—¿Lo entendía Destaine?
—Seguramente.
El remolque siguió su curso durante otra hora. No se produjo un ataque de los tucos, de hecho no había ni rastro de ellos. Observé que varios de los milicianos iban ahora armados con rifles, seguramente tomados de los tucos muertos en el último encuentro.
Cuando entramos en la ciudad me dirigí directamente al calendario central, allí descubrí que solo habían pasado tres días y medio.
Tuvimos una breve conversación con Clausewitz antes de que nos llevaran con el navegante McMahon. Denton y yo describimos con cierto detalle el terreno por el que habíamos viajado, señalando en nuestro mapa las características físicas más destacables. Denton hizo alguna sugerencia sobre la ruta que debería tomar la ciudad, indicando las particularidades que podrían suponer un problema y las rutas alternativas para evitarlas. En términos generales, el terreno era propicio para la ciudad. Las colinas obligarían a dar algún rodeo para ir al norte, sin embargo apenas había unas pocas elevaciones de tamaño considerable. En la vertiente septentrional el terreno era unas decenas de metros más bajo que aquel en el que ahora se encontraba la ciudad.
—Realizaremos otros dos reconocimientos inmediatamente —le dijo el navegante a Clausewitz—. El primero cinco grados al este, el otro, cinco grados al oeste. ¿Tiene hombres a su disposición?
—Sí, señor.
—Reuniré al Consejo hoy mismo, decidiremos la ruta provisional para el futuro inmediato. Si tras los dos nuevos reconocimientos surge alguna alternativa mejor lo reconsideraremos en su momento. ¿Cuánto tiempo necesita su gremio para volver al patrón normal de reconocimientos?
—En cuanto podamos liberar a hombres de las labores de apoyo en la milicia y las vías —respondió Clausewitz.
—Esos dos gremios son prioritarios. De momento tendrá que bastar con estos reconocimientos. Si la situación se relaja, vuelva a solicitarme a esos hombres.
—Sí, señor.
El navegante cogió nuestro mapa y mi cinta de video antes de que abandonáramos las dependencias de navegación.
—Señor, me gustaría prestarme voluntario para uno de los reconocimientos —le dije a Clausewitz una vez fuera.
Negó con la cabeza.
—No, tienes tres días de permiso antes de volver al gremio de las vías.
—Pero…
—Reglas del gremio.
Clausewitz se dio la vuelta y se alejó con Denton camino de la sala de los futuros. Técnicamente esta era también mi zona, sin embargo me sentí excluido. No tenía adónde ir, simple y llanamente. Cuando trabajaba en el exterior de la ciudad dormía en los dormitorios de la milicia; ahora, oficialmente de permiso, ni siquiera estaba seguro de dónde vivía. Había camas en la sala de los futuros, supuse que de momento dormiría allí. Tenía que ver a Victoria lo antes posible. Llevaba posponiendo ese momento demasiado tiempo, el hecho de haber estado fuera de la ciudad era una excusa perfecta. Me preguntaba cómo me enfrentaría a esa situación; la respuesta solo la obtendría si tenía un encuentro con ella. Me cambié de ropa y me di una ducha.
La situación no había cambiado demasiado mientras estuve en el norte. Los funcionarios domésticos y médicos estaban muy ocupados en el tratamiento de los heridos y la reorganización del hospedaje. Existía una menor sensación de desesperación en los rostros de las personas que vi y se había procurado mantener los pasillos libres para el paso. A pesar de todo, pensé que no era el mejor momento para tratar de arreglar una disputa conyugal.
Victoria era difícil de encontrar. Tras preguntar a varios de los funcionarios domésticos me enviaron a un dormitorio improvisado en la planta baja. Allí tampoco la encontré. Hablé con la mujer al cargo.
—Usted es su ex marido, ¿verdad?
—Así es. ¿Dónde está ella?
—No quiere verlo. Se halla muy ocupada. Contactará con usted más adelante.
—Quiero verla —insistí.
—No puede. Ahora, si me disculpa, estamos muy atareados.
Me dio la espalda y continuó con su trabajo. Eché un vistazo al abarrotado dormitorio. A un lado descansaban algunos trabajadores, en el otro, algunos heridos reposaban en toscos camastros. No vi a Victoria entre las personas que deambulaban de un lado a otro.
Regresé a la sala de los futuros. Durante mi infructuosa búsqueda de Victoria tomé una decisión. No era lógico dar vueltas sin sentido por la ciudad, así que decidí leer la copia de Clausewitz de
Las directrices de Destaine
.
En la sala de los futuros solo había un miembro, que se presentó como futuro Blayne.
—Eres el hijo de Mann, ¿verdad?
—Sí.
—Me alegra conocerte. ¿Has estado ya en el futuro?
—Sí —le confirmé. Me gustaba el aspecto de Blayne. No era mayor que yo mismo, su rostro era abierto y fresco. Parecía contento de tener a alguien con quien hablar. Me dijo que iba a partir a uno de los reconocimientos ese mismo día, estaría unos cuantos kilómetros por su cuenta.
