Un mundo invertido (24 page)

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Authors: Christopher Priest

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Un mundo invertido
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Aquí, alejados de las tensiones de la ciudad, el ambiente era calmado y agradable. A pesar de sus largos silencios, Denton era un hombre amigable e inteligente.

Perdí la cuenta de los días que llevábamos fuera, no menos de veinte, sin duda. Denton no daba muestras de querer regresar.

En un valle nos topamos con un pequeño asentamiento. No tratamos de acercarnos, Denton se limitó a marcarlo en el mapa añadiendo una vaga estimación de su población.

El paisaje era más verde y fresco que los que yo estaba habituado a cruzar. El sol calentaba igual. En esta región llovía con mayor asiduidad, especialmente de noche, y había una gran cantidad de arroyos y ríos aquí y allá.

Denton apuntaba en el mapa todas las características del terreno, ya fueran de índole natural o humana, que pudieran entrañar alguna dificultad para el transcurrir de la ciudad o favorecieran sus peculiares necesidades. La labor del explorador del futuro no era decidir qué ruta se tomaría, sino la de proveer todos los datos precisos sobre el terreno que le aguardaba a Tierra.

El ambiente era apacible, casi soporífero en mitad de la belleza natural de nuestro entorno. La ciudad se desplazaría por esta región en los próximos kilómetros, pasaría por estos parajes sin apreciar su hermosura. Según el concepto de estética de sus habitantes lo mismo daba este paisaje verde y bello que un desierto azotado por el viento.

Durante las horas que no estaba inmerso en alguna de nuestras labores rutinarias volvía a perderme en mis pensamientos especulativos. No podía sacar de mi mente el grandioso espectáculo que me brindaba el mundo en el que habitábamos. Debía de haber algo en todos aquellos años de tediosa educación que me hubiera preparado de manera inconsciente para esta visión. Vivíamos de nuestras propias suposiciones, si dábamos por sentado que el mundo por el que transcurríamos era igual a cualquier otro, ¿qué educación podría prepararnos para una total inversión de esa idea?

La preparación empezó el día en que futuro Denton me llevó al exterior de la ciudad por primera vez. Me mostró un sol cuya apariencia me reveló que era cualquier cosa menos una esfera.

No obstante seguía pensando que debía existir una pista anterior. Esperé unos días, sin dejar de cavilar sobre el problema en cuanto se me presentaba la ocasión. Entonces tuve una idea. Denton y yo habíamos acampado un día en despoblado, junto a un río ancho y poco profundo. Cuando se acercaba el anochecer cogí la videocámara y caminé por el lateral de una baja colina, a escasos ochocientos metros de distancia. En lo alto disponía de una despejada panorámica del horizonte nordeste.

A medida que el sol se acercaba al horizonte, la bruma de la atmósfera atenuó el brillo y su forma se hizo visible; como siempre, al ancho disco le salieron dos puntas, una a cada extremo. Encendí la cámara para grabar un largo plano, después reproduje la cinta para comprobar que la imagen era clara y estable.

No me cansaba nunca de aquel espectáculo. El cielo se enrojecía y después de que el disco se escondiera casi totalmente tras el horizonte, la cresta superior de luz se deslizaba por el mismo camino. Pasados unos minutos quedaba un rastro anaranjado brillante en el centro del fulgor rojo. Pronto eso también desaparecía y la noche sobrevenía rápidamente.

Reproduje de nuevo la cinta en el pequeño monitor de la videocámara. Congelé la imagen del sol en la pantalla, ajusté los controles de brillo, atenuando la imagen hasta que solo quedó una forma blanca.

Ante mí estaba la imagen en miniatura del mundo. Mi mundo. Había visto esa imagen antes… mucho antes de abandonar el orfanato. Esas extrañas curvas simétricas formaban un esquema que alguien me enseñó en una ocasión.

Miré aquel monitor largo rato, después apelé al sentido común y lo apagué para conservar la batería. No regresé junto a Denton inmediatamente, busqué en mi mente la clave de un vago recuerdo de alguien mostrando una hoja de papel con cuatro líneas dibujadas para que todos viéramos el lugar donde la ciudad llamada Tierra luchaba por sobrevivir.

El mapa que estábamos componiendo Denton y yo cobraba ya una forma casi definitiva.

Dibujado en un extenso rollo de papel abigarrado, el plano tenía la forma de un largo y estrecho embudo; su punto más estrecho se hallaba en el bosquecillo a aproximadamente un kilómetro y medio de donde se encontraba la ciudad cuando la dejamos. Nuestro viaje se circunscribía a dicho embudo, permitiéndonos así tomar medidas muy detalladas del terreno desde todos lados, asegurándonos así de que la información fuera lo más exacta posible.

Al poco, el trabajo quedó terminado. Denton anunció que regresaríamos a la ciudad de inmediato.

