaban un asidero en el muro.

Dedo Polvoriento tropezó con un saco vacío cuando corría hacia él. Gwin saltó de su hombro y se deslizó, rauda, hacia el chico, y cuando Dedo Polvoriento se incorporaba de nuevo, Rajahombres se interpuso entre él y la ventana, tosiendo, espada en mano.

—¡Ven de una vez! —oía Farid gritar a Meggie, que, justo debajo de la ventana con los ojos desmesurados por el miedo, miraba hacia arriba.

Pero Farid volvió a saltar al interior del molino en llamas.

—¿Qué significa esto? ¡Lárgate! —le gritó Dedo Polvoriento mientras golpeaba a Rajahombres con un saco ardiendo. A éste se le habían prendido los pantalones. Tambaleándose, propinaba mandobles en torno suyo, a veces hacia las llamas, otras hacia Dedo Polvoriento, y justo cuando Farid saltaba a la paja ardiendo, dio un tajo en la pierna a Dedo Polvoriento con la afilada hoja. Dedo Polvoriento, tambaleándose, se apretó la mano contra el muslo, mientras Rajahombres volvía a levantar la espada, enloquecido de furia y dolor.

—¡No! —a Farid le ensordeció su propia voz al abalanzarse sobre él.

Mordió en su hombro y lo pateó hasta que dejó caer la espada que se acercaba ya al pecho de Dedo Polvoriento. Empujó a Rajahombres hacia las llamas, a pesar de que le sacaba más de una cabeza, pero la desesperación da fuerzas. Intentó lanzarse también contra Basta, cuando surgió del humo tosiendo, pero Dedo Polvoriento lo arrastró mientras susurraba a las llamas hasta que éstas se lanzaron contra Basta cual víboras enfurecidas. Farid lo oyó gritar, pero en lugar de volverse se dirigió a trompicones hacia la ventana con Dedo Polvoriento, que, mascullando maldiciones, apretaba los dedos contra su pierna ensangrentada. Pero estaba vivo.

Mientras, el fuego devoraba a Basta.

LA MEJOR DE TODAS LAS NOCHES

«Come», dijo Merlot. «No puedo hacerlo en modo alguno», repuso Despereaux apartándose del libro. «¿Por qué no?» «Arruinaría la historia», dijo Despereaux.

Kate DiCamillo
,
Despereaux

Más tarde, ninguno de ellos supo cómo se alejaron del molino. Farid sólo recordaba imágenes inconexas: el rostro de Meggie mientras descendían a trompicones hacia el río, la sangre en el agua cuando Dedo Polvoriento saltó dentro, el humo que todavía ascendía cuando llevaban más de una hora vadeando las gélidas aguas. Pero nadie los siguió. Ni Rajahombres, ni el molinero, ni su criado, ni Basta. Sólo Gwin apareció en la orilla. Estúpida marta.

Era noche cerrada cuando Dedo Polvoriento salió del agua, pálido y agotado. Mientras se dejaba caer en la hierba, Farid acechaba preocupado en la oscuridad, pero sólo oía un rumor, alto y constante, similar a la respiración de un animal gigantesco.

—¿Qué es eso? —susurró.

—El mar. ¿Has olvidado ya su sonido?

El mar. Gwin saltó sobre la espalda de Farid mientras éste inspeccionaba la pierna de Dedo Polvoriento, pero el joven la etó.

—¡Lárgate! —ordenó, furioso, al animal—. ¡Ve a cazar! ¡Por hoy ya has hecho bastante! —luego dejó salir a Furtivo de la mochila y buscó algo para vendar la herida.

Meggie escurrió su vestido mojado y se sentó junto a ellos.

—¿Es grave?

—¡Qué va! —contestó Dedo Polvoriento, pero dio un respingo mientras Farid limpiaba el profundo corte—. ¡Pobre Bailanubes! —murmuró—. Se libró de la muerte una vez, pero ahora se lo ha llevado la Mujer Fría. Quién sabe. Es posible que a las Mujeres Blancas no les guste que alguien se les escurra de entre los dedos.

