—Helward, lo siento si lo has pasado mal, pero yo también he sufrido mucho. ¿Te vale?
—Sabes que no. ¿Qué hay de todas las cosas que hablamos?
—¿Como qué?
—Nuestras cosas privadas, nuestras intimidades.
—Tu juramento está a salvo, no tienes que preocuparte por ello.
—No me refería a eso —dije—. ¿Qué sucede con el resto de cosas?, ¿qué pasa contigo y conmigo?
—¿Las palabras susurradas en la cama?
—Sí —asentí con una mueca.
—Eso fue hace mucho tiempo. —Quizá notó mi reacción, pues relajó de repente el gesto—. Lo siento, no pretendía ser insensible.
—No hay problema, di lo que quieras decir.
—No, es solo que… no esperaba verte. ¡Estuviste fuera tanto tiempo! Podías haber muerto, nadie me dijo nada.
—¿A quién le preguntaste?
—A tu jefe, Clausewitz. Lo único que me decía era que habías abandonado la ciudad.
—Te dije dónde iba, tuve que marcharme al sur de la ciudad.
—También dijiste que estarías de vuelta en unos pocos kilómetros.
—Lo sé —admití—. Me equivoqué.
—¿Qué ocurrió?
—Me retrasé. —Eran demasiadas cosas, no sabía cómo empezar a explicárselas.
—Eso es todo. ¿Te retrasaste?
—Llegué mucho más lejos de lo que tenía previsto.
Victoria comenzó a amasar papeles, agrupándolos en una pila supuestamente ordenada. Era una mera excusa para mover las manos; había conseguido hacer mella en su implacable compostura.
—Nunca viste a David, ¿verdad?
—¿David? ¿Así le llamaste?
—Era… —Me miró de nuevo, sus ojos brillaban a causa de las lágrimas que trataba de contener—. Tuve que dejarlo en el orfanato, teníamos tanto trabajo que hacer… Entonces se produjo el primer ataque. Tuve que ir a ayudar con el fuego y no pude… después fuimos a…
Cerré los ojos y me di la vuelta. Ella escondió su rostro entre las manos para llorar. Me apoyé en la pared, con la cara sobre el antebrazo. Unos segundos después yo también rompí a llorar.
Una mujer entró repentinamente por la puerta y vio lo que estaba sucediendo. Se fue y cerró tras de sí. Esta vez me apoyé sobre la puerta para evitar otras interrupciones.
—Pensé que nunca volverías. La ciudad estaba llena de confusión pero me las arreglé para encontrar a alguien del gremio. Me contó que muchos aprendices habían muerto en el sur. Le dije cuánto llevabas fuera. No se mojó. Lo único que yo sabía era cuánto tiempo hacía que te habías ido y cuándo dijiste que volverías. Pasaron casi dos años, Helward.
—Me lo advirtieron —admití—. No me lo creí.
—¿Por qué no?
—Tenía que caminar una distancia de ciento treinta kilómetros entre la ida y la vuelta. Pensé que podría hacerlo en unos pocos días. Nadie del gremio me explicó que era imposible.
—¿Y lo sabían?
—Sin duda alguna.
—Podrían haber esperado al menos hasta que tuviéramos a nuestro hijo.
—Debía irme cuando me lo dijeron. Era parte del entrenamiento del gremio.
Victoria recuperó la compostura. La reacción a las emociones derribó el muro de antipatía que nos separó al principio, pudimos hablar con cordura. Recogió los papeles caídos, los dispuso en un montón y los guardó en un cajón. Me senté en una silla junto a la pared de enfrente.
—Ya sabes que el sistema de gremios va a cambiar —me dijo.
—No drásticamente.
—Se va a desmoronar completamente. Es necesario. En la práctica ya ha sucedido. Cualquiera puede salir de la ciudad. Los navegantes se aferrarán al viejo sistema tanto como puedan porque viven en el pasado pero…
—No son como piensas —le aclaré.
—Tratarán de recuperar el secretismo y la omisión de información tan pronto como puedan.
—Te equivocas —dije secamente—. Sé a ciencia cierta que te equivocas.
—De acuerdo… pero algunas cosas tendrán que cambiar. Ya no hay nadie en la ciudad ajeno al peligro que nos acecha. Hemos estado robando y engañando a nuestro paso, eso ha creado este peligro. Es momento de que pare.
—Victoria, tú no…
—¡Solo tienes que mirar los daños! ¡Murieron treinta y nueve niños! Solo Dios sabe cuánta destrucción se ha causado. ¿Crees que podremos sobrevivir si la gente de fuera sigue atacándonos?
—Ahora todo está tranquilo, bajo control.
Negó con la cabeza.
—No me interesa el estado actual de la situación. Pienso a largo plazo. Nuestros problemas los crea el movimiento de la ciudad. Es eso lo que produce el peligro. Nos desplazamos por tierras que pertenecen a otra gente, engañamos a los lugareños para que nos ayuden a mover la ciudad, traemos mujeres para que hombres que apenas conocen tengan sexo con ellas… todo para que la ciudad siga su camino.