—¿Es normal que vayamos solos al norte? —le pregunté.
—Sí, es normal. Podemos trabajar por parejas si Clausewitz da su aprobación, pero la mayoría de los futuros prefieren ir por libre. A mí me gusta tener compañía, uno se siente un poco solo allá arriba. ¿Tú qué opinas?
—Solo he estado una vez, con futuro Denton.
—¿Cómo te llevaste con él?
Hablamos amigablemente mucho rato, sin las habituales reservas que me encontraba cada vez que conversaba con otros miembros de los gremios. Yo mismo había adoptado inconscientemente esa forma de ser al principio, mostrando una indiferencia aparente ante sus palabras. No obstante, a los pocos minutos su estilo directo me relajó y pronto me sentí como si fuéramos viejos amigos.
Le conté que había hecho una filmación en video del sol.
—¿La borraste luego?
—¿Qué quieres decir?
—Que si grabaste algo encima.
—No, ¿debería haberlo hecho?
Se echó a reír.
—Los navegantes se te echarán encima si la ven. Se supone que en las cintas no debe haber nada que no sean imágenes de referencias cruzadas de los terrenos.
—¿Lo verán?
—Es posible. Si están satisfechos con el mapa probablemente examinarán algunas referencias cruzadas. No es probable que vean la cinta entera, pero si lo hacen…
—¿Qué tiene de malo? —le pregunté.
—Reglas del gremio. La cinta es valiosa, no debe ser malgastada. No te preocupes demasiado. De todas maneras, cuéntame, ¿por qué filmaste el sol?
—Es una idea que tuve. Quería intentar analizarlo, su forma es muy interesante.
Me miró con renovado interés.
—¿Qué sacaste en claro?
—Valores inversos.
—Así es. ¿Cómo lo supiste? ¿Te lo dijo alguien?
—Recordé algo del orfanato, la hipérbola.
—¿Te has parado a pensar en ello? Hay más cosas. ¿Has considerado el tamaño de la superficie?
—Futuro Denton me lo estuvo explicando, dijo que era muy grande.
—No solo muy grande, infinitamente grande. Al norte de la ciudad, la superficie se curva de tal modo que es casi vertical, aunque nunca llega a serlo. Al sur se convierte en algo casi horizontal. El mundo gira sobre sus ejes, al tener un radio infinito gira a una velocidad infinita.
Dijo esas palabras sin ningún énfasis o expresividad.
—Estás de broma —le dije.
—No, no estoy de broma, hablo totalmente en serio. En el lugar donde nos encontramos, cerca del óptimo, los efectos del giro son iguales que en el planeta Tierra. Al sur, aunque la velocidad angular es idéntica, la velocidad aumenta. Cuando estuviste en el sur ¿sentiste la fuerza centrífuga?
—Sí.
—Si hubieras ido más lejos no estarías aquí para contarlo. Esa fuerza es condenadamente real.
—Me enseñaron —dije— que nada viaja más deprisa que la luz.
—Eso es cierto, nada. En teoría, la circunferencia del mundo es infinitamente larga y se mueve a una velocidad infinita. No obstante hay, o eso se piensa, un punto donde la materia deja de existir y actúa como una circunferencia efectiva. Ese punto es donde el giro del mundo induce una velocidad en la materia equivalente a la velocidad de la luz.
—Entonces no es infinita.
—No del todo. Eso sí, jodidamente grande. Fíjate en el sol.
—Lo he hecho —admití—. A menudo.
—Pasa lo mismo. Si no estuviera girando sería, literalmente, infinitamente grande.
—Aun así, en teoría ese es su tamaño. ¿Cómo puede haber espacio para dos objetos de un tamaño infinito?
—Hay respuesta para esa pregunta. No te va a gustar.
—Ponme a prueba.
—Ve a la biblioteca a buscar un libro de astronomía, no importa cuál, son todos sobre el planeta Tierra, todos hablan de lo mismo. Si ahora mismo estuviésemos en el planeta Tierra viviríamos en un universo infinito ocupado por un gran número de grandes cuerpos finitos. Aquí lo normal es lo inverso; vivimos en un universo grande pero finito, ocupado por gran cantidad de cuerpos de tamaño infinito.
—No tiene sentido.
—Lo sé —dijo Blayne—. Te dije que no te gustaría.
—¿Dónde estamos?
—Nadie lo sabe.
—¿Dónde está el planeta Tierra?
—Eso tampoco lo sabe nadie.
—En el pasado me sucedió algo extraño. Estaba con tres chicas, sus cuerpos cambiaron cuando nos adentramos en el sur. Ellas…
—¿Viste a alguien en el futuro?
—No, nos mantuvimos alejados de las aldeas.
—Al norte del óptimo los lugareños cambian físicamente, se vuelven muy altos y delgados. Cuanto más te adentres en el norte, más visibles se hacen los cambios físicos.