—Lo siento —Meggie habló tan bajo que Farid apenas la entendió—. Me apena mucho. Todo ha sido por mi culpa, y su muerte ha sido en vano. ¿Cómo nos encontrará ahora Fenoglio, aunque haya escrito algo?

—Fenoglio —Dedo Polvoriento pronunció su nombre como si fuera un apestado.

—¿Tú también las sentiste? —Meggie lo miró—. Yo creí sentir sus palabras sobre la piel. Pensaba: ¡Ahora van a matar a Dedo Polvoriento y no podremos impedirlo!

—Lo conseguimos —replicó Farid, porfiado.

Dedo Polvoriento se tumbó de espaldas a contemplar las estrellas.

—¿De veras? Ya veremos. A lo mejor el viejo ha previsto, entretanto, otro destino para mí. ¿No me estará esperando la muerte en otro sitio?

—¡Que espere! —replicó Farid sacando una bolsa de la mochila de Dedo Polvoriento—. Un poco de polvo de hada no hace daño a nadie —murmuró mientras dejaba caer sobre la herida una fina lluvia de esos polvos brillantes.

Después se despojó de la camisa, cortó una tira de tela con su cuchillo y la ciñó con cuidado alrededor de la pierna de Dedo Polvoriento. No fue tarea fácil con los dedos quemados, pero lo vendó lo mejor que supo, aunque su rostro se contraía de dolor.

Dedo Polvoriento cogió su mano y la observó, frunciendo el ceño.

—¡Cielos, tus dedos tienen tantas ampollas como si los elfos de fuego se hubieran dedicado a bailar encima! —exclamó—. Tesoros, ahora ambos necesitamos un barbero. Por desgracia no contamos con Roxana —volvió a dejarse caer de espaldas suspirando y alzó la vista hacia el cielo oscuro—. ¿Sabes una cosa, Farid? —inquirió como si hablara con las estrellas—. Hay algo realmente curioso. Si el padre de Meggie no me hubiera sacado de mi historia, nunca habría llegado a tener un perro guardián tan fabuloso como tú —le guiñó el ojo a Meggie—. ¿Has visto qué mordiscos soltaba? Apuesto a que Rajahombres pensó que el oso del príncipe le roía el hombro.

—¡Cállate de una vez! —Farid no sabía adonde mirar y, abochornado, se sacó un tallo de hierba de entre los dedos de los pies.

—Sí, pero Farid es más inteligente que el oso —replicó Meggie—. Mucho más.

—Sin duda. ¡Y también más que yo! —aseguró Dedo Polvoriento—. Poco a poco me empieza a preocupar seriamente todo lo que es capaz de hacer con el fuego.

Farid no pudo evitar una sonrisa. La sangre se le subió a las orejas de orgullo, pero por fortuna nadie se daría cuenta en medio de la oscuridad.

Dedo Polvoriento palpó su pierna y se incorporó con cautela. Al primer paso, torció el gesto, pero recorrió la orilla cojeando un par de veces arriba y abajo.

—No está mal —reconoció—. Algo más lento de lo habitual, pero bastará. Tiene que bastar —luego se detuvo delante de Farid—. Creo que te debo algo —reconoció—. ¿Cómo voy a pagarte? ¿Quizá enseñándote algo nuevo? ¿Un juego con el fuego que no conoce nadie más que yo? ¿Qué te parece?

Farid contuvo la respiración.

—¿Qué juego? —inquirió.

—Sólo es factible al lado del mar —respondió Dedo Polvoriento—, pero de todos modos hemos de ir allí, pues los dos necesitamos un cirujano. Y el mejor vive junto al mar. A la sombra del Castillo de la Noche.

* * *

Decidieron montar guardia por turnos. Farid fue el primero, y mientras Meggie y Dedo Polvoriento dormían a sus espaldas, bajo las ramas bajas de una encina, él se sentó en la hierba y alzó la vista hacia el cielo, en el que brillaban miríadas de estrellas semejantes a las luciérnagas que revoloteaban por encima del río. Farid intentó recordar una noche cualquiera, en la que se hubiera sentido como en ésta, tan pleno y satisfecho de sí mismo, pero no halló ninguna. Ésta era la mejor… a pesar de todos los horrores vividos, a pesar de que aún le dolían sus dedos quemados, aunque Dedo Polvoriento se los había untado con polvo de hada y el ungüento refrescante preparado por Roxana.