—La ciudad no puede parar —dije.
—¿Lo ves? Ya eres parte del sistema de gremios. Siempre esa seca sentencia, sin mirar nunca desde un espectro amplio. La ciudad tiene que moverse, la ciudad tiene que moverse… No aceptes eso como algo absoluto.
—Es algo absoluto. Sé lo que pasaría si no nos moviéramos.
—¿Qué?
—La ciudad sería destruida, todos los de dentro morirían.
—No puedes probar eso.
—No… no obstante, sé que es así.
—Creo que te equivocas —dijo Victoria—. No estoy sola. En los últimos días se lo he oído decir a otros. La gente ya piensa por sí misma. Han estado fuera, han visto cómo es. No existe otro peligro más que el que nosotros hemos creado.
—Mira, ese no es nuestro problema. Quería verte para hablar de nosotros —me rendí.
—Todo va de lo mismo. Lo que nos ha pasado a nosotros está ligado implícitamente al modo de ser de la ciudad. Si no hubieras pertenecido a un gremio ahora seguiríamos viviendo juntos.
—¿Hay alguna posibilidad de…?
—¿Eso quieres?
—No estoy seguro —admití.
—Es imposible. Al menos para mí. No pude reconciliar mis creencias con tu modo de vida. Lo intentamos y nos separó. De todas maneras, estoy viviendo con…
—Lo sé.
Me miró y sentí en sus ojos la alienación a la que había sido sometida.
—¿Tú no crees en nada, Helward? —me preguntó.
—Solo en que el sistema de gremios, a pesar de todas sus imperfecciones, es algo sólido.
—¿Y quieres que vivamos juntos de nuevo teniendo dos creencias tan distintas? Es imposible que funcione.
Ambos habíamos cambiado mucho, ella tenía razón. No era bueno especular sobre lo que habría pasado en otras circunstancias. No había manera de crear una relación personal ajena a la composición general de la ciudad.
A pesar de todo, lo intenté de nuevo, traté de explicarle lo aparentemente repentino de todo aquello, traté de reavivar de alguna manera los viejos sentimientos entre nosotros. Siendo justos, Victoria respondió del mismo modo. Creo que llegamos a las mismas conclusiones, aunque por distintos caminos. Me sentí mejor después de haberla visto; al regresar a las estancias de los futuros me pareció que habíamos resuelto bien nuestro asunto pendiente.
El siguiente día, cuando cabalgué al norte con Blayne para empezar el reconocimiento del futuro, marcó el comienzo de un largo período de renovada seguridad y cambios radicales.
Observé el proceso desarrollarse gradualmente, ya que mi concepto del tiempo andaba distorsionado por mis viajes al norte del óptimo. Aprendí por experiencia que, a una distancia aproximada de treinta y dos kilómetros al norte del óptimo, un día equivalía a una hora en la ciudad. En lo posible me mantenía al tanto de los asuntos políticos asistiendo a las reuniones de los navegantes siempre que me encontraba en la ciudad.
La plácida existencia que la ciudad experimentaba la primera vez que salí de ella volvió antes de lo que nadie hubiera esperado.
Los tucos no volvieron a atacar, si bien uno de los milicianos enviados en misión de inteligencia fue capturado y asesinado. Poco después de aquel suceso, la milicia anunció que los tucos se estaban dispersando y regresando a sus emplazamientos en el sur.
Aunque la vigilancia militar se mantuvo bastante tiempo, y nunca se abandonó del todo, los hombres de la milicia fueron poco a poco liberados para trabajar en otros proyectos.
Tal como se decidió en la primera reunión de los navegantes a la que asistí, el método de remolque de la ciudad cambió. Tras varios intentos infructuosos, la ciudad logró cambiar a un procedimiento de tracción continua por medio de un complicado sistema de cables alternantes y un tendido de vías por fases. Después de todo, un kilómetro y medio cada veinticuatro horas no era una distancia insalvable que cubrir, así que llegamos al óptimo en poco tiempo. Se descubrió que eso le otorgaba a la ciudad una agradecida libertad de movimientos. Era posible, por ejemplo, dar rodeos considerables si un obstáculo importante aparecía en el camino al norte.
Los beneficios del terreno ayudaban. Nuestros reconocimientos demostraron que se elevaba cada vez más, pero que las pendientes eran en su mayor parte favorables.
En esta región existían más ríos de lo que los navegantes hubiesen preferido, por tanto los constructores de puentes estuvieron muy ocupados. Con la ciudad en el óptimo, y a una velocidad similar a la relativa del terreno, había más tiempo para la toma de decisiones y para la construcción de puentes más seguros.
A pesar de las dudas iniciales, el sistema de trueques fue reinstaurado.
El beneficio de la retrospección estaba a favor de la ciudad, las negociaciones de trueque se llevaron con un cuidado escrupuloso. La ciudad pagó con mayor generosidad la mano de obra, que seguía siendo necesaria, e intentó evitar, durante un largo período, las negociaciones para traer mujeres de las aldeas.
