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Authors: David Pesci

Tags: #Drama, Histórico

Amistad (22 page)

BOOK: Amistad
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En el momento en que se declaró abierta la sesión, Holabird se puso de pie y planteó una petición que no sorprendió a nadie.

—Señoría, solicito que este caso sea descartado de inmediato sobre la base de que la disposición del
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y su carga están cubiertas por los artículos ocho al diez del tratado Pickney de 1795. Como tales, la nave y la carga deben ser entregadas al presidente de Estados Unidos para su pronta devolución a un representante de la nación soberana de los ocupantes de la nave, en este caso, España. He preparado un escrito a ese fin y lo entregaré a la corte.

Baldwin ya estaba de pie.

—Señoría, me opongo a la moción. La aplicación del tratado de 1795 a este hecho es dudosa, en el mejor de los casos, y debería ser sometida a juicio dentro de los auspicios de esta corte. Además, protesto que se refiera a los negros como «carga».

—Los esclavos negros son unos amotinados, ladrones, asesinos y súbditos españoles —replicó Hungerford, que también se puso en pie—. Como tales hay que entregarlos al representante de la corona de España para que sean sometidos a juicio de acuerdo con las leyes de ese país.

—Caballeros —dijo el juez Thompson, que levantó un poco la voz—. Ya se ha dictaminado que este caso se escuchará en este tribunal.

—¿Qué hay de mi otra objeción, Señoría, referente a mencionar a mis clientes como «carga»?

—Señor Baldwin, la disposición de la condición de sus clientes ocupará una parte sustancial de las averiguaciones de este tribunal. A mí también me disgusta que se califique a unos hombres como «carga», incluso si son propiedad legal de otro hombre. Por lo tanto, de ahora en adelante, en este caso, cuando se aluda a los negros detenidos con la nave Amistad, todas las partes involucradas se referirán a ellos como «negros», «morenos» o «los ocupantes de color del
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». Ahora continuemos.

—Antes de continuar, Señoría —dijo Holabird, que se volvió a levantar—, solicito que si el tribunal encuentra que los esclavos negros son súbditos de España, sean entregados al presidente para su pronta devolución a las autoridades españolas. En caso contrario, si se decide que son hombres libres, solicito que sean entregados al presidente para que se les transporte sanos y salvos a sus países de origen.

—Tomaré nota de sus peticiones, señor fiscal.

—¡Protesto enérgicamente, Señoría! —gritó Baldwin.

—¿De qué protesta ahora, señor Baldwin?

—El señor Holabird se refiere a mis clientes como esclavos. Sin embargo, creo que todavía estamos en un país donde los hombres sometidos a juicio son inocentes hasta que se demuestre que son culpables. Presumo que esto se refiere a todos los hombres, Señoría. Por lo tanto, reclamo que a mis clientes se les considere hombres libres hasta que se demuestre lo contrario. A tal fin, solicito a la corte un auto de hábeas corpus para los negros del
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que fueron detenidos cuando la nave fue abordada por la tripulación y los oficiales del
Washington
.

—Señoría —protestó Hungerford—, estos negros son ciertamente esclavos, legalmente comprados y pagados en el mercado de esclavos de La Habana. Mis clientes tienen la documentación que lo demuestra. Un auto de hábeas corpus sólo sería una invitación para que ellos escaparan del juicio por los delitos de amotinamiento, asesinato y robo, un juicio que, de acuerdo a todo derecho, debería realizarse en La Habana.

—Estos hombres no han cometido ningún delito y la documentación de sus clientes es espuria en el mejor de los casos —replicó Baldwin—. Y demostraremos de forma concluyente que es imposible desde cualquier punto de vista que estos hombres y niños puedan ser esclavos legales de Cuba o de cualquier otro país sujeto al tratado de 1819. Además…

—¡Basta! —Thompson dio un golpe con el mazo—. Señor Baldwin, señor Hungerford, señor fiscal. A cada uno de ustedes se les permite hacer sus alegatos de apertura a esta corte y presentar sus casos. Denegaré la objeción del señor Baldwin respecto a la disposición de los negros. Sin embargo, dispongo que este tribunal considere la petición de un auto de hábeas corpus. Ahora continuemos con los procedimientos. Señor fiscal, por favor, presente su alegato.

Holabird se puso de pie y comenzó su alegato, que duró cerca de tres horas. Forsyth le había dado una copia del informe escrito por el fiscal general Félix Grundy y Holabird lo siguió al pie de la letra. Señaló que el «rescate» del
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, tanto si era por los piratas, por un motín, como por los daños sufridos por las condiciones meteorológicas y el mal estado de la mar, estaba previsto en los artículos 8, 9 y 10 del tratado Pickney. Dichos artículos permitían a los rescatadores reclamar una compensación justa por sus esfuerzos basada en el valor estimado de la nave y el cargamento. También autorizaban al ejecutivo a devolver la nave, la tripulación y la carga al país de origen, en este caso España, para que se juzgaran aquellos delitos que pudieran haber cometido sus súbditos en aguas internacionales. El tratado era claro, y, por consiguiente, el
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, la carga y los esclavos negros debían ser entregados al presidente para su posterior devolución al ministro español.