Se sentía vivo. Vivo como el fuego.

Había salvado a Dedo Polvoriento. Había sido más fuerte que las palabras. Todo iba bien.

A su espalda reñían las dos martas, seguramente por alguna presa.

—Despiértame cuando la luna esté encima de esa colina —le había advertido Dedo Polvoriento, pero cuando Farid se acercó a él, dormía profundamente con una expresión tan plácida que decidió dejarlo dormir y regresó a su sitio bajo las estrellas.

Poco después oyó pasos, pero no era Dedo Polvoriento, sino Meggie.

—Me despierto sin cesar —comentó—. Simplemente no puedo dejar de pensar.

—¿En cómo te encontrará Fenoglio?

Ella asintió.

Cuánto creía Meggie en las palabras. Farid creía en otras cosas: en su cuchillo, en la astucia, en el valor. Y en la amistad.

Meggie reclinó la
cabeza,
en su hombro y ambos se quedaron silenciosos como las estrellas. En cierto momento se levantó un viento frío y racheado, salobre como el agua del mar, y Meggie, temblando, se incorporó para rodearse las rodillas con los brazos.

—Este mundo… ¿Te gusta en realidad? —preguntó ella.

Menuda pregunta. Farid nunca se planteaba esas cuestiones. Le gustaba volver a estar con Dedo Polvoriento. Le daba igual dónde.

—Es cruel, ¿no crees? —prosiguió Meggie—. Mo me lo repetía muchas veces: que olvido con facilidad lo cruel que es.

Farid acarició el cabello claro con sus dedos quemados. Brillaban incluso en la oscuridad.

—Todos los mundos son crueles —replicó él—. El mío, el tuyo y éste. En tu mundo, la crueldad acaso no se perciba enseguida, está más escondida, pero a pesar de todo existe —la rodeó con su brazo y percibió su miedo, su preocupación, su furia… Era como si oyera susurrar su corazón con la misma claridad que la voz del fuego.

—¿Sabes qué es extraño? —preguntó ella—. Que aunque pudiera hacerlo ahora mismo, no regresaría. ¿Es una locura, no? Siempre he anhelado venir a un lugar como éste. ¿Por qué? ¡Es atroz!

—Atroz y bello —dijo Farid y la besó. El beso le encantó. Más que la miel de fuego de Dedo Polvoriento. Más que todo lo que había probado hasta entonces—. De todos modos no puedes volver —le susurró Farid—. En cuanto hayamos liberado a tu padre, se lo explicaré.

—¿Explicarle qué?

—Pues que lo siento, pero que ha de dejarte aquí. Porque ahora me perteneces y yo me quedo con Dedo Polvoriento.

Ella rió y, ruborizada, apretó la cabeza contra su hombro.

—Seguro que Mo no quiere ni oír hablar de eso.

—Bueno, ¿y qué? Dile que aquí las chicas se casan a tu edad.

Meggie volvió a echarse a reír, pero no tardó en recuperar la seriedad.

—A lo mejor también se queda Mo —aventuró en voz baja—. Y también nosotros… Resa, y Fenoglio… Y traeremos a Elinor y a Darius. Y viviremos felices hasta el fin de nuestros días —la tristeza se había infiltrado de nuevo en su voz—. ¡No pueden ahorcar a Mo, Farid! —musitó—. ¿Lo salvaremos, verdad? Y a mi madre, y a los demás. En los cuentos siempre suceden cosas terribles, pero al final terminan bien. Y esto es un cuento.

—Seguro —afirmó Farid, aunque ni con su mejor voluntad se imaginaba todavía ese final feliz. A pesar de todo, se sentía dichoso.

En cierto momento, Meggie se durmió a su lado. Y él se quedó allí sentado, vigilando a ella y a Dedo Polvoriento toda la noche. La mejor de todas las noches.

LAS PALABRAS ADECUADAS

Nada malo puede habitar en tales templos. Porque si el mal tuviera una morada tan bonita, El bien querría vivir en su casa.

William Shakespeare
,
La tempestad

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