En la videocámara teníamos un completo archivo visual con referencias cruzadas de todo el terreno que habíamos cubierto. En la ciudad, el consejo de navegantes examinaría cada detalle hasta el punto que consideraran necesario para planificar la siguiente ruta. Denton me dijo que otros futuros volverían pronto al norte para dibujar otro mapa del embudo. Quizá comenzarían también en el bosquecillo y tomarían un curso de cinco o diez grados al este o el oeste o, si los navegantes creían que existía una ruta segura en el terreno que habíamos reconocido, el nuevo mapa comenzaría más allá del territorio conocido y avanzaría por la frontera del futuro.

Emprendimos el viaje de regreso a la ciudad. De forma algo pesimista, esperaba que ahora que disponíamos de la información que se nos envió a buscar cabalgaríamos día y noche sin tener en cuenta nuestras comodidades y ni siquiera nuestra seguridad. Por contra, nuestro camino fue agradable y fluyó por los mismos cauces que hasta entonces.

—¿No deberíamos darnos prisa? —acabé por preguntarle a Denton. Pensé que aminoraba el paso por mi culpa, así que creí necesario mostrarle mi voluntad de avanzar más deprisa.

—En el futuro no existen las prisas —me respondió.

No discutí con él, sabía que llevábamos fuera de la ciudad al menos treinta días. En ese tiempo el movimiento del terreno habría hecho retroceder la ciudad otros cinco kilómetros respecto al óptimo y, por lo tanto, necesitaría recorrer esa misma distancia para encontrarse dentro de los límites de seguridad.

Sabía que el territorio reconocido comenzaba solo a aproximadamente un kilómetro de la última posición de la ciudad.

La ciudad necesitaba la información que poseíamos.

El viaje de regreso nos llevó tres días. El tercero, tras cargar los caballos y cabalgar al sur, me sobrevino el recuerdo que buscaba. Llegó sin avisar, como casi siempre que luchamos por extraer algo de nuestro subconsciente.

Hurgar en mi memoria entre todas las reminiscencias de las lecciones que había recibido había resultado tan poco fructífero y tedioso como lo fueron en su día las lecciones en sí.

La respuesta estaba en una asignatura que no me había parado a considerar.

Recordé un período en el orfanato, durante los últimos kilómetros de mi estancia allí, en el que nuestro profesor nos enseñó el mundo del cálculo. Todos los aspectos de las matemáticas provocaron en mí la misma respuesta; no mostré ningún interés por ellos y mi éxito académico en esa materia fue nulo. Los conceptos abstractos corrieron la misma suerte.

Las lecciones cubrían una especie de cálculo conocido como «funciones», de las cuales se nos mostró su representación gráfica. Esas gráficas activaron mi memoria; siempre tuve cierto talento para el dibujo y mi interés se avivó ligeramente durante unos días. No obstante murió casi de inmediato, pues averigüé que la gráfica no era el fin, sino un medio adicional para averiguar la naturaleza de la función… y yo no sabía lo que era una función.

Una gráfica en particular se discutió con sumo detalle.

Mostraba la curva de una ecuación en la cual un valor era representado como el recíproco (o inverso) de otro. Su nombre era hipérbola. Una parte de la gráfica se dibujaba en el cuadrante positivo, otra en el negativo. El fin de cada curva poseía un valor infinito, tanto positivo como negativo.

El profesor nos propuso la posibilidad de que esa gráfica rotara sobre uno de sus ejes. En su momento no entendí por qué se dibujaban las gráficas ni por qué nadie querría rotarlas, simplemente acabé por dejar volar mi cabeza y soñar despierto, tal y como acostumbraba a esa edad. Sí que me acordaba del profesor dibujando en una gran hoja de papel el aspecto que tendría el cuerpo sólido si se efectuara tal rotación.

El resultado era un objeto imposible, una figura en forma de disco de radio infinito y dos agujas hiperbólicas encima y debajo del disco, cada una de las cuales se estrechaba hacia un distante punto infinito.

Era una abstracción matemática que en su momento me interesó bastante poco.

Esa imposibilidad matemática se nos enseñó por una razón, el profesor trató de dibujarla con un propósito. Gracias a los métodos indirectos de nuestra educación, ese día tuve la oportunidad de ver la forma del mundo en el que vivía.

5

Cabalgué junto a Denton por el bosquecillo al pie de las colinas. Delante de nosotros estaba el sendero.

En un acto reflejo, tiré de las riendas para detener el caballo.

—¡La ciudad! —exclamé—. ¿Dónde está?

—Me imagino que todavía sigue junto al río.

—¡Entonces eso significa que la han destruido!

No cabía otra explicación posible. Si la ciudad no se había movido nada en esos treinta días, la razón de la demora tenía que ser otro ataque. Al menos debería hallarse en su nueva posición en el pasado.

Denton me miraba con una expresión divertida en el rostro.

—¿Es la primera vez que viajas tan al norte del óptimo? —me preguntó.

—Sí, así es.

—Has estado en el pasado. ¿Qué ocurrió cuando regresaste a la ciudad?