Además, citó el caso del
Antelope
, una nave esclavista con bandera de La Plata, una colonia española, capturado por los guardacostas estadounidenses a la altura de las costas de Florida. La Guardia Costera sospechaba que los esclavos iban a ser vendidos ilegalmente en Estados Unidos. Plantearon la acusación según las disposiciones del tratado de 1819 y reclamaron los derechos de salvamento. En el pleito se debatió tanto la disposición de los esclavos como los derechos de salvamento. Finalmente, los esclavos a bordo del
Antelope
fueron entregados al gobierno español de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 8 del tratado Pickney. Dado que las condiciones que rodeaban al
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parecían ser idénticas, debía aplicarse la misma cláusula. Holabird concluyó diciendo que un auto de hábeas corpus sería desaconsejable porque abriría una vía de escape, una vía que sin duda llevaría a los esclavos a escapar de una justa sentencia de acuerdo con las leyes de su patria, Cuba.

Le tocó el turno a Isham. Declaró que estaba de acuerdo con Holabird y prácticamente repitió todas las afirmaciones del fiscal. Hizo una pausa y comenzó una apasionada descripción de las valientes y osadas acciones de Gedney, Meade y la tripulación del
Washington
para conseguir la captura de los salvajes y peligrosos renegados negros. Su largo y prolijo soliloquio presentó numerosos ejemplos de heroísmo naval que poco tenían que ver con el caso, y daba la impresión de que no acabaría nunca hasta que repentinamente, como si le hubieran pinchado, dijo:

—En resumen, mis clientes reclaman todos sus legítimos derechos de salvamento de la nave y de toda su carga tal como se consigna en el manifiesto, las facturas y toda la documentación que se presentan al tribunal en este acto.

Después de este interminable alegato, las palabras de Hungerford resultaron un descanso porque fueron concisas y directas. Si bien compartía muchas de las opiniones de Holabird, su argumento fue más apasionado. Estaba claro que los negros eran propiedad de sus clientes, Ruiz y Montes. Se rebelaron contra sus amos, mataron al capitán y a la tripulación mientras dormían, se apoderaron de la nave e hicieron cautivos a sus clientes, dos blancos libres. Durante los días posteriores al motín, torturaron a Ruiz y a Montes, además de vapulearlos sistemáticamente y privarles de agua y comida. Los esclavos eran súbditos españoles y cometieron sus crímenes contra ciudadanos españoles a bordo de una nave con bandera española. Por lo tanto, era la justicia española la que debía juzgarlos y condenarlos. Aceptar un auto de hábeas corpus sería una negación de la justicia, y la apertura de un portillo a la fuga masiva, algo que desde luego los esclavos intentarían a la vista del amotinamiento y los crímenes previos.

En cuanto a los derechos de salvamento, Ruiz y Montes agradecían de todo corazón la bravura y el comportamiento de los tenientes Gedney y Meade y de la tripulación de su navío. Sin embargo, consideraban que una reclamación de cuarenta mil dólares era exorbitante porque la mayor parte de la carga que figuraba en el manifiesto había sido destruida o arrojada por la borda por los esclavos amotinados. Se presentaría un manifiesto corregido y confiaba en que el juez decidiría una suma justa que fuera más representativa del valor de la nave en el momento del abordaje. Durante estos alegatos, Staples y Sedgwick no dejaban de tomar notas. Baldwin, en cambio, permanecía sentado e inmóvil, sin desviar la mirada de los demandantes y del juez, y sólo de vez en cuando anotaba alguna cosa. Los africanos, sentados a la izquierda del equipo de abogados defensores y vigilados, se miraban unos a otros o dirigían las miradas a los estudiantes de la Yale Divinity que ocupaban la galería. Por su parte, Lewis Tappan bostezó y suspiró en los momentos más importantes de los alegatos, no con un volumen que pudiera provocar el enfado del juez Thompson, pero sí lo bastante fuerte como para que todos se enteraran de su presencia y de sus opiniones referentes a algunos puntos específicos.

Se suspendió la sesión al mediodía, después del alegato del señor Hungerford. Al reanudarse el juicio, le tocó a Baldwin hacer su alegato.

Comenzó diciendo que la defensa refutaría las afirmaciones hechas sobre la validez del tratado Pickney y del precedente del caso Antelope. Cuestionó la orden de arresto de los negros como esclavos fugados culpables de amotinamiento y asesinato dada por el gobierno basándose únicamente en el testimonio de dos traficantes de esclavos. También denunció el proceder de Gedney de llevar al
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a Connecticut cuando lo abordó frente a las costas de Nueva York, algo que constituía un intento de eludir la ley para satisfacer su codicia. Por último, Baldwin insistió en el auto de hábeas corpus.