En una larga serie de reuniones de los navegantes seguí la evolución de ese asunto. Las diecisiete mujeres recogidas antes del primer ataque continuaban con nosotros y no expresaron deseos de regresar. No obstante, la predominancia de partos masculinos continuaba y un amplio grupo pedía el regreso de las transferencias. Nadie sabía el porqué de ese desequilibrio en los nacimientos de niños y niñas, sin embargo así era. Es más, tres de las mujeres transferidas dieron a luz en los últimos kilómetros y todos los bebés fueron niños. Se sugirió que cuanto más tiempo pasaban las mujeres en la ciudad, más parecía que aumentasen las posibilidades de que dieran a luz a bebés varones. Era algo que nadie podía explicar.
Según el último recuento, en la ciudad residían un total de setenta y seis varones y catorce hembras menores de doscientos cuarenta kilómetros de edad.
A medida que el porcentaje se fue progresivamente desequilibrando, el grupo a favor de transferir mujeres aumentó y pronto se autorizó al gremio de los trocadores a comenzar las negociaciones.
Esa fue sin duda la decisión que aceleró los cambios que se estaban produciendo en la ciudad.
El sistema de «ciudad abierta» permaneció vigente y se le permitía a todo el mundo acudir a las reuniones del consejo, fueran o no miembros de un gremio. A las pocas horas de la reimplantación de la transferencia de mujeres a la ciudad, todo el mundo conocía la noticia y no pocas voces se alzaron en contra. A pesar de ello la decisión siguió en pie.
Durante un debate oí la palabra «terminador» por primera vez. Se explicó que los terminadores eran un grupo de gente que se oponía activamente al movimiento continuo de la ciudad y tenían la intención de detenerla. Por lo que se sabía, los terminadores no eran militantes y no emprenderían acciones directas, sin embargo cada día que pasaba ganaban apoyos dentro de la ciudad.
Se decidió un programa de reeducación para dramatizar la necesidad del continuo movimiento de la ciudad.
En la siguiente reunión se produjo una violenta interrupción.
Un grupo de personas irrumpió en la cámara durante la sesión e intentó adueñarse de la silla presidencial.
No me sorprendió ver a Victoria entre ellos.
Tras un ruidoso enfrentamiento, los navegantes requirieron la asistencia de la milicia y la reunión se cerró al público.
Esta interrupción, por contradictorio que suene, obtuvo el efecto deseado para el movimiento terminador. Las reuniones de los navegantes se cerraron al público de manera permanente y la disparidad de opiniones de la gente corriente de la ciudad se amplió. Los terminadores ganaron una gran cantidad de apoyos, aunque ninguna autoridad real.
Se produjeron algunos incidentes. Se encontró un cable cortado en misteriosas circunstancias y uno de los terminadores trató de convencer a la mano de obra contratada de que regresara a sus aldeas. En general, el movimiento rebelde no era más que una pequeña espina para los navegantes.
La reeducación funcionó bien. Se organizaron una serie de lecciones que intentaban explicar los peculiares peligros de este mundo; la gente acudió en masa. El diseño de la hipérbola se adoptó como enseña de la ciudad, incluso se llevaba de adorno en las capas de los miembros de los gremios, cosido en la parte interna de los círculos de su pecho.
Desconozco hasta qué punto la gente corriente de la ciudad comprendía la verdad, a veces oía incluso discusiones al respecto por los pasillos. Con todo, la influencia de los terminadores quizá contribuyó a que se disminuyera la credibilidad de todos estos bienintencionados actos. Por falta de información, la gente de la ciudad creyó durante demasiado tiempo que la ciudad se desplazaba por un mundo similar al planeta Tierra, incluso por la propia Tierra. Posiblemente la verdadera situación era demasiado extraña para otorgarle credibilidad. Escucharían lo que se les dijera, quizás incluso lo entenderían, sin embargo los terminadores tenían un mayor tirón emocional.
A pesar de todo, la ciudad continuaba su lento progresar rumbo al norte. A veces dedicaba menos tiempo a otros asuntos para pararme a observarla como si fuera una pequeña mota de materia en un mundo alienígena. La veía como un objeto perteneciente a un mundo que trataba de sobrevivir en otro bien distinto, como una ciudad llena de gente aferrada a la pared de una pendiente de cuarenta y cinco grados, abriéndose camino contra una marea de tierra con la ayuda de unos cuantos finos cables.
Con el regreso de la estabilidad a la ciudad, la tarea del reconocimiento del futuro se convirtió en algo rutinario.
El terreno al norte de la ciudad se dividió para nuestros propósitos en una serie de segmentos en círculo alrededor del óptimo, en intervalos de cinco grados. Bajo circunstancias normales, la ciudad no buscaría rutas que se alejaran más de quince grados del óptimo, no obstante, la nueva capacidad extra para desviarse de él nos permitía una considerable flexibilidad a corto plazo.