—Estaba sufriendo un ataque.

—Sí, claro… pero ¿cuánto tiempo había trascurrido?

—Más de ciento diez kilómetros.

—¿Era eso lo que esperabas?

—No, solo estuve fuera unos pocos días, dos o tres kilómetros.

—De acuerdo. —Denton avanzó de nuevo, yo le seguí—. Si vas al norte del óptimo se produce el efecto contrario.

—¿A qué te refieres?

—¿No te ha contado nadie nada referente a los valores subjetivos del tiempo? —La expresión anonadada en mi rostro le sirvió de respuesta—. Si vas a cualquier lugar al sur del óptimo el tiempo subjetivo disminuye, mientras más al sur vayas más tiempo pasa. En la ciudad, la escala de tiempo es normal, siempre y cuando se mantenga cerca del óptimo, de tal modo que cuando regresas del pasado parece que la ciudad se ha movido más de lo que creías posible.

—Nosotros hemos ido al norte.

—Sí, el efecto es el contrario. Al cabalgar al norte nuestra escala temporal subjetiva se acelera, de tal modo que la ciudad parece no haberse movido en absoluto. Según mi experiencia creo que en nuestra ausencia han pasado aproximadamente cuatro días para la ciudad. Es difícil de estimar en estos momentos, con la ciudad tan al sur del óptimo.

No dije nada en unos minutos, dejé que mi mente procesara esos conceptos.

—Entonces si la ciudad sobrepasara el óptimo por el norte no tendría que recorrer tantos kilómetros. Podría detenerse.

—No. Ha de seguir moviéndose.

—Pero si en el lugar donde hemos estado el tiempo va tan despacio, la ciudad podría beneficiarse de ello.

—No —repitió—. El diferencial en el tiempo subjetivo es relativo.

—No entiendo —dije sinceramente.

Cabalgábamos por el valle en dirección al paso. En pocos minutos la ciudad aparecería ante nosotros, si es que se encontraba realmente donde Denton preveía.

—Se dan dos factores. Uno es el movimiento del terreno, el otro es el modo en que nuestros valores subjetivos del tiempo van cambiando. Ambos son absolutos, aunque por lo que sabemos no están necesariamente conectados.

—¿Entonces por qué…?

—Escucha. El terreno se mueve físicamente. En el norte se produce un movimiento lento, mientras más al norte más despacio va; en el sur va rápido. Si fuera posible alcanzar el punto más septentrional, creemos que la tierra no se movería en absoluto. Por otro lado, pensamos que al sur el movimiento del terreno acelera hasta alcanzar una velocidad infinita en el lugar más meridional del mundo.

—He estado allí, en ese punto —apunté.

—Recorriste cuánto ¿sesenta kilómetros? Quizás unos pocos más por mero accidente. Eso ya era bastante lejos para sentir los efectos… pero solo el comienzo. Hablamos literalmente de millones de kilómetros. Algunos dirían que más que eso. El fundador de la ciudad, Destaine, pensaba que el tamaño del mundo era infinito.

—La ciudad solo tendría que avanzar unos kilómetros para ubicarse al norte del óptimo.

—Así es… y la vida sería mucho más fácil. Tendríamos que mover la ciudad pero con menor frecuencia y a menos distancia. El problema es que ya nos cuenta bastante llevar el ritmo del óptimo.

—¿Qué tiene de especial el óptimo?

—Es el lugar donde las condiciones de este mundo se asemejan más a las del planeta Tierra. En el óptimo nuestros valores subjetivos de tiempo son normales. Asimismo, un día dura allí veinticuatro horas. En cualquier lugar de este mundo el tiempo subjetivo hace los días cortos o largos dependiendo de la distancia al óptimo. La velocidad del terreno en el óptimo es de aproximadamente kilómetro y medio cada diez días. El óptimo es importante porque en un mundo como este, donde existen tantas variables, necesitamos un estándar. No confundas los kilómetros de distancia con los kilómetros temporales. Decimos que la ciudad se ha movido tantos kilómetros cuando lo que queremos decir realmente es que han pasado diez veces ese mismo número de días de veinticuatro horas. Estando al norte del óptimo, no ganaríamos nada en términos reales.

Los caballos trotaban ahora por el punto más alto del paso. Los postes para los cables se habían erigido, la ciudad estaba en proceso de remolque. La presencia de los milicianos era muy evidente, hacían guardia no solo alrededor de la ciudad, sino también a ambos lados de las vías. Decidimos esperar allí a que el proceso de remolque terminara en lugar de acercarnos a la ciudad.

—¿Has leído
Las directrices de Destaine
?

—No, pero he oído hablar de ellas. En el juramento.

—Exacto. Clausewitz tiene una copia. Todo miembro de un gremio debe leerlo. Destaine planteó las reglas de supervivencia para este mundo, nadie ha encontrado nunca una razón para cambiarlas. Al leer el manuscrito entenderás el mundo un poco mejor, o al menos eso creo.

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