—Encuentro sumamente extraño, Señoría, que mantengamos a estos hombres prisioneros como presuntos esclavos aunque cuando fueron encontrados por la marina norteamericana, ninguno de ellos llevaba grilletes y todos y cada uno de ellos era dueño de su propia libertad. Fue sólo por el color negro de su piel por lo que el señor Gedney dio por sentado inmediatamente que eran propiedad de alguien, que eran esclavos y criminales que estaban perpetrando actos inicuos. Ni siquiera esperó a que se corroborara este hecho por parte del señor Ruiz o del señor Montes. No, el señor Gedney, al ver su piel negra, los consideró sujetos descarriados e inmediatamente los detuvo hasta que ellos pudieran demostrar lo contrario. En esencia, Señoría, se mantiene cautivos a estos hombres para que nosotros podamos afirmar si son libres.

»Pero mientras la corte pondera esta despreciable ironía e injusticia, consideremos otra pregunta de una injusticia igual o mayor. Si estos hombres son propiedad, y discutiremos este punto a fondo, ¿al ser propiedad dejan de ser hombres? Por favor, mírenles, Señoría, señor fiscal, señor Hungerford. Todos los presentes en esta sala, por favor, miren a los negros vigilados por los guardias. Tienen forma humana, llevan ropas, hablan un idioma, aunque desde luego no el español o un «dialecto rural». Tienen pensamientos y emociones. Caminan, hablan, respiran y sienten de la misma manera que todas las demás personas de esta sala. Son personas, son hombres. Y sin embargo, el tribunal nos pide que dirijamos un memorial para ver si se les conceden los derechos fundamentales de los hombres como está garantizado por la ley. El gobierno federal los mantiene cautivos hasta que puedan demostrar que son libres. La ley los mantiene como bestias, como propiedad, hasta que puedan demostrar que son hombres. Yo digo que aquí se ha pervertido la justicia desde el principio, dando por válidos sin preguntar ciertos prejuicios contra el color de la piel de un hombre. Pero lo corregiremos, Señoría. Puede estar seguro. Lo corregiremos.

Al finalizar el alegato de Baldwin, Thompson suspendió la sesión hasta las ocho de la mañana del día siguiente.

Aquella noche, Tappan y Jocelyn se reunieron con Baldwin, Staples y Sedgwick en el salón de hotel.

—Debo admitir, Lewis, que es poco probable que el juez dicte un auto para los negros —manifestó Baldwin—. Se trata de algo con una gran carga política. Sin duda Thompson es consciente de que si conseguimos que una corte federal admita que estos hombres tienen los derechos garantizados por la Constitución, y si Holabird consigue demostrar que son esclavos, el precedente sería un tremendo golpe al corazón de la esclavitud. Semejante dictamen crearía una base legal para garantizar los derechos constitucionales a todos los esclavos de la nación.

—Sería algo glorioso —murmuró Tappan.

—Glorioso e imposible —replicó Sedgwick. Exhaló un suspiro—. Holabird apelaría de inmediato.

—No lo dudo —señaló Tappan—, aunque una apelación también serviría a nuestros propósitos, porque mantendría el interés del público en el caso.

—Me temo, señor Tappan, que seremos nosotros quienes presentaremos una apelación —opinó Staples—. Tal como están las cosas, nuestra posición es bastante débil.

—Tonterías —exclamó Tappan—. Ni uno solo de esos negros habla una palabra de español. Eso sería una prueba más que suficiente. ¿Y qué hay del hombre del Congo, el señor Ferry? ¿Su testimonio no confirmará que son africanos de verdad?

—No creo que la declaración jurada del señor Ferry merezca la misma validez que los documentos del barco —comentó Sedgwick—. La documentación que tienen está legalmente sellada y verificada por los funcionarios españoles. Por muy corruptos y falsos que sean, dichos documentos tendrán un peso ante el tribunal y ante el juez. Confirman la posesión de los negros como propiedad de Ruiz y Montes, y a los ojos de la ley, la posesión pesa mucho, a pesar de lo que Thompson dijo de la obligación de probarlo.

—Siempre podemos rezar para que ocurra lo mejor —dijo Tappan—. Por otra parte, doy fe que la mayoría de los periodistas presentes se mostraron muy impresionados con el alegato del señor Baldwin. Confiemos en que durante los próximos días podamos impresionarles e inspirarles todavía más. En el peor de los casos, este juicio provocará una polémica nacional sobre las iniquidades de la esclavitud.

—Incluso si no conseguimos el auto, tengo la confianza de que podamos crear las dudas suficientes en el caso como para hacer temblar su seguridad en el resultado —manifestó Baldwin—. Desde luego, su interpretación del tratado Pickney es harto discutible.

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