—Solo he estado a unos quince kilómetros al norte.
—Entonces es probable que no hayas notado nada de particular. Cuando se sobrepasan los cincuenta kilómetros, todo es extraño al norte del óptimo.
—¿Por qué se mueve el terreno? —quise saber después.
—No estoy seguro —me respondió Blayne.
—¿Lo sabe alguien?
—No.
—¿Hacia dónde se mueve?
—Para ser más concretos —dijo Blayne—, ¿desde dónde se mueve?
—¿Lo sabes?
—Destaine sugería que el movimiento del terreno era cíclico. En sus directrices asegura que el terreno permanece estacionario en el polo norte. Al sur de este se produce un movimiento lento hacia el ecuador. Mientras más cerca esté del ecuador más acelera, tanto angularmente, a causa de la rotación, como linealmente. En el otro extremo se mueve en dos direcciones a la vez a una velocidad infinita.
Le miré muy fijamente.
—Pero…
—Espera, no he terminado. El mundo tiene también una parte meridional. Si el mundo fuera una esfera se le llamaría hemisferio sur, por eso Destaine le puso ese nombre para no complicarse. Se trata de un lugar donde lo contrario es real. Es decir, el terreno se mueve desde el ecuador hasta el polo sur, decelerando poco a poco, y se detiene allí.
—No me has dicho aún de dónde proviene el terreno.
—Destaine sugirió que el polo norte y el polo sur eran idénticos. En otras palabras, una vez que el terreno alcanza el polo sur reaparece en el polo norte.
—¡Eso es imposible!
—No según Destaine. Él dice que el mundo tiene la forma de una hipérbola, es decir, todos los límites son infinitos. Si puedes imaginar tales cosas, los límites adoptan las características de su valor opuesto. Un negativo infinito se convierte en un positivo infinito y viceversa.
—¿Estas diciéndomelo de forma textual?
—Eso creo, pero deberías leer el original.
—Esa es mi intención —admití.
Antes de que Blayne abandonara la ciudad para ir al norte acordamos que cabalgaríamos juntos cuando pasara la crisis.
De nuevo a solas, leí la copia de
Las directrices de Destaine
que Blayne me consiguió de la biblioteca de Clausewitz.
El manuscrito lo formaban varias páginas de textos pasados a máquina con las letras muy juntas. Gran parte de su contenido me hubiera resultado incomprensible si lo hubiera leído la primera vez que me aventuré al exterior de la ciudad. Ahora, tras adquirir ideas y experiencias propias, sirvió para confirmarme lo que ya me había dicho Blayne. Le vi algo de sentido al sistema de gremios; la experiencia había abonado el camino de mi entendimiento.
En el texto se hablaba mucho de matemáticas teóricas, intercaladas con profusos cálculos en los cuales apenas me detuve. Sí me provocó interés lo que parecía un apresurado diario. Leí algunas entradas:
Estamos muy lejos de la Tierra. Dudo que volvamos a ver nuestro planeta, si queremos sobrevivir aquí debemos mantener una especie de microcosmos de la Tierra. Estamos en un territorio desolado, aislados. A nuestro alrededor un mundo hostil amenaza nuestra supervivencia. Sobreviviremos en este lugar el tiempo que nuestros edificios se mantengan en pie. La protección y preservación de nuestro hogar es la prioridad.
Más adelante escribió:
He medido la tasa de regresión, es de ciento cincuenta metros en cada período de veintitrés horas y cuarenta y siete minutos. La fuerza sur es lenta pero inexorable; el asentamiento habrá de moverse al menos un kilómetro y medio cada diez días.
Nada debe interponerse en su camino. Nos hemos encontrado con un río, que cruzamos corriendo un gran riesgo. Sin duda toparemos con otros obstáculos en los días y kilómetros sucesivos, debemos estar preparados para entonces. Hemos de concentrarnos en encontrar materiales autóctonos que puedan ser guardados permanentemente en los edificios para su posterior uso como materiales de construcción. Un puente no puede ser muy difícil de construir, siempre y cuando estemos avisados con antelación.
Sturner ha estado delante y advierte de la presencia de un terreno pantanoso a unos kilómetros de aquí. Hemos mandado otros equipos al nordeste y noroeste para determinar la extensión del pantano. Si no es demasiado ancho podemos desviarnos un poco de nuestro camino hacia el norte y recuperar la diferencia más tarde.
Después de esta entrada venían dos páginas desarrollando la teoría que Blayne intentó explicarme. Las leí dos veces, en cada lectura fue poco a poco cobrando sentido. Continué leyendo. Destaine escribió:
Chen ha conseguido los materiales fisionables que le pedí. ¡Ninguno sirve para nada! ¡Con el generador de translateración ya no hace falta! No le he dicho nada a L., disfruto de mis discusiones con él… ¿por qué cortarlas ahora? ¡Las futuras generaciones pasarán calor!
Temperatura exterior de hoy: -23° C. Seguimos avanzando hacia el norte.